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Centré toda mi energía en dar con el paradero de Connor, pero algo no andaba bien; me encontraba frustrada tras aparecer dos veces en sitios distintos sin señal alguna del anticristo, el tiempo seguía corriendo y temía llegar demasiado tarde.

Intenté mantener la calma, tal vez solo estaba demasiado ofuscada por la presión del momento. Cerré los ojos, tomé varias respiraciones profundas, inhalé y exhalé y en cuanto los volví a abrir me encontraba en un lugar distinto, el olor a muerte que inundaba la zona me confirmó que había logrado mi cometido, Connor se encontraba cerca. Celebré internamente.

El paisaje desolado de una base militar surgió ante mí, dándome una idea de lo que Connor tenía en mente. Me dirigí a las vallas metálicas que separaban la gigantesca estructura del exterior y tras comprobar que ninguna persona se encontraba en el radio, deslicé la valla que permitía el acceso sobre sus rieles con un movimiento de manos no me arriesgaría a sufrir una descarga eléctrica al entrar en contacto con la misma.

El ruido de mis pisadas al impactar contra el cemento era lo único que se oía en todo el lugar, me extrañaba que la base no se encontrara rodeada de militares resguardando la zona; a medida que avanzaba, la atmósfera se volvía más densa, podría decir incluso que sentía la presión que la misma ejercía sobre mis hombros.

Por precaución, eché un vistazo a lo que me rodeaba, las luces encendidas en la garita de vigilancia en tierra eran lo único que iluminaban una porción del lugar, además de la gran luna llena que bañaba los alrededores con su característico e imponente brillo plateado.

Vencida por la incertidumbre, me acerqué a la garita; deseé no haberlo hecho en el mismo instante en el que asomé la cabeza dentro. No estaba preparada para recibir el impacto de la escena con la que me encontré:

El uniformado que, suponía, cubría el turno de guardia, se encontraba tendido en su silla, inerte, con la mandíbula desencajada en un ángulo antinatural y los ojos muy abiertos y volteados, semejantes a huevos cocidos.

-Carajo –susurré en cuanto recuperé el aliento.

Mi estómago estaba revuelto, por lo que tuve que poner todo de mi parte para mantener los jugos gástricos en el interior de mi organismo.

Una vez que la sangre volvió a llegar a mi rostro y los latidos de mi corazón se regularizaron, dirigí mis pasos a la estructura de concreto; las puertas se encontraban abiertas de par en par a manera de siniestra invitación, al poner un pie dentro la sensación térmica descendió de forma abrupta, incluso se distinguía el vaho que se formaba con cada respiración que daba y que se condensaba en el medio.

Allí dentro, identifiqué la causa de que toda la base careciera de señales de vida mediante la dantesca escena que se desplegaba ante mí: la luz de la luna que se filtraba por las ventanas del complejo iluminaba a una incontable cantidad de hombres que yacían exánimes en las baldosas, gran parte de ellos con la misma expresión vacía e inhumana que la del soldado del puesto de vigilancia.

Moscardones se desplazaban sobre los cadáveres en una gran masa grisácea, casi corpórea, sus zumbidos eran todo lo que se alcanzaba oír además de mi propia respiración.

Casi de inmediato, logré distinguir el olor a azufre que inundaba toda la instalación por sobre el herrumbroso tufo a sangre, así que con todos mis sentidos alerta me dispuse a localizar la fuente del mismo; nada, todas las puertas daban a habitaciones vacías y alguna que otra desierta oficina.

Bufé hastiada, hasta que de pronto, un casi imperceptible ruido metálico se hizo presente a mis espaldas; giré sobre mis talones lentamente y ante mis ojos las hojas de acero que conformaban las puertas de un elevador se dejaron apreciar.

No tientes a la bestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora