Prólogo

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La rutina después de las vacaciones era un completo desastre.

Despertar temprano para ir presentable al instituto, correr con las atolondradas de mis amigas para no llegar tarde a las clases y escuchar las aburridas lecciones de los profesores.

Como acostumbraba, me había despertado con la quinta repetición de la alarma, comenzaba a considerar que debía cambiar de tono antes de terminar a odiando esa canción.

Encendí el agua caliente y aún medio dormida terminé de asearme, elegí unos pantalones jeans ajustados de color negro, una camiseta blanca y una chaqueta roja con cuadros negros ¿O era negra con cuadros rojos?

Bajé y como de costumbre, la casa estaba vacía; mi madre era una de las médicas en el programa "Médicos sin fronteras" y se encontraba salvando vidas en Afganistán, estaba orgullosa de ella, pero su ausencia dolía en los momentos en los que la necesitaba y la constante preocupación por su bien propio me carcomía. Mi padre, por otro lado, lo daba todo por mi bien, aunque su trabajo también lo ocupaba bastante, era el gerente de una empresa de seguros. Tenía todo lo que una chica de 18 años deseaba tener, menos a ellos conmigo.

¿Hermanos? No, ya no tuvieron tiempo para procrear.

Encontré una de sus típicas notas sobre la mesa junto con el desayuno listo, en ella se leía "Que tengas un buen día cariño, te ama...Papá."

Tomé el desayuno, llevé los trastos al fregadero y salí rumbo a la escuela. Al llegar me encontré con mis amigas y diez minutos tarde, llegamos a nuestra primera clase de último año.

- ¡Oh! Miren quienes aparecieron –dijo la maestra, con desprecio- Skyler Collins, Samantha Kay y Meghan Dallas ¡Qué alegría!

-Decidimos honrarla con nuestra presencia señorita Brown -dijo Sky, buscando bronca como siempre.

- ¿Pero qué clase de educación te dieron, niña? -masculló indignada la profesora, mientras que Sam y yo intentábamos contener la risa.

-Creo que eso no le incumbe, señorita Brown -apuntó mi amiga, pasando a los asientos de atrás.

No pude aguantarme y solté una enorme carcajada que hizo que la indignada profesora me aniquilara con la mirada. Pasé al fondo junto con Sam, sintiendo las miradas de nuestros compañeros, pero una de ellas me quemaba la piel, dirigí mi rostro, siguiendo aquel rastro de calor, y lo vi.

-Dallas, ¿Qué espera para tomar asiento? –llamó mi atención la maestra, obligándome a sacudir levemente la cabeza en lo que luchaba por despabilarme del momentáneo encanto que el nuevo del salón había infundado en mí

La maestra continuó con la explicación, cuando de nuevo sentí su mirada en mí, volteé la cabeza y sentí un escalofrío al ver que me observaba con una suerte de amenaza en los ojos. Esos oscuros ojos...

No tientes a la bestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora