Lucero se apartó rápidamente de Nicolás y miró a Celeste.
- ¿Qué necesitas, mi vida?
- Ya nada.
Celeste echó una última mirada a Lucero antes de devolverse enfadada a su habitación.
- Lucero, lo siento, yo no... si quieres déjame hablar con ella.
- No, retírate, por favor.
- Mi intención no fue incomodarte, Lucero, yo no quise que te molestaras.
- Nicolás...
- Perdón, fue el momento... No sé, pensé que entre tú y yo podía haber algo.
- Retírate, Nicolás, por favor.
- Está bien. Me iré, pero quiero que sepas que no me arrepiento, y tú tampoco deberías.
Lucero se recostó contra la encimera de la cocina pensando en qué explicación le daría a Celeste para eso que acababa de ver. Dejó pasar unos cuantos minutos mientras organizaba sus palabras, y cuando tuvo justo como pensó que funcionaría, tomó el impulso necesario para subir las escaleras y enfrentar el error que acababa de cometer.
- Cel- tocó la puerta-, Celeste, ábreme.
Pero sin importar cuántas veces tocara la puerta, Celeste no la abrió.
Lucero caminó hasta su habitación después de apagar todas las luces de la casa. Dejó la puerta del cuarto abierta por si cualquier cosa se le ofrecía a Celeste en mitad de la noche y trató de descansar.
****
A la mañana siguiente, después de que el noticiero pronosticara el día como lluvioso, Lucero, tal como se lo prometió el día anterior a Celeste, la llevó al hospital a ver a Fernando.
El trayecto casa-clínica transcurrió en completo silencio. A Celeste se le veía bastante seria y a Lucero bastante decaída. ¿Cuándo llegaría la estabilidad emocional que ella necesitaba?
Tenía que aceptarlo, de un tiempo para acá, su vida se había vuelto un revuelto de problemas que conllevaban al desastre más grande y especial de su vida: Fernando.
Una muerte fingida, la infidelidad de Fernando por tantos meses, el embarazo, la desaparición de Celeste, Fernando en el hospital, Nicolás... Ya era hora, pensó, ya tenía suficientes motivos para volverse loca.
Al llegar al hospital, Celeste corrió hasta la habitación de Fernando después de anunciar su llegada.
- ¿Cómo amaneces, pá?
- Mejor, ¿y tú?
- Bien.
Lucero permaneció al margen de la situación y se quedó en la puerta de la habitación. De vez en cuando, Fernando la miraba como esperando que ella se acercara a contarle su día como lo hacía Celeste, pero en cambio de eso, Lucero se comportaba como una simple desconocida con ganas de cualquier otra cosa menos de hablarle.
Pero la verdad es que Lucero la tenía liada en su cabeza. No tenía necesidad de sentir lo que sentía, que eran ¿celos? ¿envidia? porque quiso ser ella la que estuviera frente a Celeste escuchando con atención cada palabra que su hija pronunciaba.
Después de un rato de estar frente a la puerta, Lucero decidió caminar hasta el sofá para sentarse.
- ¿Y cuándo regresas a la escuela? - inquirió Fernando