El primer amor nunca se olvida. O al menos, eso es lo que dicen. Que es un sentimiento eterno.
A mis quince años, creí haber encontrado al amor de mi vida; una morena que hacía latir mi corazón con cada mirada. Pero cuando nuestros secretos fueron r...
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POV KYLIE
La llegada no fue sencilla. El apartamento que ya tenía no era lo que mamá necesitaba, ni mucho menos lo que yo quería para nosotras. Ambas habíamos dejado atrás algo más que un lugar; habíamos dejado un pasado pesado, lleno de heridas.
Me tomó toda una semana recorrer la ciudad buscando un lugar que pudiera llamarse hogar, uno que le trajera la paz que tanto necesitaba. Pero no quería tomar una decisión apresurada. Necesitaba que este cambio fuera definitivo, algo que marcara el inicio de una nueva etapa para nosotras. Fue entonces cuando conocí a Rowan.
Lo conocí en una de las casas que me recomendaron. Era el agente inmobiliario a cargo del lugar, además de empresario y desde el primer momento me desconcertó su energía.
—Esta casa es perfecta para lo que describes, señorita. No es demasiado grande ni demasiado pequeña, tiene su encanto y un jardín hermoso —dijo señalando la propiedad con una sonrisa que irradiaba confianza.
—¿Sabes qué es lo que más me gusta de todo esto? —le respondí, cruzándome de brazos mientras observaba la casa.
—¿El precio? —bromeó, arqueando una ceja.
—Bueno, eso también —sonreí de lado—Pero no. Me gusta que haya otra casa igual de bonita al lado. Esa será para mí.
—Es una muy buena elección, más porque... yo vivo en este vecindario —respondió con un aire despreocupado, pero con una chispa en los ojos que me hizo tambalear.
Nunca pensé que llegaría a gustarme un hombre. Siempre los vi como una extensión de mi padre: fríos, ausentes, incluso peligrosos. Pero Rowan era diferente. Había algo en él. Tal vez esa mezcla entre una masculinidad suave y un carisma natural que me hacía sentir segura.
Incluso mamá lo notó desde el principio.
—Es un buen partido, hija. Y, además... te mira de una forma muy linda —me dijo con una sonrisa traviesa mientras acariciaba al pequeño perrito que había adoptado esa misma mañana.
—¡Mamá, ya! —me quejé, cubriendo mi cara para ocultar el rubor que me subía a las mejillas.
La casa para mamá era perfecta. Tenía ese jardín que tanto quería, una cocina que invitaba a tardes de repostería, y una sala donde podía perderse en los libros que tanto amaba. Desde el primer día se sintió en paz.
—Kylie, yo seguiré amando ese lugar, pero ahora puedo soltarlo. Soltar a tu papá, la tensión... todo —susurró con una sonrisa mientras arreglaba las cortinas de la sala.
Los días se convirtieron en semanas, y mamá floreció en la ciudad. La veía más relajada, más feliz. Su vida se llenó de pequeñas rutinas que la hacían sentirse viva: cuidar el jardín, llevar al cachorro al parque, y hasta unirse a un club de lectura.