Adelanto

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Por un momento, estando en los Campos Elíseos, creí en los finales felices, creí que había tenido el mío.

El día en que finalmente la tuve entre mis brazos, a ella, a mi niña, fui testigo del amor más grande e incondicional que pude sentir en la vida, y volví a confirmar, gracias a ella, que los demonios eramos perfectamente capaces de amar y ser amados.

Habíamos creado a un ser tan pequeño, de apariencia tan vulnerable e inocente; sin embargo, siendo hija mía y de su padre, era imposible ignorar que dentro de ella, el mal germinaba y amenazaba con brotar, echando raíces y luciendo los ostentosos pétalos de la perversión.

Nuestros peores temores se hicieron realidad, su maléfica naturaleza clamaba por salir a flote a pesar de nuestros inconcebibles esfuerzos.

Ya no lo podíamos ocultar, Astrid formaba parte de un legado maligno.

No tientes a la bestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora