La discusión que tuvimos acerca de mi ropa interior no fue la última.
Estábamos a principios de junio, el calor del verano ya picaba en la espalda cuando salía del colegio en el que había conseguido plaza como profesora de música. Por mucho que mi verdadera vocación fuera ser compositora sabía que era un sueño difícil y a muy largo plazo. Así que, mientras seguía tocando el piano en mis ratos libres, mi vida había pasado a ser la de una maestra de primaria. Mis chicos eran geniales. Todavía no les había llegado la preadolescencia y con ella el hartazgo por materias como la mía. Parecían disfrutar de mis clases, algunos incluso con pasión. Les había contado que, a su edad, ya componía mis propias canciones y todos insistieron en que se las enseñara. Así que a eso nos dedicábamos ahora que el curso ya casi había terminado y los exámenes finales quedaban atrás.
Aunque ese no fue el único motivo por el que salí del trabajo con una sonrisa ese día. Era el cumpleaños de Ana, una de mis mejores amigas, y esa noche lo celebraríamos por todo lo alto. No podía ser de otra manera tratándose de ella. Tenía muchas ganas. Hacía tiempo que no veía a las chicas; entre las clases y el tiempo que pasaba con mi novio no nos habíamos podido ver mucho en los últimos meses.
Llegué al piso que compartía con “M” desde que me fui de casa de mis padres y empecé con la rutina diaria: recoger la cocina que mi novio no tenía tiempo de limpiar antes de salir corriendo todas las mañanas; tirar a la basura las latas de cerveza y las bolsas de patatas fritas que había dejado en el salón la noche anterior mientras yo dormía (me acostaba pronto); poner y tender una lavadora (desde el incidente de Samuel me había encargado yo de la colada para evitar problemas.
Cuando terminé, casi había llegado la hora de la fiesta. Me di una ducha rápida, me maquillé, solo un poquito porque “M” decía que parecía una puta si me pintaba demasiado los ojos y los labios, y tenía razón, y me puse un vestido azul celeste a juego con unos tacones que me encantaban.
Mi novio aún no había llegado cuando me marché, así que decidí dejarle una nota cariñosa para cuando volviera:Amor:
Me he ido a la fiesta de cumpleaños de Ana con las chicas.
Estoy triste por no haberte visto hoy. Tengo muchas ganas de estar contigo. Llegaré pronto para que podamos pasar la noche juntos.
Piensa en mí.
Te quiero mucho.Y tanto que pensó en mí.
Cuando volví, “M” me estaba esperando en la puerta de brazos cruzados. Ilusa de mí, me acerqué trotando para darle un beso. Él me giró la cara, asqueado, y me agarró con fuerza del brazo.
—Estás borracha.
Tiró de mí dentro del piso y me arrastró hasta nuestra habitación. Allí, me tiró en la cama y yo quedé de espaldas mirando al techo. Todo me daba vueltas. Igual sí que había bebido un poco de más.
— ¿A ti te parece normal esto? Llevo tres horas esperándote.
—Estaba en la…
— ¡Me da igual! —Me interrumpió.
Se llevó las manos a la cabeza y dio una vuelta sobre sí mismo mientras respiraba hondo.
—Cariño —dulcificó el tono—, hoy no nos hemos visto. Te he echado de menos.
—Yo a ti también —dije incorporándome.
—No lo parece.
Otra vez esa voz, la que siempre usaba cuando discutíamos. En ese momento me dolió el corazón por ser capaz de reconocer el tono y saber asociarlo a nuestras peleas.
— ¿Sabes lo que creo? —No me dio tiempo a contestar. —No me quieres. No tanto como yo a ti.
—Eso no es verdad… —se me empezaron a aguar los ojos.
—Claro que es verdad. En cuanto has tenido una oportunidad te has largado con las zorras de tus amigas, dejándome solo. Y llegas a estas horas, borracha y vestida… así —hizo un ademán con desprecio hacia mi ropa—. Esta no eres tú. ¿En qué te estás convirtiendo? Está claro que no te das cuenta de la mala influencia que tienen sobre ti.
Bajé la cabeza, avergonzada, y me fijé con detalle en mi vestido. Era corto y de un azul bastante llamativo. Entendía que él pensara que quería que otros hombres me mirasen. No era cierto, pero mis actos daban a entender lo contrario.
Mientras escuchaba su respiración agitada pensé en esa noche, en el reservado que habíamos ocupado en aquella discoteca. La cumpleañera se había encargado de que el alcohol no dejase de circular en ningún momento. Unos camareros vestidos con pantalón de traje y el pecho al descubierto nos sonreían cada vez que aparecían para rellenar una copa. Sentada en aquel sofá de cuero, con las luces de colores salpicando nuestras caras, me pareció algo original y divertido, muy típico de Ana. Pero en ese momento me estremecí. Había sido algo decadente. Nada apropiado para una chica con novio.
—Lo siento —susurré avergonzada.
Él suspiró y se sentó a mi lado en la cama.
—Ya lo sé, amor. Pero esto no puede volver a pasar.
Negué con la cabeza al tiempo que una lágrima rodaba por mi mejilla.
— ¿Sabes lo preocupado que estaba? Podría haberte pasado cualquier cosa. Esas chicas no controlan lo que hacen. No tienen cabeza. No son como tú.
Asentí en silencio. Tenía razón.
Tomé una decisión.
—No volveré a salir de fiesta. Lo prometo.— ¡Dejad de llamar de una puta vez! —rugió.
En lugar de colgar el teléfono lo lanzó contra la pared, rompiéndolo en el acto y haciendo una marca en la pintura color melocotón.
Me encogí sobre mi misma sin atreverme a mirarle.
Hacía unas semanas había cometido el error de darles a mis padres el número de nuestro teléfono fijo. Acababa de enterarme de las pruebas para un musical que estrenarían al año siguiente. Buscaban obras originales de compositores anónimos. Me entusiasmé muchísimo. Antes de darme cuenta estaba llamando a mi padre para contárselo. Siempre había sido así. Él, la música y yo. Después de alegrarse por esta oportunidad y hablar un poco sobre mis partituras, me preguntó con mucho tacto si podía darle el número de teléfono de mi casa para poder hablar más a menudo e ir informándole de mis avances. No lo pensé. Estaba tan ilusionada por la noticia y por poder volver a hablar con mi padre como cuando era pequeña, que accedí.
Antes de que “M” me lanzase una mirada furiosa ya me había arrepentido.
—Esto es culpa tuya, lo sabes, ¿no? —Me dijo con un tono helado.
Asentí sin levantar la cabeza. Había aprendido que cuando se enfadaba lo mejor era no sostenerle la mirada, sino bajar la vista y escuchar en silencio. No ya había cometido muchos errores. No quería cometer más.
—Esos dos —hizo un gesto asqueado a los restos del teléfono esparcidos por el suelo— intentaron separarnos. Te comieron la cabeza para que me dejaras.
—Yo nunca les creí —me veo en la obligación de aclarar.
— ¿Entonces por qué les diste nuestro número? ¿Para que puedan seguir diciendo mierdas sobre mí? Quieres criticarme con ellos cuando no esté en casa, ¿es eso?
—No, claro que no.
Soltó un suspiro y se sentó en la mesita de centro, delante de mí. Me cogió de las manos con firmeza y me obligó a mirarle a los ojos.
—Tienes que dejar de hablar con ellos —sentenció.
No respondí. Tan solo lo miré en silencio.
—Amor, no puedes perdonarles lo que nos hicieron. Lo que me hicieron a mí. Yo jamás lo haría de estar en tu situación.
Me pasé la lengua por los labios resecos y luego hice un mohín.
—Tienes razón. Lo siento. No les necesito en mi vida. Solo te quiero a ti.
Él sonrío ampliamente, complacido. Se levantó y sacó su móvil del bolsillo del pantalón. Antes de perderse encerrarse en nuestra habitación alcancé a oír cómo pedí hablar con atención al cliente con nuestra operadora telefónica para cambiar de número.
Nunca supe el nuevo.El día que llegó la factura fue el último que mi vida tuvo sonido.
Las clases de composición eran más caras de lo que mi novio había esperado. Hasta ese momento no le había importado gastar dinero en mi formación, pero ese mes habíamos tenido muchos gastos y, desde luego, mis lecciones musicales no eran una prioridad.
—Lo siento. Reduciré las horas y cambiaré los días de las clases. Ensayaré aquí para la prueba del musical y así no tendremos que pagar el tiempo extra que paso en la sala del conservatorio.
— ¿Tendremos? —Repitió con incredulidad—. Yo soy el que paga todo en esta casa. Tu sueldo apenas llega para alimentarnos — Al ver que iba a replicar levantó una mano en mi dirección—. ¿De verdad te creías que podías vivir de enseñarles a tocar la flauta a unos niñatos? Eso no es un trabajo serio. De hecho, preferiría que te quedaras en casa todo el día a ver cómo te rebajas a ese nivel. Es patético.
Abrí la boca indignada, pero no me salió nada. ¿Era cierto? ¿Todo ese tiempo había estado haciendo el ridículo? Se suponía que el trabajo de profesora sería temporal, hasta que me saliera una oportunidad para poder enseñar mi música al mundo.
—Vale, sí, tienes razón. Pero si me cogen para el musical de…
—No te van a coger.
Fue como si me diera una bofetada
— ¿Qué?
—Que no te van a coger.
Nos quedamos en silencio mirándonos. Al final, él suspira y coloca sus manos en mis hombros.
—Amor, es hora de aceptar la verdad. Hasta ahora te he dejado jugar a tocar el piano, pero seamos sinceros: no se te da bien.
Me quedé petrificada. Estoy segura de que si no me hubiera estado sujetando me habría caído al suelo. Empecé a temblar.
—Pero si yo…
—No quiero hacerte daño. Te lo digo por tu bien. Imagina que haces esa audición delante de profesionales que sí saben lo que hacen y se ríen de ti. Eso sería más doloroso todavía. Te digo esto porque te quiero y no puedo permitir que sufras. Ser compositora es un sueño muy bonito, pero un sueño, al fin y al cabo.
Dicho esto, me dio un beso en la frente y se fue al salón.
No sé cuánto tiempo permanecí ahí quieta, pero él no volvió, no retiró sus palabras. Realmente no creía que fuera buena. Y él siempre tenía razón.
El plazo para presentar las partituras llegó y pasó.
Yo guardé mi carpeta en lo más profundo del armario.
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#ProyectoPlaya
RomanceEsta es una historia que esconde más de lo que pueda parecer a primera vista. Con unas vacaciones en la playa como telón de fondo, los sentimientos amenazan con ahogar a una chica de ojos verde oscuro que preferiría dejar de sentir.