Su alarma sonó a la hora habitual, despertó y como era costumbre, miró por la ventana esperando ver los primeros rayos del sol.
La paz que ese escenario le traía era inmensa, y le recordaba el primer llanto de quién dormía en el cuarto de junto, su hija.Se bañó, y se alistó con su uniforme de trabajo del monótono viernes. Luego fue al cuarto de Celeste para despertarla.
- Cel, despierta. - la sacudió suavemente.
- Má, no quiero ir a la escuela hoy.
- ¿Por qué?
- Quiero ir a visitar a papá. Hace mucho no vamos.
- Cel, yo no puedo faltar al trabajo.
- Tú ya no lo extrañas, ya lo olvidaste porque ya no lo quieres.
- Celeste, si vas a ir a la escuela, te espero a desayunar en diez minutos. -se levantó de la cama escondiendo sus ojos rojos.
- Perdón mamá.
- No hay cuidado, te espero abajo. -salió del cuarto de Celeste y bajó a la cocina. Oír mencionar a Fernando le dolía en el alma, cada noche lo recordaba y se hundía en un llanto silencioso para no despertar a su hija. Era su marido, y el arrepentimiento cada vez que lo recordaba era enorme.
- Mamá, ya estoy lista.
- Te ves hermosa.
- ¿Por qué me lo dices siempre?
- Porque es cierto. - Celeste tenía 9 años. Su cabello era lacio, rubio oscuro hasta mitad de espalda. Sus ojos eran café claro, completamente hermosos. - Aquí tienes, provecho.
- Mamá, ¿no desayunas conmigo?
- No Cel, no hay mucho tiempo.
- ¿Estás enojada?
- ¿Por qué habría de estarlo?
- Por lo que dije hace rato...
- Claro que no. Es más, vamos mañana a visitar a Fernando.
- ¿¡EN SERIO!?
- Seguro, si te levantas temprano.
- ¡SÍ ¡SÍ! ¡SÍ! - Terminó de desayunar, y juntas caminaron hasta el colegio de Celeste, que estaba de camino a la oficina de Lucero.