(...)
-¿Hay algo que podamos hacer? -susurró una voz femenina, tensa y preocupada.
-No... el chico está al borde de sobrepasar los límites de la magia. -La voz grave de un hombre resonó en la penumbra, mientras observaba la luz de la luna filtrarse por la ventana.
-No lo entiendo... atacamos su punto más débil...
Un silencio cargado de tensión se apoderó de la habitación.
-Eso era antes. -El hombre exhaló pesadamente-. La profecía ha cambiado. Ya no se trata del "Niño que Vivió". Ahora es "el hombre que alzó su magia... por la ira de perder a su amor".
La mujer contuvo el aliento.
-¿Quieres decir que... al empujarlo al dolor, solo hemos desatado algo peor?
-Exactamente. -El hombre apretó el puño-. Cometimos un error al provocarlo... y ahora, por nuestra propia imprudencia, hemos despertado un poder que el Señor Tenebroso jamás podrá poseer.
El aire en la habitación se volvió más pesado.
-Entonces... ¿qué hacemos ahora? -preguntó la mujer, con un deje de desesperación en su voz.
El hombre no respondió de inmediato. En su lugar, giró el rostro hacia ella con expresión severa.
-¿Has hablado con él?
La mujer se tensó y desvió la mirada hacia la ventana, su reflejo distorsionado en el cristal.
-Draco no quiere saber nada de nosotros...
-Narcissa... -El tono del hombre se suavizó levemente-. ¿Te arrepientes?
Las lágrimas comenzaron a acumularse en los ojos de la mujer.
-Cada día... desde que Draco se alejó de nuestro lado. -Su voz se quebró-. ¿Qué hemos hecho, Lucius?
Lucius Malfoy no respondió de inmediato. Solo cerró los ojos, sintiendo por primera vez en años el peso de sus propias decisiones.
Y por primera vez... temió lo que vendría después.
Narcissa bajó la mirada, sus delicadas manos temblaban sobre su regazo. La idea de perder a Draco de manera definitiva le oprimía el pecho como un yugo invisible.
-Debemos encontrarlo, Lucius -susurró, con un dejo de súplica en su voz-. Si la profecía ha cambiado, si ahora todo depende de él... entonces debemos asegurarnos de que esté del lado correcto.
Lucius abrió los ojos lentamente y clavó su mirada en la de su esposa. Su expresión era inescrutable, pero el endurecimiento de su mandíbula delataba su desacuerdo.
-No.
Narcissa frunció el ceño, sorprendida por la firmeza de su respuesta.
-¿No? ¿Por qué?
Lucius se incorporó y caminó hasta la ventana, observando el paisaje sombrío más allá de la Mansión Malfoy. La luna proyectaba sombras largas sobre los jardines, como si la misma noche se estuviera alargando para envolverlos en su incertidumbre.
-Porque Draco no es un niño, Narcissa. Es un hombre con voluntad propia -dijo con un tono grave-. Y si hay algo que aprendí en todos estos años, es que no podemos controlar su destino.
-No hablo de controlarlo -insistió ella, poniéndose de pie-. Hablo de guiarlo.
Lucius dejó escapar un suspiro, pero no se giró para mirarla.
-¿Y si al buscarlo lo empujamos de vuelta hacia el Señor Tenebroso?
Narcissa parpadeó, desconcertada.
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