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- ¡Meghan! –gritó mi padre, obligándome a interrumpir mi cepillado de dientes para asomarme a la puerta del baño con la boca llena de dentífrico- ¡Estás en la tv!

Rodé los ojos y volví a lo mío.

Habían pasado dos semanas desde que Zalgo y yo habíamos subido a la superficie, dos semanas desde que había salvado a una chica de una herida mortal tras un asalto, dos semanas desde que el plan de apoderarme del apocalipsis se había puesto en marcha, dos semanas desde que mis poderes fueron incrementando, y dos semanas desde que mi padre había comenzado una estrecha relación con la tecnología, especialmente, con el televisor, no podría decir si para bien o para mal.

Durante las últimas dos semanas, había adquirido suficiente fama como "La milagrosa sanadora", la suficiente como para captar la atención de los distintos medios locales e internacionales a través del mundo, países que había visitado junto con mi padre; estos últimos meses habían sido los más ajetreados de toda mi vida.

Emprendimos una gira por toda América Latina, visitando hospitales, refugios, casa cunas, devolviéndoles el brillo a aquellos ojos que habían perdido cualquier rastro de esperanza; a pesar de nuestros intentos por mantener un perfil bajo durante la mayor parte de nuestras misiones los rumores fueron corriendo de boca en boca, de tal manera que las personas fueron llegando por sí solas a nuestra puerta, desde pobres desahuciados hasta famosos infelices, todos en busca de lo mismo: un motivo por el cual aferrarse a la vida.

Aprecié la imagen que el espejo me devolvía, mi apariencia había cambiado bastante en los últimos días; los rasgos sobrehumanos se hacían cada vez más difíciles de ocultar, sobre todo el color de mis ojos, me había visto obligada a utilizar lentillas para cubrir el color ambarino de mis pupilas, y eso, según Zalgo, tan sólo era el principio, tal parece que se debía al uso y abuso de mis poderes.

Solté un leve suspiro antes de dirigirme al living, donde mi padre se encontraba completamente enfocado en el aparato audiovisual.

- ¿Tienes hambre? Iré por algo de comida –informé, tomando las llaves del departamento que estábamos rentando.

-Uhum –fue toda respuesta que obtuve de su parte, no había despegado la vista del televisor.

Lo miré con hastío.

- ¿Puedes dejar eso por un momento? Ya has visto las mismas películas una y otra vez –rechisté, fijándome en la pantalla del televisor.

-Cállate, necesito prestar atención, tal vez mencionen la ubicación de la fábrica de chocolate y pueda ser yo el amo y señor de "Chocolates Wonka" –dijo, inclinándose aún más hacia la TV.

-Papá, por enésima vez, es ciencia ficc...

- ¡Silencio!

- Está bien –gruñí, eso había dejado de ser divertido seis reproducciones atrás- Iré al inframundo a inspeccionar el estado del ducado después de comer algo.

-Uhum, perfecto –asintió con la cabeza, nuevamente sin siquiera dirigirme una mirada de reojo.

-Traeré conmigo a Cerbero, sin dudas él me hará mejor compañía que tú –mencioné una vez que abrí la puerta y sin esperar a que mi padre procesara la información, la cerré de un golpe seco.

- ¿Cerbero? ¡Donatella! –se dejó oír tras las paredes.

Solté una carcajada y salí disparada por el pasillo antes de que Zalgo lograse alcanzarme, había tocado una fibra débil.

Una vez que llegué al elevador, presioné el botón llamándolo con urgencia repetidas veces en mi huida desesperada, hasta que las puertas finalmente se abrieron, revelándome la expresión de disgusto de mi padre en el interior.

No tientes a la bestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora