Epílogo (2/2)

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Fernando P.O.V

Soporté la inquisidora mirada de Lucero por unos segundos que parecieron eternos. Mantenía su mirada fija en mí, esperando una respuesta.

- Te hice una pregunta. -siempre tan mandona.

- Me lastimé un día en el trabajo- mentí.

- Ya- asintió- Y yo me chupo el dedo.

-Lucero, yo...

- No, está perfecto. Si no quieres contarme, de verdad que no pasa nada, pero por favor no insultes a mi inteligencia- me mantuve en silencio mirándola esconder el enojo. Si había algo que Lucero odiara y detestara, eran las mentiras. Y ahí estaba yo como un imbécil tratando de engañarla. - ¿Puedes por favor pedirme un taxi?

- Me ducho y te llevo a casa, no tardo- caminé al baño, y cuando estuve debajo de la ducha, cerré mis ojos y dejé que mi mente volara.

Por la cabeza de Lucero de seguro que ni por error cruzaría lo que realmente había pasado, y era mejor así. No iba a ser buena idea recargarme en una pared estando la estructura débil, he ahí mis repentinas ganas de irme hacía años.

Estaba harto de mí mismo, de saber que yo era el típico idiota incapaz de actuar racionalmente. Mi vida era de impulsos, adrenalina, decisiones de último minuto, y hasta conocerla, mi vida iba maravillosamente bien viviendo como yo sabía y disfrutando como lo hacía. Lucero en mí significó cambios, matrimonio, familia, "felices para siempre", pero mi "para siempre" no duró lo suficiente como para ver a mi hija cambiar las muñecas por un teléfono móvil, los cuentos de hadas por una laptop, una tarde en el parque central por una tarde de compras, y lo más triste aún, es que no alcanzó para ver nacer a mi segundo hijo. Los últimos años habían sido la depresión y soledad hecha carne en mi vida, la pesadilla que me acompañaba todas las noches, el monstruo que temía encontrar debajo de mi cama aún sabiendo que no era nada, porque con eso me quedé, con nada.

Escuché un portazo que me sacó de mis pensamientos. Tomé la toalla y la envolví al rededor de mi cadera para salir. Abrí la puerta del baño encontrándome con todo un desastre en mi habitación.

- ¿Lucero? - salí de la habitación y escuché otro portazo, proveniente de la entrada principal. Joder, no ahora.

Regresé a mi cuarto especulando sobre lo que pudo haber visto. El contenido de cada uno de los cajones de las mesas de noche, estaba esparcido por todo el suelo. Me apresuré a recoger cada objeto para después ir tras Lucero, sabía que era imposible conseguir un taxi a esas horas de la madrugada en mi barrio, así que sabía que no podía ir tan lejos.

Cuando tuve casi todo listo de nuevo, me deje caer sobre la cama y suspiré sonoramente. Inmediatamente que mi espalda tocó el colchón, debajo de mí se escuchó doblarse un papel. Lo agarré y maldije la vida.

Tomé unos pantalones y la primera camisa que encontré y salí detrás de ella. Bajé hasta el estacionamiento, tomé mi auto y empecé a conducir en dirección opuesta a la que veníamos.
Las calles estaban vacías, ocasionalmente a estas horas son los malandros quienes se adueñan de los vecindarios para cometer sus actos de vandalismo, por eso tenía que poner pie al acelerador y encontrarla antes de que alguien más la viera caminar sola a las 2 de la mañana.

Avancé una, dos, tres cuadras más hacia el norte y la vi sentada en la acera.

- Sube al coche.

- Déjame en paz.

- ¿Estás dándote cuenta lo mucho que te estás exponiendo? Anda, sube ya.

Te tuve y te perdí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora