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Luego del almuerzo, Ted dejó a las chicas en sus respectivos hogares y una vez que habíamos llegado a la urbanización en donde vivíamos se ofreció en hacerme compañía, pero le expresé mis deseos de descansar y estar sola un momento, a lo que él, tras pensarlo varios segundos, no puso objeción y se marchó, no sin antes mencionar que estaba a solo una llamada de distancia.

Terminé de ducharme, me preparé un sándwich y fui al estudio de papá, junto al teléfono fijo y mientras esperaba la llamada de mamá mirando al techo con la cabeza apoyada en el posa brazos del gran sillón de mi padre no pude evitar dirigir mis pensamientos a aquel chico de mirada intimidante, algo en él me instaba a huir lejos de su presencia pero el misterio que manaba de cada uno de sus poros me intrigaba de verdad, tal vez era cierto aquello de que los chicos malos atraían de sobremanera a las chicas.

De pronto, el sonido del timbre interrumpió de forma tajante mis pensamientos, sobresaltándome al punto de incorporarme de forma brusca y clavar mis uñas en el mullido sillón. No esperaba a nadie, estaba segura de que las chicas se encontraban en sus casas, muy metidas en sus asuntos como para irrumpir en la mía de forma imprevista, además, ni ellas ni Ted tocaban el timbre al llegar, entonces ¿Quién podría ser?

Me dirigí a la puerta con cautela, tan sobreactuada como si de una película de terror se tratase, solté una risa al imaginarme en estos momentos atemorizada sin sentido alguno, no creía que, a algún ladrón, asesino serial o violador se le ocurriera tocar el timbre antes de cometer algún crimen ¿O sí?

Me encontraba en un debate mental en donde acabé culpando a Sky por sus películas de terror y a Sam por sus series criminales cuando mis manos se hicieron de la perilla y sin más rodeos abrí la puerta, preparada para gritar en caso de que se tratase de alguno de los personajes anteriormente mencionados.

Mi disgusto fue grande al notar que no había ninguna persona parada en el portal, tal vez habían sido los niños de los vecinos que se encontraban gastando bromas como mis amigos y yo lo seguíamos haciendo a pesar de haber acabado la primaria hace mucho tiempo atrás. Tal vez los niños seguían escondidos tras los arbustos que ornamentaban los alrededores del jardín, la jugarreta no me había molestado en lo absoluto, pero jugarles una mala pasada amenazándolos con ir junto a sus padres sería divertido, por lo que eché un vistazo a los alrededores de mi casa.

La confusión surgió en mi interior al ver un sobre de papel a unos metros de mis pies, no recordaba haberlo visto cuando había llegado. Me incliné a tomarlo, el sobre no tenía nada ni al dorso ni al frente; decidida a descubrir su contenido, volví a internarme en el recibidor de mi hogar y en cuanto mi pie empujó la puerta principal, cerrándola de un golpe, abrí la carta.

Estaba escrita con tinta roja y una pulcra grafía, agradable a la vista, pero una vez que leí las palabras que en ella se encontraban mis cejas se fruncieron con temor y un escalofrío me recorrió la columna vertebral.

Regla número 1: Obedecerás a la Bestia.

Regla número 2: Venerarás a la Bestia.

Regla número 3: No tentarás a la Bestia.

Eso era todo lo que decía en ella. Tres reglas mencionando a la Bestia, pero ¿Quién era "La Bestia"? ¿Quién había dejado el sobre en mi puerta? ¿Era parte de algún macabro juego? ¿O una invitación a alguna de esas fiestas tematizadas?

El sonido del teléfono me sobresaltó, mi ritmo cardíaco se aceleró precipitadamente una vez más, pero mi reacción inmediata fue lanzarme en una carrera hacia el estudio de mi padre, por fin era la, tan ansiada por mí, llamada de mi madre.

- ¡Mamá! -dije entusiasmada al descolgar el teléfono, sin siquiera dudar de que fuera ella, ya casi nadie utilizaba la línea fija para comunicarse hoy en día.

-Hola cariño, ¿Cómo estás? ¿Cómo vas con el instituto? -su voz aterciopelada preguntaba de forma atropellada, ya que a veces la línea se cortaba.

-Estoy bien ahora que escucho tu voz, el instituto no está tan pesado como para ser el último año, aún -mencioné rodando los ojos- ¿Tú cómo estás, Má?

-No debes preocuparte por mí, cielo, estoy en una zona segura -su voz se suavizó, pero su intención de tranquilizarme era inútil.

-No me pidas que no me preocupe por ti, mamá, nadie está seguro en Afganistán -escupí, con más irritación de la que deseaba transmitir en mi voz.

Mamá soltó un suspiro y simplemente cambió de tema.

- ¿Y tu padre?

-En Canadá, le surgió un viaje de última hora.

-Oh, entiendo –su tono había adquirido un carácter gélido- ¿Te estás quedando sola?

-Tranquila, mamá, sé cuidar de mí misma, después de todo lo hice todo el tiempo, ya no tengo 13 años, por si no lo recuerdas -no pude evitar soltar esas filosas palabras y mentiría al decir que soltarlas no había surtido ningún efecto en mí.

Tras un silencio en la línea mamá habló, lo supe en ese mismo instante, mis palabras también le habían dolido.

-Lo sé, Megh, lo sé, pero en estos tiempos todo es demasiado peligroso...

- ¿Y me lo dices tú, que estás en una zona de batalla?

-Meghan, necesito que entiendas...

-Lo entiendo mamá -la interrumpí, porque ya no quería escuchar más, se me había formado un doloroso nudo en la garganta que me impedía seguir hablando, mis ganas de mencionar al chico de ojos oscuros se habían disipado.

-Te amo, linda.

-También te amo mamá- dije en un susurro y terminé la llamada.

Decir que esto no me dolía sería mentir, tenía tantas ganas de llorar, pero me contuve y fui a la cocina a aplacar mis sentimientos con un pote de helado. Más tarde, recibí un mensaje de papá:

Nena, vuelvo en tres días. Te amo

Sonreí con amargura y seguidamente le respondí el mensaje:

También te amo papá, no te preocupes.

La verdad era que necesitaba de ambos, extrañaba a mis padres a pesar de verlos a cada uno por su lado, seguían casados, pero se dedicaban tanto a sus respectivas carreras que sus horarios nunca coincidían, ni con ellos, ni conmigo, odiaba estar malditamente sola. Llamaría a las chicas, pero Sky tenía una cita y Sam una cena familiar.

De pronto, un fuerte estruendo se dejó oír en mi habitación, la sangre se congeló en mis venas al relacionar el movimiento con la nota que había recibido hace unos momentos. No se lo había mencionado a mis padres porque no deseaba preocuparlos, tampoco llamé a mis amigos, no quería incidir en sus planes, por lo que tomé uno de los cuchillos más grandes que se encontraban en los cajones de la cocina y subí lentamente las escaleras. El ruido siguió, era como un golpeteo en la pared. Coloqué la mano libre en la perilla y mantuve en alto la mano con la que sostenía el cuchillo. Giré la perilla y un viento caliente me golpeó.

Maldije en voz baja el hecho de ser tan paranoica al ver que solo se trataba de la ventana golpeando contra la pared a causa de la fuerte brisa que sacudía los árboles en el exterior, tal vez sólo me había olvidado de cerrarla, una vez que lo hice, me dirigí a la sala a restar importancia a los hechos acontecidos el día de hoy con una serie y comida.

Tras acabar la serie que había comenzado unos días atrás, al borde de las lágrimas y manchada con salsa hasta la nariz, me dirigí al baño a cepillarme los dientes y me dispuse a dormir. Y antes de cerrar los ojos, con las luces de mi habitación encendidas por temor al Demogorgon, mi celular vibró, era un mensaje de mamá:

Sabes que estoy para ti siempre a pesar de la distancia, mi niña, lo eres todo para mí, cuídate, te amo.

Y antes de dar miles de vueltas hasta conciliar el sueño, oprimí la almohada contra mi rostro para contener el llanto.           

No tientes a la bestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora