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Fue la peor noche de mi vida, me costó conciliar el sueño, daba vueltas y vueltas sobre el colchón, varias almohadas fueron lanzadas sobre mi cara por el ruido de mis gruñidos de frustración; una vez que lo conseguí, soñé con ojos rojos que me seguían a todas partes mientras me desplazaba por un largo y oscuro pasillo, al final del mismo se alzaba una siniestra criatura de siete bocas, me tendía una negruzca mano con agudas garras, la observaba casi embelesada, me encontraba a punto de tomarla cuando desperté, mi respiración era errática, gotas de sudor perlaban mi frente, tanteé la pantalla de mi móvil en busca de la hora, eran las tres de la mañana.

Los padres de Sam volverían mañana por la noche, así que estábamos solo nosotras tres en la casa. Decidí salir afuera a tomar algo de aire fresco. Bajé las escaleras, fui a la cocina y me serví un vaso de agua, salí al galpón y tomé asiento en uno de los sillones que se encontraban cerca de la piscina.

La noche estaba tranquila, el aire puro era tan limpio que hasta costaba inhalar lo suficiente, los insectos y animales nocturnos realizaban un concierto en total armonía. La luna llena, en su punto más alto, iluminaba la noche. Unas cuantas nubes de tormenta iban cubriendo las estrellas, intentando opacar su majestuosidad.

La vida era tan tranquila sin el movimiento que generaban los hombres día a día. Sin el ruido de los motores de coches y motocicletas, sólo los grillos cantando, los búhos ululando y el silbido que producían las ramas de los árboles con el viento.

A veces me cuestionaba cómo sería la vida sin tanta tecnología, y cuando me encontraba pensando en esto quería reírme en mi propia cara porque sin la tecnología estaría muerta en vida. Y como era de esperarse comencé a cavilar sobre mi vida.

Papá volvería en la noche y me prepararía la cena como solo él lo hacía, mamá llamaría y volvería a sentirme acunada por sus palabras, pero al colgar sentiría unas inmensas ganas de llorar. Saldría a divertirme con Ted y olvidaría todo este tema de ser atormentada por el Anticristo. Tendría una vida relativamente normal como siempre y disfrutaría cada segundo de mi ella.

(...)

Sin darme cuenta, me había quedado dormida, desperté sobresaltada por los gritos de las chicas, de seguro a Sam le resultó extraño el no aplastarme la cara al levantarse de la cama y se encontraban buscándome. Entré y asusté a Sky con un enorme bostezo.

- ¿Pero qué diablos está mal contigo, Meghan? –vociferó llevándose una mano al pecho, no pude evitar soltar una carcajada.

-Lo siento, no podía dormir, entonces salí a tomar aire y me ganó el sueño en uno de los sillones –dije, estirando los músculos, arrugué el gesto en cuanto sentí una ligera punzada de dolor en el abdomen.

- ¿Estás bien? -inquirió Sam entrando en escena y observándome con preocupación.

-Sí, sí, no pasa nada –le resté importancia.

- ¿Estás segura? –preguntó Sky, adoptando la misma actitud que Sam.

-Estoy bien, no se preocupen, solo son mis músculos adoloridos –me excusé- Ahora, si me disculpan, necesito asearme.

Me dirigí al baño con cierta sensación de ardor en la misma zona del abdomen, me apremié a encerrarme y levantar la camiseta de algodón que traía puesta, lo que se reveló ante mis ojos me dejó helada: finos hilos de sangre se escurrían por mi piel, brotando de pequeños cortes en mi abdomen, me apuré en limpiar la sangre mientras luchaba contra la debilidad en mis piernas y el temblor en mis manos.

Una vez que el rastro de sangre desapareció, inspeccioné la herida con mayor atención, efectivamente, eran cortes limpios, lo que me llevó al borde del pánico fue el hecho de que los cortes tenían una forma determinada, más específicamente, se trataba de una terna de seises, me sentí al borde de un colapso nervioso, luché por conservar la calma mientras trataba de regularizar mi respiración y contener las lágrimas, las chicas golpearon la puerta con la intención de comprobar que me encontraba en buenas condiciones, les perjuré que todo estaba bien, ellas se marcharon, yo continué infundiéndome ánimos a pesar de que me encontraba despavorida, él había estado aquí anoche, se había aprovechado de mi ridícula vulnerabilidad para atacarme, al temor acompañó la ira.

Una vez que logré recomponerme, tras lentas y profundas respiraciones, fui hasta la ducha y despejé mi mente bajo el chorro de agua helada, mis dientes castañeteaban, mis músculos se encontraban tensos, yo me sentía ausente.

Tras ponerme algo de ropa seca, salí de casa de Sam bajo el pretexto de que debía alistarme para mi cita con Ted, se ofrecieron a darme una mano, ellas notaron que algo no andaba bien conmigo, las tranquilicé asegurándoles que solo se trataba de los nervios, ellas se resignaron y me dejaron marchar.

No tientes a la bestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora