Ivan

0 0 0
                                    

Hoy es el primer día de regla de Carla. He hecho las cuentas. Mierda. Dicho así parezco un jodido psicópata. Pero tengo una buena excusa: la conversación con Ana sobre los dolores que sufre mi nueva compañera de trabajo me dejó pensativo. Llevo los últimos días dándole vueltas al tema y solo he llegado a una conclusión: quiero estar con ella. Quiero cogerle la mano cuando sienta una contracción. Quiero masajearle la tripa como he visto a Chris hacer con Nati alguna vez. Quiero hacerla reír y que se olvide momentáneamente del mal rato que pasa. Simplemente quiero estar a su lado.
El termómetro se acerca peligrosamente a los treinta y ocho grados cuando mis amigos salen del mar y corren hacia mí salpicándose arena como críos. Ana es la primera en llegar, seguida de Alain, y se deja caer en la esterilla como si fuera el más mullido de los sillones.
— ¡Auch!
—Mira que eres bruta —le digo con una sonrisa burlona.
—Habló el rey de las delicadezas.
—Por lo menos mi culo no está morado.
—Luego vienes al apartamento y lo soluciono en un momento.
Da una dentellada al aire que me arranca una carcajada. Ella se une a mí, pero enseguida sus labios se contorsionan en una mueca de dolor y se lleva las manos al vientre. Sigo sus movimientos cuando se tumba en su toalla con las piernas flexionadas y se pone las gafas de sol.
— ¿Una fuerte? —pregunto cuando la veo coger aire y soltarlo despacio.
—No más de lo normal. Esta tarde estaré en plena forma para cumplir mi promesa y dejarte el culo del color de las moras.
—Las moras son negras.
— ¿En serio? —se levanta las gafas para mirarme con confusión.
—Ajá —aguanto la risa como puedo.
—Pues menudo iluminado el que les puso el nombre.
Alain, que escucha nuestra conversación desde un segundo plano, se echa reír con su voz grave y rotunda, y yo no puedo hacer más que imitarle.
Ale y Sergio salen del agua entre risitas y pequeños empujones. Él la mira con diversión; ella agacha la cabeza, tímida, pero con una innegable sonrisa en sus labios. Al llegar a nosotros se sientan muy juntos el uno del otro y nos miran sin entender a que viene el descojone grupal.
—Ana —empieza la pequeña.
La aludida sigue a su rollo, balbuceando no sé qué sobre las moras rojas que hace reír aún más a Alain.
— ¡Ana! Escúchame —le da una patada en el costado.
—Auch. Ahora también voy a tener una mora en las costillas.
— ¿Qué?
Alain ríe más fuerte, contagiándome un poco a mí también.
—Da igual. ¿Qué pasa?
—Son las tres. Deberíamos llevarle algo de comer a Carla.
Un remolino en mi estómago. La sola mención de su nombre pone todos mis sentidos alerta y me borra la sonrisa de la cara. Sé que Carla ha preferido quedarse en el apartamento, lejos del mundo, como bien me advirtió Ana que pasaría.
—Marta se encarga de eso. Ha ido al restaurante del otro día a pedir comida a domicilio y se quedará a pasar la tarde con ella.
¿Por qué siento una mezcla de quejido y gruñido vibrando en mi garganta, pugnando por salir?
Carraspeo.
Aún sigue ahí.
Carraspeo de nuevo.
Noto la mirada de Sergio fija en mí y me giro en su dirección. Hay complicidad en sus ojos. Un brillo en el que reconozco a mi mejor amigo animándome, retándome a hacer lo que ambos sabemos que quiero hacer. La comisura de su boca elevándose y el guiño que me dedica no hacen más que confirmarme la telepatía especial que tenemos.
—Eh… Ana… Si quieres puedo ir yo a ver qué tal está Carla. —Empiezo titubeante— Es decir, hoy tengo la tarde libre y aunque la idea de que me pongas el culo morado es una tentación enorme, creo que Marta se lo pasará mejor por ahí contigo que encerrada en el apartamento.
Qué mierda de excusa. Suena ridícula hasta para mis oídos.
Ana enarca una ceja, mirándome con las gafas de sol puestas, y mis amigos hacen grandes esfuerzos para no romper a reír en cualquier momento. Cabrones.
—Además, estos dos me van a abandonar —digo señalándolos a ambos—. Sergio se va al Club con Alejandra, que creo que ya tienen preparado su dormitorio —mi mejor amigo pone los ojos en blanco ante mi referencia de la gran cantidad de tiempo que pasan allí—, y Alain tiene que enseñar la Gran Roca.
Ana se incorpora llevándose las gafas a lo alto de la cabeza. Intercambia una mirada con Ale en la que sobran las palabras. Está claro que Sergio y yo no somos los únicos con telepatía. Me pongo nervioso cuando los labios de la pequeña desaparecen en un intento por contener una sonrisa al tiempo que Ana pone una mueca de desconcierto.
Cuando finalmente se vuelve hacia mí tengo el tiempo justo de cazar al vuelo las llaves que me lanza.
—Como me entere que no la tratas como a una reina faltarán frutas en este mundo para ponerte el culo de su color.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

#ProyectoPlayaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora