Su contorno agrietaba la oscuridad, podía escuchar su respiración agitada mientras apretaba los puños y esperaba a que reaccionara de alguna forma ante lo que me acababa de revelar, definitivamente se le había acabado la paciencia. Pero me encontraba volando lejos de los pensamientos, el eco de sus últimas palabras resonaba en mi cabeza y trataba de huir de ellas, pero tarde o temprano me vería acorralada.
Sus ojos me miraban con un escondido brillo de ansiedad, la sequedad en mi boca sólo complicaba las cosas, no quedaba otra opción.
-Sangre... –murmuré para mí misma.
El cuervo asintió, sin quitarme la mirada de encima.
-Necesito que me ayudes a saciar esta maldita sed, a cualquier costo –hablé por lo bajo.
Una sonrisa macabra se dibujó en su rostro revelándome sus blancos dientes y sentí que mi decisión valdría la pena, ya no podía con ésta sed.
-No te arrepentirás –su aliento se materializó en una pequeña nube blanca y me di cuenta del frío que subía por mis desnudas piernas.
-Eso espero –musité, mientras sentía que un desierto a escala se formaba en mi boca y que la garganta se me desgarraría en cualquier momento.
-Vamos –me tomó de la muñeca, y nuevamente, me jaló hasta el estacionamiento.
- ¿Te conseguiste un auto? –inquirí con la voz rasposa.
-Mucho mejor.
Llegamos hasta una zona algo alejada del estacionamiento y en un rincón, oculto por árboles y arbustos, se alzaba un monstruoso biciclo. Lo miré sorprendida.
-Esperas que me suba a eso... con esto –señalé la bata.
La sonrisa prepotente aún no se le borraba del rostro.
-Ya haremos algo con eso –sin más miramientos se montó a la motocicleta- ¿Qué? ¿Te quedarás ahí parada?
-No hay cascos –repliqué, cruzándome de brazos para cubrirme un poco del frío.
-Los cascos son para los mortales –sonrió aún más conforme se dejaba oír el ensordecedor rugido del motor y la sacaba de los matorrales.
Era una deslumbrante motocicleta deportiva en color negro, gracias a la luz de los faroles pude distinguirla en la oscuridad, los faros iluminaban el asfalto con una potente línea de luz amarillenta.
- ¿De dónde la sacaste?
-Digamos que es un regalo de Aquiel –su sonrisa no hizo más crecer y eso solo consiguió inquietarme aún más.
- ¿Aquiel? ¿El que te dejó hecho pedazos? –le di justo en su punto débil y el de tal vez todos los demonios: el orgullo. Me sentí satisfecha al ver su amplia sonrisa decaer.
-Debes saber –sus ojos echaban chispas- Que él quedó peor.
Solté una carcajada, Azazerc miró su reloj de muñeca y me indicó con un movimiento de cabeza que subiera.
- ¿Estás hablando en serio?
No tenía ningún problema con las motocicletas, es más, me encantaban las motocicletas, pero montarme a una de ellas con una bata... no lo creía conveniente.
-Ay, no me digas, la princesita les teme a las motos –se burló.
Eso había sonado como un reto. Desencajé la mandíbula y con paso acelerado me acerqué a la motocicleta y me monté de un solo salto.
-Será mejor que tengas preparados unos buenos pantalones después de esto –mascullé, apoyando mis manos a los costados del asiento mientras mis muslos se ceñían a las caderas del conductor.
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No tientes a la bestia
General FictionLos tres mandamientos de la Bestia: Regla número 1: Obedecerás a la Bestia. Regla número 2: Venerarás a la Bestia. Regla número 3: No tentarás a la Bestia. Pero ¿Qué puedes hacer cuando la Bestia te pone las cosas difíciles? 22/01/17 #21 en ficción...