Llegaron al puerto y rápidamente Fernando bajó a la aún adormilada Lucero.
- Bonita, ya llegamos.
- ¿Uhmm?
- Ya llegamos, ¿estás bien?
- Un poco mareada... - colocó la mano en su cara tapando sus ojos del sol. - No vuelvo a montarme en un barco nunca más.
- Exageras, a lo mejor fue el sushi. -rió.
- No vuelvo a salir contigo nunca más, entonces. - repitió.
- ¿Tenías planeado hacerlo?
- Llevame al hotel, por favor.
- ¿Segura estás bien?
- Sí, quiero dormir, por favor Fernando.
- De acuerdo. Tomemos un taxi.
Agradecieron al Francisco por su servicio, y se despidieron cortésmente. Caminaron un poco hacia la transitada avenida buscando un taxi, pero no se alcanzaba a ver ninguno.
- Entremos aquí.
- ¿Por qué? ¿Para qué?
- Estás cómo un papel y no quiero que te desmayes o enfermes.
- Qué considerado de tu parte.
- ¿Quieres algo de tomar? - inquirió apartando la silla para Lucero.
- Agua, gracias.
- De acuerdo, iré a pedirla... No te muevas.
- No hay manera de que lo haga, estoy a punto de mori-.
- Nunca vuelvas a decir eso. - la interrumpió y su semblante cambió drásticamente. - Iré por tu agua.
- Gracias. - susurró y recostó su cabeza entre sus manos deseando que esa incomodidad se pasara pronto.
Era un bonito detalle de Fernando preocuparse así por ella, pero seguía siendo algo raro.
- Mira, la señora de allá - señaló una anciana detrás de la caja- Me dijo que te trajera un agua de limón con un poco de azúcar... Estás muy pálida.