Desperté como siempre, me duché como siempre, desayuné como siempre. En fin, seguí la monótona rutina de siempre. Decidí caminar hasta el colegio, no me sentía en condiciones de conducir.
Me coloqué los auriculares y dejé que Adele me envolviera mientras caminaba, tras unos minutos andando fijé eché un vistazo a mi reloj, iba tarde y me encontraba lo suficientemente lejos de casa como para volver, me tardaría el doble, dolía decirlo, pero la única solución sería emprender una carrera por las siguientes seis cuadras. Así que corrí como si no hubiese un mañana, controlé el tiempo: cinco minutos para que iniciara la primera clase. Bufé con cansancio, tropecé varias veces, pero retomé el equilibrio y aceleré el ritmo de mis zancadas, miré de nuevo el reloj: tres minutos y aún quedaba mucho camino que andar.
Mi torso cayó con agotamiento, apoyé mis manos en las rodillas mientras recuperaba el aire que había perdido y maldecía en mi fuero interno por haber decido ir caminando sin antes comprobar el tiempo que tenía disponible, me debatía entre darme por vencida y volver a casa o arriesgarme a llegar tarde nuevamente y soportar los regaños de la señorita Brown, cuando de pronto una bocina interrumpió mi lucha interior.
Era Sky, quien con entusiastas ademanes me instaba a meterme a su auto, así lo hice, agradeciendo a todas las deidades el que enviaran a mi amiga a mi rescate.
-Te debo la vida –musité tras saludarla con un rápido beso en la mejilla en lo que ella pisaba el acelerador.
-Lo sé –sonrió.
A pesar de la mística intervención de Sky, perdimos tiempo en encontrar un espacio en el estacionamiento, por lo que, inevitablemente, llegamos tarde.
-Una llegada tardía más y tendrán que venir sus padres –advirtió la señorita Brown en cuanto posó sus filosos ojos en nosotras.
-Sí señorita, será la última vez- me apresuré a decir antes de que Sky montase una de sus tan conocidas escenas.
-Bien, tomen asiento.
Resultó cuestión de segundos, en cuanto tomé asiento volví a sentir esa profunda mirada quemándome la piel, tomé una profunda respiración y me giré para encararlo, le dediqué una, para nada disimulada, mirada de advertencia, una corriente me recorrió la columna vertebral en el mismo instante en el que nuestras miradas se encontraron, la profunda oscuridad de sus ojos resultaba atrapante, finalmente, se dignó a desviar la vista, celebré internamente y me dispuse a prestar atención a la perorata de la maestra Brown.
-Señor Reid, deje de mirar por la ventana y preste atención a la clase –llamó la atención la maestra, interrumpiendo momentáneamente su explicación.
El chico no apartó los ojos de la ventana, dirigí mi mirada a donde estaba la suya e inmediatamente quedé petrificada al presenciar la escena que se estaba desarrollando en el exterior: Una pequeña ave estaba retorciéndose de dolor, doblándose de una forma extraña y antinatural, mientras se elevaba cada vez más y más, hasta alejarse de mi campo de visión, mientras esto ocurría, Connor ladeaba la cabeza y entrecerraba los ojos, no lucía para nada sorprendido, más bien, parecía ser el causante del sufrimiento de la pobre ave, a pesar de que la lógica descartaba esa posibilidad.
De pronto, algo cayó desde lo más alto del cielo, pasó como una bala por la ventana y se estrelló de forma estrepitosa contra el suelo. Ahogué un grito.
- ¡Señor Reid! La mirada aquí por favor –volvió a exclamar la profesora.
Él dirigió sus ojos a mí, inclinó la cabeza en dirección a la ventana y volvió a observarme con la misma mirada aterradora, desvié la vista e intenté tranquilizarme porque no lograría nada así.
El timbre sonó y salí disparada hacia donde el ave había caído, quedé impactada ante la imagen de entrañas y sesos que se hallaba en frente. Sentí una vez más esa brisa caliente, pero esta vez, también la presencia de alguien.
-Tú... ¿Tú viste eso? -me armé de valor y pregunté.
-Lo hice para advertirte sobre lo que estás quebrantando –su voz era exactamente como me la imaginaba, grave, cavernosa, algo rasposa.
- ¿Quebrantando? -la confusión me embargó.
-Las tres reglas principales- dijo mirándome fijamente.
-Fuiste tú- afirmé, con los vellos de punta, él sólo asintió, con sus ojos negros clavados en los míos.
- ¿Qué quieres de mí? ¿Quién eres?
Como toda respuesta, me tendió una pequeña nota, la tomé con manos temblorosas, me dedicó una última mirada antes de marcharse y dejarme plantada en mi sitio con un mal presentimiento y muchas preguntas surgiendo en mi mente.
Me apresuré en leerla, en la misma letra roja y pulcra que la nota anterior, se leía:
En el bosque, al anochecer.
Connor Reid.
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No tientes a la bestia
Ficção GeralLos tres mandamientos de la Bestia: Regla número 1: Obedecerás a la Bestia. Regla número 2: Venerarás a la Bestia. Regla número 3: No tentarás a la Bestia. Pero ¿Qué puedes hacer cuando la Bestia te pone las cosas difíciles? 22/01/17 #21 en ficción...