- Solicitamos a nuestros pasajeros abrochar sus cinturones. Estamos prontos a descender en el Boston Logan International Airport.
- El regreso ha sido más largo que la venida. Estoy desesperada - se quejó Lucero. Había tenido unos cuantos mareos cuando recién despegó el avión. Estaba completamente destruida. 27 horas antes, había estado en un avión con la esperanza de encontrar a su hija y regresaba a casa totalmente desilusionada, triste, nerviosa, asustada, y esa desestabilización emocional más el embarazo, le estaba pasando cuenta de cobro.
- Ya vamos a llegar- le sonrió Nicolás.
- Gracias a Dios- las primeras horas del vuelo habían pasado con completa calma. Ambos hablaron de cada uno, sus vidas, sus experiencias, sus planes a futuro. Y después de vaciar el cajón de los temas "aptos" para la conversación, cada quien, en silencio, se acomodó en su silla e intentó dormir. Nicolás lo consiguió, pero Lucero no.
De hecho, envidiaba a cada persona que había subido con ella en ese avión. La mayoría, anhelando un maravilloso viaje, los demás regresando a casa, pero estaba ella, deseando encontrar a Celeste.
Afortunadamente, el avión empezó a descender. Las azafatas dieron la orden de colocar las sillas en la posición correcta, permanecer sentados y abrochar los cinturones.
El vacío que sentía a causa del descenso de la nave, hizo que se aferrase de manos y piernas a la silla, y así permaneció hasta que el avión terminó de carretear por la pista.
- ¡Ha salido todo perfecto! - exclamó Nicolás estirando sus piernas.
Lucero asintió y ambos se levantaron. Empezaron a caminar hacia la puerta de salida del avión como lo hacía todo el mundo. 20 minutos después, cuando ya estuvieron fuera del avión, se encaminaron a la salida. No tenían equipaje de mano, ni equipaje pesado y mucho menos, nadie los esperaba.
- No alcanzas a imaginar las ganas que tengo de llegar a casa.
- Necesito descansar también. Dormí horrible en el avión.
- ¿Escuchas eso? - Lucero detuvo su paso.
- ¿El qué?
- La gritería.
- Yo no oigo nada.
- ¡Shhh! Es porque estás hablando, cállate y escucha.
Nicolás calló e intentó prestar atención a lo que ella decía.
- Sigo sin escuchar nada.
- ¡Pero es que estás sordo! Ven conmigo.
Lucero tomó la mano de Nicolás y lo haló para que caminara a su paso.
- Lucero, no creo que tú estés en condiciones de presenciar un escándalo. Te puedes alterar y no es bueno para tu bebé.
- Ay, no me va a pasar nada. Sólo quiero saber qué demonios está pasando, luego ya nos vamos.
- No pensé que fueras de esas que...
- ¿Que les gusta el chisme? ¡Vamos, que esto no es chisme!
- Si tú lo dices...
La bulla de la gente fue incrementando la intensidad y el volumen. Frente a una de las tiendas de souvenires cerca a la sala de espera, se había formado un círculo.
- Hay un círculo lleno de gente, ¿eso era lo que querías ver? Míralo... ¿ahora sí ya nos podemos ir?
- Deja el afán, espérame aquí.