Ana

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Entramos en el apartamento a la hora de cenar. Carla aún no ha llegado; lo que significa que mi orgasmo con patas tampoco. Huy, qué feo ha quedado eso hasta para mí. Aunque razón tampoco me falta. Me reprendo mentalmente y me acerco a la habitación para dejar las cosas de la playa. Pero no llego a entrar. La puerta de la habitación del final del pasillo está entornada y atisbo a ver a Marta sentada en la cama con las piernas cruzas y la mirada perdida en los detalles de las baldosas.
Dejo la bolsa en el suelo y entro despacio y en silencio. Me siento a su lado. Ella no se percata de mi presencia hasta que no le coloco una mano en la espalda.
-Ey, ¿estás bien? -susurro.
Marta asiente en silencio. Se lleva una mano a la cara y se frota la nariz poniendo una mueca graciosa y muy tierna que no pega nada con el papel de madre que representa para nosotras.
- ¿Quieres hablar?
Ahora niega. Yo, en cambio, asiento y pongo las manos en el colchón para impulsarme y levantarme, pero antes de poner un pie en el suelo coloca su mano sobre la mía y gira la cabeza hacia mí.
- ¿Tienes algo que hacer? -La voz le falla.
-Nada más importante que estar aquí contigo.
Me acomodo de nuevo a su lado y ella apoya la cabeza en mi hombro. Inmediatamente llevo mi mano a su pelo y se lo acaricio como sé que le gusta, tranquilizándola.
Permanecemos unos minutos así, en silencio, acompasando nuestras respiraciones.
De pronto oigo un gemido y alzo la cabeza para encontrar a una Alejandra desconsolada en la puerta de la habitación tapándose la boca y mirándonos con pena.
-Anda, ven aquí -Extiendo mi mano y ella me la coge.
Cuando llega Carla nos encuentra a las tres tiradas en la cama, todo piernas, brazos y pelo. No sé dónde empieza una y termina otra. Pero Marta está más calmada y yo me siento un poquito menos culpable que esta tarde; ahora estoy aquí y jamás me voy a separar de ella de nuevo.
Sin decir nada, se acerca a nosotras y nos da un beso a cada una. Yo aprovecho cuando llega a mi lado y le doy un abrazo de oso, enganchando mis piernas entorno a su cintura, que consigue arrancarle una risita. Huele a menta, a cítricos y a algo que solo puedo identificar con Iván. Le doy un mordisco en el cuello y ella sale de la habitación después de llamarme bestia y darme una colleja.
Está claro que nuestro variopinto grupo no está pasando por su mejor momento, pero al mismo tiempo siento que estamos más unidas que nunca. Estoy convencida que mientras nos queramos lo demás se acabará solucionando.

#ProyectoPlayaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora