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Mis pies tocaron tierra firme tras atravesar aquel turbulento portal que me había traído al árido suelo del marchito jardín de mi padre. Observé a mi alrededor, los muros de un imponente castillo pedregoso se abrían paso ante mis ojos, pero al voltear la mirada, la vista del infierno extendido a mis pies me había dejado maravillada.

El aparente hogar de mi padre estaba instalado en la cumbre de una colina, alejada por kilómetros de la civilización, legando a mis ojos un perfecto plano de esta dimensión del infierno.

-Donatella –la voz de mi padre resonó a mis espaldas, tratando de obtener mi atención; estando consciente de lo mismo, decidí ignorarlo, tal y como él lo había hecho con todas mis preguntas y mis miradas llenas de interrogantes

» Donatella... no trates de jugar conmigo –el tono de advertencia que matizaba su voz no causó ningún efecto en mí, seguí admirando el panorama infernal desplegado a lo largo y ancho de mi campo de visión mientras la cálida brisa azotaba la piel de mi rostro y hacía danzar mis cabellos.

» Debo presentarte a alguien, Donatella –bastó con eso para que la curiosidad picara en mi nuca como lo hacía el sudor en los calurosos días de verano; la melancolía me invadió al recordar el verano pasado, cuando mis amigos y yo nos tumbamos a un lado de la alberca buscando un "bronceado natural" y terminamos huyendo del sol, refugiándonos en mi habitación bajo el amparo del acondicionador de aire.

Solté un suspiró antes de voltear y elevar las cejas al enfrentar a mi padre, demostrando que había logrado captar mi entera atención e instándolo a que continuara.

» Vamos.

Lo seguí, sin mediar con él una sola palabra en el trayecto a las gradas que nos conducirían a las puertas del castillo. Al acercarnos a la escalinata, alcancé a ver una silueta a lo lejos, se asemejaba a un humano por lo que podía ver, pero quién sabía a qué tipo de criatura pertenecía aquel cuerpo.

A medida que nuestros pasos ascendían por los escalones de roca, la figura se hizo más clara para mis ojos; un cuerpo escuálido, ataviado con un traje negro y envuelto en una capa que le llegaba hasta los pies, con los rasgos faciales curtidos como vestigios de lo que alguna vez fue un apuesto demonio, ahora surcado por diversas cicatrices, nos dio la bienvenida a mi padre y a mí tras una leve inclinación a modo de reverencia.

-Donatella, te presento a Azazel –su nombre me resultó familiar- Teniente del infierno.

Cuando mi padre culminó la oración, pude unir los cabos sueltos, ya había oído hablar de él antes, por ello su nombre me parecía conocido, era el padre de Azazerc; los ojos se me llenaron de lágrimas en cuanto lo reconocí.

-Señor –musité, conteniendo con mis dientes el temblor de mi labio inferior.

-Señora mía –el demonio tomó mis manos y posó sus cálidos labios en el dorso de ambas.

-Es un placer conocerlo –tragué saliva con dificultad- Su hijo...

-Señor –un custodio se dirigió a mi padre, quien había estado observándonos en completo silencio, llamando nuestra atención e interrumpiendo mis palabras, dándome un necesario respiro.

-Si me disculpan –se excusó Zalgo- Estaré con ustedes en un momento, pueden pasar adentro si así lo desean; Donatella, pídele a uno de los custodios que te enseñe tu habitación, encontrarás todo lo necesario para tu estadía.

Contesté con un asentimiento de cabeza para luego verlo alejarse junto con el custodio, nuevamente por el trayecto rocoso que habíamos recorrido juntos hasta la escalinata, la repentina amabilidad de mi padre me había dejado algo descolocada.

No tientes a la bestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora