XI

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Despegó sus labios lentamente y retrocedió un paso.

- Perdón, yo...

- No pidas perdón, Lucero.

- Bueno, ¿me dirás qué haremos hoy?

- ¿Qué te parece si mejor lo ves por ti misma cuando lleguemos?

- ¿Cuando lleguemos a dónde?

- Lucero, confía en . - aquellas palabras retumbaron en sus oídos creando un fastidioso eco. La última vez que Fernando pidió su confianza salió muy lastimada. - Hay errores que nunca volvería a cometer, como hacerte llorar. Pero te prometo que hoy estaremos a gusto, completamente.

- suspiró resignada y asintió. Que su razón perdiera las batallas contra su corazón se estaba haciendo una muy mala pero inevitable costumbre.

Salieron del hotel, tomaron un taxi y llegaron al puerto más cercano.

- ¡Fernando! -exclamó un hombre mayor vestido de blanco. - ¿Listos?

- Completamente. - sonrió.

- ¿Listos para qué? - inquirió Lucero curiosa.

- Para zarpar.

- ¿Eh?

- Iremos a la isla Cotoy, ¡Te va a encantar!

- Pensé que iríamos a un restaurante, a la playa o algo así.

- ¿Quién dice que no lo haremos?

- Ya...

- Anda, sube al yate, se nos hace tarde.

- ¿Tarde para qué?

- Lucero, ¿dejarás de hacer preguntas ya? - sonrió.

- De acuerdo. - abordó el enorme bote y se colocó sus gafas de sol. - ¿Es muy largo el viaje?

- Si sigues con tantas preguntas, lo será.

- Las hago porque no contestas ninguna.- Fernando sonrió y Lucero apartó la mirada. Aún necesitaba tiemp... ¿Tiempo? ¿para qué?

El yate empezó a avanzar rumbo a la paradisíaca isla. El sol, la brisa, el mar, la adrenalina que emitía el bote cuando se levantaba del agua y volvía a caer, la tranquilidad... Todo conjugaba en su favor para hacer de ese viaje algo muy romántico e íntimo. Pero eso no es este caso, Lucero, deja de ser tan patética, Pensó.

Te tuve y te perdí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora