- No- respondió Fernando-, cuando Celeste esté aquí de regreso, te prometo que me iré. No te voy a dejar sola esta tarde, si es lo que te preocupa.
La voz de Fernando estaba a punto de quebrarse, pero no fue así. Sabía que en esos momentos, Lucero lo necesitaba más que nunca, pero luego sería un estorbo.
- De acuerdo- "¿de acuerdo? Por Dios, Lucero, no concibes una vida sin él y cuando él sugiere irse tú le dices que estás de acuerdo, ¿qué demonios te sucede?" - se recriminó así misma. Bajó la mirada sintiendo cómo sus ojos se inundaban de lágrimas nuevamente y un sollozo abandonaba su garganta.
Se levantó del sofá en completo silencio. La mirada de Fernando no se desprendía de ella, por eso cuando Lucero iba subiendo las escaleras y se giró para verlo, él se acercó a ella.
- No me preocupa estar una noche sola- susurró Lucero mirándolo fijamente-, me aterra pensar en pasar toda una vida sin mi esposo.
Los ojos de Fernando se abrieron como platos y el corazón empezó a latirle a 10.000 por segundo, pero decidió callar. Lucero terminó de subir las escaleras hasta la habitación principal de la casa, y después de pasar tiempo llorando, cayó profunda en los brazos de Morfeo.
Mientras tanto, Fernando fue a la cocina por algo dd comer; aún su ataque de claustrofobia en la mañana lo tenía algo ansioso y sólo conseguía calmarse comiendo algo. Después de prepararse un sándwich, insistirle a la Policía para que ayudaran en la búsqueda de Celeste y mirar el techo por horas, decidió echar un vistazo al resto de la casa.
Ya conocía la sala de estar la cocina y el comedor. Atravesó la primera planta y abrió la puerta que estaba en frente a la cocina, el baño para visitantes. Después de volver a cerrar la puerta, se acercó a la pequeña biblioteca al lado de las escaleras, ahí había una especie de estudio pequeño, con un sofá, más pequeño que el de la sala, de dos puestos, y empezó a ojear lo libros. La mayoría eran los que Lucero había leído tanto en la Universidad como por gusto.
Curioso, subió las escaleras y abrió la primera puerta de la derecha, otro baño. Se acercó al barandal y abrió la puerta que estaba justo en frente del baño que había abierto, en él había una cama doble, edredón blanco, un televisor, dos burós y un ventanal detrás de la cama. Seguramente ese era el cuarto de huéspedes.
Salió y abrió la siguiente puerta.
Su alma se desmoronó al darse cuenta que era el cuarto de Celeste. Sin vacilar, entró detallando cada cosa que había.
Las paredes eran blancas con pequeños apliques azules y verdes. A pesar de ser tremendamente vanidosa y femenina, a Celeste no le gustaba el color rosa. Fernando se acercó a la cama de Celeste y tomó el peluche que estaba recostado contra las almohadas, era un unicornio blanco y verde.
Era increíble que su hija se muriera fascinación por peluches de animales que ni existían, tenía algo así como una fijación por los unicornios desde que cumplió los cinco años y fue él precisamente quien se lo dio.
*Flashback*
- Cel, despierta.
- ¿Hmm?
- Feliz cumpleaños, adivina lo que escondo detrás de mi espalda - la retó Fernando.
- ¿¡Es un perro!? ¡MI CACHORRO!
- No, no es un perro. Sabes que tu mamá se moriría de pánico si te regalara un perro- Celeste lo miró con desánimo- pero es algo aún mejor.