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No sabía por qué seguía ahí. Todo mi cuerpo gritaba que debía irme, que debía dejar atrás esa conversación antes de que se convirtiera en algo que no podía manejar. Pero, como siempre, mi cabeza tenía otros planes.

Bryce estaba frente a mí, mirándome con esos ojos que alguna vez creí que podían darme todo lo que necesitaba. Pero ahora eran un recordatorio de todo lo que había perdido por confiar en él.

―Sabía que... una vez que supieras que era mi número, no responderías ―dijo, tocando mi mano con una suavidad que me desarmó por un instante.

Sacudí mi cabeza, tratando de apartar cualquier emoción que pudiera leer en mi rostro. ―Tú... tú me dejaste, Bryce ―murmuré, sintiendo cómo la rabia se mezclaba con algo mucho más oscuro.― Esto no es mi culpa.

Él bajó la mirada un segundo, como si mis palabras lo hubieran golpeado. Pero cuando volvió a mirarme, su expresión era otra. Había algo en su rostro que no podía descifrar, como si estuviera atrapado entre el arrepentimiento y la necesidad.

―No lo es... ―dijo en un tono bajo, casi susurrante― pero sí lo será si no me dejas ver a mi hija.

Sentí que todo mi cuerpo se tensaba.

―¿Tu hija? ―repetí, con incredulidad, apretando los dientes. ―¡Yo la crié! Tú nunca estuviste ahí. Nunca.

La rabia que sentía era casi palpable. Bryce ni siquiera se inmutó ante mis palabras. Dio un paso más cerca, y antes de que pudiera retroceder, me agarró por la cintura, atrapándome en su mirada.

―Hey, tranquila, Malia... ―susurró, como si con eso pudiera calmarme.― No vengo con malas intenciones. Solo quiero lo que me corresponde... y creo que merezco conocerla.

¿Lo merecía? ¿Acaso él, después de todos estos años, tenía algún derecho?

Me crucé de brazos, tratando de mantener mi postura. ―No lo sé, Bryce. No creo que sea así de simple.

―Malia, por favor... ―Su voz tembló un poco, y me detuve. Bryce rara vez mostraba vulnerabilidad, y ese tono me desarmó más de lo que quería admitir. ―No sabes cuánto me arrepiento. Nunca pude sacarte de mi cabeza... ni a ella.

―Se llama Davi... ―murmuré, más como un reflejo que como una decisión consciente. ―Es su apodo. Y es una niña.

―Davi... sí, claro. Pero, especialmente, no pude sacarte a ti, Malia.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, y por un instante pensé que iba a derrumbarme. ¿Qué era esto? ¿Por qué ahora?

Me giré, dándole la espalda, intentando procesar lo que acababa de decir. Pero no pasó ni un segundo antes de que Bryce volviera a hablar.

―¿Podemos hablar? Bien. Sin gritos. Sin nada que te incomode. Te invito a comer.

Abrí la boca para negarme, pero nada salió. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué estaba pensando? Tal vez era el peso de los años o el hecho de que realmente había tantas cosas que nunca habíamos hablado.

―Está bien ―dije al final, con un suspiro que no ocultaba mi frustración.

Bryce sonrió levemente, como si hubiera ganado algo importante, y comenzó a caminar hacia su auto. Yo lo seguí en silencio, intentando convencerme de que esto no era una mala idea.

El restaurante era pequeño, casi acogedor, pero no podía relajarme. Todo en Bryce me recordaba al pasado, y no podía decidir si eso era algo bueno o malo.

―Gracias por venir conmigo ―dijo, rompiendo el silencio mientras el mesero nos servía agua.

Asentí ligeramente, sin saber qué decir.

Aeternum - Kylia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora