Capítulo 28: Cordura

111 12 0
                                    

                  Beverly Hills - 25 de septiembre de 1989

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.




Beverly Hills - 25 de septiembre de 1989

Erik Menendez

Los días se han convertido en un borrón. Uno tras otro, se suceden como si no existieran, como si mi vida estuviera en pausa. Pero no estoy en paz. Al contrario, siento que me estoy hundiendo más con cada segundo que pasa. La muerte de mis padres está siempre ahí, persiguiéndome como un fantasma. Es un eco que no se apaga, un peso que no se aligera. 

Las noches son las peores. Antes podía escapar, al menos unas horas, pero ahora... Ahora son pocas las veces que puedo dormir tranquilo. Cierro los ojos y todo vuelve. Los gritos, la sangre, el silencio que quedó después. Me despierto sudando, el pecho ardiendo como si me faltara el aire. Siento las sábanas empapadas y trato de calmarme, pero no puedo. Me quedo mirando el techo, paralizado, con el eco de mi respiración cortando el silencio. Y entonces pienso en Lía. 

Ella siempre está cerca. Siempre tan dulce, tan llena de vida, tan... ajena a todo esto. Y es por eso que no puedo permitir que lo sepa. No, no, si lo hace, todo cambiará. Sé que lo hará. Sé que me mirará de otra forma, que sentirá miedo, que se alejará. No podría soportar eso. No quiero perderla. Ella es lo único bueno que me queda, lo único que no está manchado por lo que he hecho. 

Pero tampoco quiero seguir fingiendo. 

Estoy cansado, tan cansado, de esta lucha constante entre el silencio y el grito que llevo dentro. Quiero hablar, quiero sacarlo todo, pero cada vez que abro la boca, siento que me ahogo. Las palabras no salen. Es como si la culpa me cerrara la garganta. Me dice que no merezco consuelo, que no merezco el perdón. 

El agua de la ducha cae sobre mí, caliente, quemándome la piel. Estoy apoyado contra la pared, con la frente presionada contra las baldosas frías. Y lloro. Ni siquiera sé cuándo empecé a llorar, pero las lágrimas no paran. Me siento débil, patético, roto. 

Quiero que todo termine. 

No quiero seguir viviendo con este peso. Cada día siento que me quiebro un poco más, que me acerco al borde. Fingir felicidad... ¿cómo puedo seguir haciéndolo? Me río con Lía, paso tiempo con ella, pero en el fondo siempre está esa punzada, ese vacío que me recuerda que estoy fingiendo, que nada de esto es real porque no soy quien ella cree que soy. 

La culpa es un veneno. Está en mi sangre, en mis pensamientos, en mi cuerpo. No importa cuánto Lía me haga reír, no importa cuánto intente distraerme, el remordimiento siempre vuelve. 

Quiero liberarme, pero ¿cómo puedo hacerlo sin perderla? Ella es mi refugio, mi única luz. Cuando estoy con ella, por momentos puedo respirar, pero incluso eso es un recordatorio cruel de lo que no merezco. 

Estoy atrapado en esta contradicción. La necesito, pero la estoy alejando con cada mentira, con cada sonrisa falsa. Y estoy aterrorizado de que, cuando se dé cuenta, sea demasiado tarde para mí, para nosotros. 

Triángulo Silencioso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora