1

372 36 7
                                    


El sol comenzaba a asomarse por las cortinas de la cabaña cuando me desperté de golpe. Miré el reloj en la mesita, viendo que ya se me había hecho tarde otra vez. Suspiré y me levanté rápidamente, recogiendo mi cabello en una coleta rápida y desordenada antes de girarme hacia el otro lado de la cama, donde estaba Davi, se había quedado a dormir en mi cama, lo cual me daba ternura.

Ahí estaba ella, dormida, con su gorrito de satín puesto para cuidar sus rizos. Su carita, tan dulce y serena, me arrancó una sonrisa. Me acerqué con cuidado.

—Davi —le susurré suavemente mientras acariciaba su mejilla— es hora de levantarse, mi amor.

Ella soltó un pequeño gruñido, apretando los ojos para seguir en su mundo de sueños, pero al final parpadeó lentamente y me miró con sus ojitos grandes y soñolientos. Le quité el gorrito con delicadeza y le di un beso en la frente antes de ayudarla a sentarse.

—No quiero ir al kinder —murmuró, frotándose los ojos.

Reí suavemente y le di un abrazo, sintiendo sus manitas aún calentitas por el sueño.

—Lo sé, cielo, pero prometo que va a ser un día rápido, ¿sí? Y después podemos hacer algo divertido cuando vuelvas a casa.

Mientras le hablaba, nos dirigimos al baño, nos lavamos la cara y los dientes, luego tomé el pequeño peine y empecé a arreglar su cabecita con cuidado. Mojé un poco sus rizos, suavizando su textura para hacerle una media colita. Ella estaba callada, observándome con esa mirada seria que siempre me daba cuando estaba cansada. Terminé el peinado con su listón azul favorito y le sonreí, guiñándole un ojo.

—Mira nada más, ¿quién es esta princesa tan bonita?

Davi sonrió un poco y abrazó su propio cuerpo. Entonces la vestí, agarró su mochila y salimos de la cabaña, yo con el paso apresurado y ella tratando de seguirme con sus pasitos cortos. En el pueblito todo era sencillo; la mayoría íbamos a pie o en bici. Era una vida tranquila, a veces tan tranquila que uno podía sentir que el tiempo se detenía.

Al llegar al kinder, me agaché para despedirme de Davi, y ella me abrazó fuerte.

—¿Vas a recogerme tú, mamá?

—No, mi amor, hoy te recoge la abue —le dije, acariciando su mejilla—. Pero yo estaré esperándote en casa, ¿sí?

Ella asintió, aunque parecía algo decepcionada. Sonreí y la abracé una vez más antes de verla entrar al salón. Observé unos segundos más mientras desaparecía dentro del edificio, sintiendo un leve vacío en el pecho cada vez que se alejaba.

Después de dejar a la beba me dirigí a la panadería de mi madre. El aroma a pan recién horneado y a café fuerte me envolvió nada más entrar, y por un instante, me sentí como una niña otra vez. Mamá estaba tras el mostrador, con una expresión concentrada mientras acomodaba unas charolas de pan. Al verme, alzó la vista y soltó una risita al notar mi aspecto.

—¿Así te fuiste a dejar a Davi? —preguntó, medio riéndose. —Muy a la moda por cierto— soltó con obvio sarcasmo.

—Sí, mamá —dije con una sonrisa— sé que estoy hecha un desastre. Las prisas, ya sabes.

Mamá dejó lo que estaba haciendo, se acercó y me abrazó con calidez, dándome un beso en la frente. Su cariño siempre era un bálsamo, recordándome que aunque la vida no fuera perfecta, aún tenía ese amor constante.

—Como quedamos ayer, hoy recojo yo a Davi —me dijo mientras me acariciaba el cabello, acomodándome un mechón que se me había soltado— Te la llevo a casa a eso de las siete.

—Gracias, mamá —le respondí, sintiendo un alivio enorme. Tener esa tarde libre era un regalo.

Ella sonrió y me palmeó la espalda, como si entendiera lo mucho que significaba para mí ese tiempo sola.

Aeternum - Kylia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora