- ¿Qué haces aquí?
- ¿Se te olvida que esta casa es mía también?
- Vete.
- Yo no me voy a ir.
- Sal de mi casa, ahora.
- Oye, tenemos que hablar.
- No, ya, lárgate.
- Por favor, Lucero.
- De acuerdo, ¿qué quieres?
- Pedirte que... Me perdones por lo de ayer.
- Adrián, ¿por qué te metes siempre en mi vida privada, eh? ¿cuál es tu problema?
- El problema es que no te quiero ver cerca de Fernando.
- Es mi esposo.
- Se hizo pasar por muerto.
- ¿Y?
- ¿Te dio alguna explicación por haberlo hecho? Lucero, te engañó, tenía otra familia. Mía tenía la misma edad de Celeste, ¿te das cuenta? Te engañó desde antes de que se casaran.
- Ya basta de intrigas, vete.
- No, escúchame. Mira, yo quiero que Celeste y tú vivan conmigo, sé que no era la manera en que quería proponértelo, peto viajo a Colombia en unos días... Quiero que vengas conmigo.
- No.
- ¿Por qué no?
- Adrián, yo no te quiero de esa manera.
- Lo dices por Fernando...
- Lo digo por ti.
- Disfruto de compañía, Lucero, y de la de Celeste.
- Lo siento, Adrián.
- Me vas a acompañar, te guste o no.
- Vete. - caminó hasta la puerta de su casa y la cerró después de haber entrado junto con Celeste. Estaba cansada del cinismo de ese hombre, era cierto que se había ofrecido a ayudarle con los gastos de la casa, puesto que después de que Fernando se fue, las deudas caían sobre Lucero como la lluvia. Aseguró que, en cuanto pudiese, le regresaría todo el dinero que le prestó, pero como lo veía, ese momento aún tardaría.
Por un momento pensó que era Fernando quien la había llamado, ¡y qué tonta! Pensar que él regresaría a Boston con la única intención de buscarla después de todo lo que le dijo en la discusión.
Ya estaba dispuesta a recibir cualquier moneda cada vez que actuaba como ilusa, al fin y al cabo eso lo hacía de maravilla.
- Cel, ¿qué quieres de cenar?
- No quiero nada, má, gracias.
- ¿Por qué?
- Estoy llena.
- Pero tienes que cenar.
- ¿Tú sí tienes hambre? Yo siento que voy a explotar de tantas palomitas que comí en el cine.
- Cuando sientas hambre, me avisas.
- De acuerdo. - sonrió y caminó a su habitación. Lucero se quedó en la cocina una rato más, era cierto que aún sentía su estómago vacío a pesar de que había comido bastante.
Lo mejor sería llamar a programar una cita y aclarar sus dudas de una vez por todas, no podía quedarse con esa zozobra hasta que su cuerpo empezara a mostrar notables cambios.