- ¿¡Qué has hecho!? –grité, apartándolo de mi camino de un solo empujón y corriendo hacia Azazerc, trastabillando en la arena con cada zancada que daba.
El trayecto hasta él se volvió eterno, mis tobillos se hundían en la tierra y ésta tiraba de mí con tanta fuerza que temía acabar sepultada.
-Basta –gruñí, sacando un pie tras otro, con todas mis fuerzas centradas en dar un paso más y luego otro hasta llegar hasta él.
Pero la tierra seguía tragándome, el sol me quemaba la piel, el esfuerzo se dejaba notar en una gota de sudor que se deslizaba desde mi cien.
- ¡Basta! –bramé sin pensarlo, sobresaltándome a mí misma.
En ese mismo instante la tierra que me cubría las pantorrillas se abrió, esparciéndose y dejando un cráter a mi alrededor. Retomé el paso y acorté la distancia entre nosotros con un ligero trote, hasta que caí sobre mis rodillas, rendida y desgastada, junto al pecho de Azazerc, cuyas respiraciones eran lentas y alarmantemente pausadas.
-Azazerc, maldición, abre los ojos –murmuré tomando su rostro entre mis manos y esperando a que sus párpados me permitieran ver aquellos ojos grises de nuevo.
Pero sus ojos apenas se abrieron, revelándome entre sus párpados unas pupilas completamente dilatadas, convirtiendo el gris en negro, antes de volverlos a cerrar.
Pasó la lengua por sus labios entreabiertos, soltó un resoplido y me dedicó una débil sonrisa.
-Megh –susurró.
-Azazerc ¿Qué hago? –estaba al borde de la desesperación, aquel típico nudo en mi estómago comenzó a ascender, oprimiéndome el pecho en el camino, y deteniéndose en mi garganta, para llenarme los ojos de lágrimas.
-Megh –levantó una de sus manos y acaricio mi rostro.
-Abre los ojos Azazerc –con mucho esfuerzo lo logró, y con los ojos entornados me respondió.
-Cruza el portal, Megh –su voz era apenas un murmullo en el viento.
-Tú vendrás conmigo –traté de ponerme en pie y ayudarlo a incorporarse, en un vano intento de ayudarlo, pero me detuvo.
-No, Meghan, mi tiempo aquí se ha acabado –no pude controlar las lágrimas, que, impulsadas por sus palabras, cayeron de mis ojos.
- ¿Qué? –mi voz se quebró- Azazerc, tú tienes que acompañarme, estarás bien, de seguro allí podrás reponerte, no puedes abandonarme, no sé lo que me espera, no sé cómo llegar a mi padre, por favor –rogué, lanzándome a llorar en su pecho.
Una de sus manos acarició mi cabello.
-Estaré bien, Meghan... y tú también lo estarás... estaré para ti en los momentos de urgente necesidad.
Levantó mi rostro, obligándome a que lo mire.
-Solo di tu nombre, Megh, te abrirá muchas puertas –una sonrisa débil tiró de la comisura de sus labios, secó las lágrimas de mi rostro en tanto sus ojos se empañaban.
-Abrahem... ella...
-Ella lo entenderá –murmuró.
-No me dejes –susurré.
-No lo haré, Megh... no lo haré.
Su pecho se infló por última vez, y me quebré en un estallido de gritos desgarradores cuando expulsó su último aliento.
La brisa se llevaba mis gritos y lágrimas, mientras mis hombros se sacudían sobre el cuerpo sin vida del único ser infernal en el cual confiaba. Un ventarrón nos azotó con violencia y lo que era Azazerc, aquel rubio ceniciento de ojos grises, se fue, convirtiéndose en polvo, confundiéndose con la arena.
Se había ido.
Tomé la tierra entre mis manos y entre gritos de dolor y maldiciones, juré que acabaría con Connor de la misma forma en la que él lo hizo con mi madre y Azazerc, lo destruiría.
La tierra terminó de deslizarse entre mis dedos, ya solo quedaba polvo en mis palmas; me sequé las lágrimas, llena de ira y me puse en pie, lista para enfrentar a ese mal nacido, pero como era de esperarse, él había desaparecido. Gruñí frustrada, ya sólo quedaba una cosa por hacer: Ir a por él.
Con pasos sorprendentemente decididos, me acerqué al portal, y sin detenerme ni un solo segundo ni mirar atrás, lo atravesé, pensando en todo lo que haría con ese animal cuando lo encontrara.
Una fuerte corriente me atravesó cuando crucé el muro invisible, provocando que mis músculos se contraigan y poniéndome rígida al instante. La atmósfera había cambiado completamente, el aire se había vuelto pesado y un leve olor a azufre se distinguía en él, la oscuridad era intensa, sin comparación alguna, se extendía a lo lejos, me rodeaba, me sentía en el completo vacío.
Abrí los ojos a más no poder para asegurarme de que la oscuridad no se debía a que los tenía cerrados, pero siempre los tuve bien abiertos. A lo lejos, un pequeño punto anaranjado se dejaba ver, diminuto en la distancia. Poco a poco, el resplandor fue creciendo, balanceándose, acercándose a mí, me encontraba paralizada, no me imaginaba qué o quién podría ser el portador de aquella luz, o si ésta tenía vida propia.
- ¿Eres consciente de que una vez cruzado el portal del río Aqueronte ya no hay vuelta atrás? –una voz cavernosa resonó, haciendo eco a mi alrededor y sobresaltándome, quería protegerme la espalda pegándome a la pared, pero al retroceder no había dado con nada.
No tuve más remedio que asentir con la cabeza, pero al notar que no tenía idea del origen de la voz y de que tal vez no podría distinguirme en las tinieblas, hice acopio de todas mis fuerzas para sonar firme y segura.
-Sí, estoy consciente de ello.
Cuando el eco de mi voz calló, nada más se dejó oír.
La fuente de luz se encontraba a unos metros de mi rostro, cegándome por unos segundos, por lo que me cubrí los ojos con las manos; al abrirlos y adaptarme al brillo que emitía la lámpara de aceite seguí con los ojos al dueño de la huesuda mano, que dejaba ver un rostro esquelético y demacrado de ojos hundidos.
-Tienes el alma bastante sucia como para no haber muerto al atravesar el portal, espero que no seas una pérdida de tiempo –la severidad en su voz me incomodaba.
-No lo soy –musité.
-Bien ¿Tienes las monedas de oro? –preguntó y mi mente ató los cabos sueltos.
-Eres Caronte, el barquero ¿Verdad?
-No estoy aquí para responder a tus preguntas ¿Tienes las monedas o no? –espetó con saña.
Me palpé los bolsillos y la sangre abandonó mi rostro al notar que estaban vacíos.
-Si no las tienes tendrás que quedarte aquí por el resto de la eternidad, vagando en la oscuridad –una sonrisa maliciosa me reveló sus puntiagudos dientes amarillentos.
- ¿No puedo darte otra cosa? Debes de tener algún otro precio –dije de forma atropellada, me oía desesperada, lo que alimentó a la sonrisa del viejo haciendo que se ensanche.
- ¡Vamos! ¿Qué más tendrías tú que ofrecerme? –se mofó y comenzó a darme la espalda.
Había dado justo en el clavo, no tenía nada. La exasperación comenzó a invadirme hasta que recordé lo que Azazerc me había dicho, mi nombre.
-Me llamo Meghan, Meghan Dallas –vociferé.
El anciano detuvo sus pasos al oír mis palabras y me dedicó una mirada de soslayo, por encima de su encorvado hombro.
-Sígueme.
Y así lo hice, caminé tras él por bastante tiempo, la superficie del piso era plana y limpia, no se asemejaba a nada, ni a la tierra, ni al lodo, ni al césped y mucho menos al agua, lo que hizo que la curiosidad reluciera a flor de piel.
- ¿Y la barca?
Caronte se detuvo.
-Será mejor que guardes silencio si no quieres acabar en medio de la nada –amenazó.
Así fue como seguimos el camino en silencio, hasta que ante nosotros se dejó ver un rectángulo de luz del tamaño de una puerta.
-Bienvenida al inframundo –pronunció de forma arisca.
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No tientes a la bestia
General FictionLos tres mandamientos de la Bestia: Regla número 1: Obedecerás a la Bestia. Regla número 2: Venerarás a la Bestia. Regla número 3: No tentarás a la Bestia. Pero ¿Qué puedes hacer cuando la Bestia te pone las cosas difíciles? 22/01/17 #21 en ficción...