ⅩⅤ

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"El Día que Tembló la Tierra." 

—Entonces lo cortas aquí, tomas el extremo y tiras con fuerza para quitar la piel—Marvel había pasado la última media hora intentando enseñarme a despellejar conejos, pero no resulta como lo imaginaba—¡Vamos, Clove! ¡Es fácil!

Se me han embarrado las manos con sangre y aún no soy capaz de realizar ni siquiera el primer paso que me había indicado mi aliado, esto es imposible. Refunfuño mientras sigo intentando.

—Soy un caso perdido—chillo dejando al animal nuevamente en el suelo, he sido capaz de sacar una parte del pelaje pero ya no quiero esforzarme—. No puedo hacerlo.

Él ríe mientras termina de desmembrar el conejo que tiene en las manos, separa la parte comestible de la que no sirve. El chico del tres se ha puesto a cavar alrededor de las plataformas para extraer las minas, Cato no confía en él así que lo observa de cerca, sosteniendo una antorcha y amenazándolo constantemente; espero que una de las minas se active y los mate a ambos, pero para mi desgracia, no sucede.

Marvel parece tener una vida interesante en su distrito, a diferencia de nosotros que vivíamos entrenando; me cuenta un par de anécdotas mientras encendemos una pequeña fogata para cocinar la carne. Tiene amigos, a su hermano, y trabajaba a medio tiempo en una fábrica cercana a su hogar; también descubro que es sociable por naturaleza, ya que no cierra la boca una vez que toma confianza.

—Es que no te lo imaginas—dice riendo—. La primera vez que hice una fogata terminé incinerando mis cejas, fui el hazmerreír del distrito uno durante meses.

—¿¡Cómo!?—pregunto soltando una carcajada al imaginarme su rostro sin cejas, realmente se vería ridículo—. Al menos recuperaste una parte.

—¿Una parte?—pregunta indignado—. Así estaban antes del accidente.

Cuando finalmente el conejo termina de cocinarse, Marvel le acerca un poco a Cato en señal de paz y veo que este lo acepta, la alianza seguirá unida durante un par de días.

—¿Sabes qué?—pregunta Marvel cruzándose de brazos y observándome fijamente—. Esto apesta.

—¡Es que nadie se ha bañado en días!

—No me refería a eso—dice él riendo—. Pero tienes un punto muy, pero muy válido.

La realidad golpea con crudeza, y no puedo hacer nada más que pensar en que quizás en otra vida hubiésemos sido muy buenos amigos. Ahora mismo, la supervivencia de uno garantiza la muerte del otro. Pretendo que no sucede nada y el himno retumba en el estadio, salvándome de aquel momento de incomodidad; hoy no ha muerto nadie y eso es algo malo, es cuestión de tiempo para que los Vigilantes se encarguen de la situación nuevamente.

Trabajamos mejor de noche, así que después de un par de horas logramos amontonar todos nuestros suministros en una gran pirámide, la cubrimos con una red para que nada caiga de la pila y active por accidente alguno de los explosivos que el chico del distrito tres ha colocado debajo de la tierra. Los sensores de movimiento son extremadamente sensibles, así que tenemos que ser muy cuidadosos a la hora de acercarnos a los suministros. No todas las minas pudieron ser reactivadas pero habíamos conseguido las necesarias para rodear la pirámide; nadie podría robarnos ahora.

La mañana llega, y con ella el sonido de un cañonazo; si el chico del distrito doce está tan herido como Cato dice, probablemente el cañonazo ha sido suyo, aunque tenemos bastantes opciones aún, y espero en lo más profundo de mi ser que se haya tratado del chico del distrito once.

Cato ha amenazado al chico del distrito tres para que montase guardia durante el día, le ha dado una lanza y no estoy segura de que haya sido su mejor plan, el chico apenas es capaz de sostener el arma aunque claramente puede ser todo un acto de su parte y está esperando el momento indicado para atacarnos; se coloca cerca de la pila de suministros y se saca la chaqueta, veo que tiene picaduras de rastrevíspulas en el brazo. Supongo que nunca se alejó mucho de la cornucopia y capaz había estado robando suministros mientras nosotros no estábamos cerca, tuvo la mala suerte de haber caído en una de nuestras trampas. Hemos trasladado nuestro campamento al lado del lago, ahora que Glimmer y Tara están muertas, tenemos una tienda de sobra así que al menos ya no tendré que lidiar con mi compañero de distrito durmiendo conmigo.

Me encierro e intento conciliar el sueño, pero no logro hacerlo; estoy exhausta en completo uso de la palabra, pero mi mente se mantiene alerta y no logro dormir más de treinta minutos. Pienso en que Cato me había ofrecido una alianza para deshacernos de los otros profesionales al inicio de los juegos, pero realmente nunca alcanzó a hacer nada al respecto, quizás cambió de parecer o quizás, luego de la muerte de Glimmer y Tara, ya no es necesario. De todas formas, no pienso insinuarle nada, pues fue él quien había ofrecido la alianza, así que él debe dar el primer paso si es que tiene algún plan. Pero aparentemente ya no es de su interés.

Aliarme con él nunca estuvo en mis planes, desde el momento en el que nos conocimos supe que tenía que mantener una distancia prudente; Cato tiene una personalidad muy cambiante, muy explosiva, y muy impredecible; no puedo confiar en él para nada y sé que tarde o temprano intentará matarme.

Siento que a partir de ahora la tensión aumentará, ya que quedamos solo tres profesionales, los otros tributos no me preocupan demasiado a excepción del chico del distrito once. Hay un lado de la arena que aún no hemos explorado y supongo que él se encuentra ahí.

Esta noche nos adentraríamos en el bosque nuevamente y pensar en ello me debilita el cuerpo, quiero quedarme tendida aquí hasta el final de los juegos. Me quedan unas cuatro barras nutritivas en la mochila, junto a medicamentos, pastillas purificadoras de agua, y un cuchillo grande que aún no he usado, además de las gafas de visión nocturna que encontré de pura suerte; la cena de ayer me ha levantado los ánimos pero estoy consciente de que probablemente ha sido la única ocasión en la que comeré algo que no sea la insípida comida de la cornucopia.

Pasan las horas y no logro descansar nada, me duele la cabeza y me arden los ojos. Sé que tendré un aspecto deplorable debido al cansancio; salgo de la tienda y me dirijo hacia el lago, siento el sabor de la sangre en mi boca, estoy mordiendo con demasiada fuerza el interior de mis mejillas. La falta de sueño me ha puesto irritable e iracunda, no me sorprendería que discuta con alguno de mis aliados, hoy estoy en condiciones de matarlos a ambos con mis propias manos.

Es obvio que ellos tampoco han logrado conciliar el sueño, es como si algo se hubiese activado en nuestras mentes al mismo tiempo. Es cuestión de días para que nos ataquemos los unos a los otros, las alianzas dentro de los juegos no duran más de una semana. Nos sentamos los tres cerca del lago pero nadie dice mucho; Cato observa algo detrás de mí y su expresión cambia repentinamente, me giro con miedo a encontrarme al chico del tres con su lanza a mis espaldas pero para mi suerte, solo se trata de una humareda a unos pocos kilómetros de distancia.

—Ya era hora de que los juegos se pusieran interesantes—murmura Marvel—. Deberíamos ir.

Tenemos que ir detrás de los tributos restantes, quizás el humo se deba a una hoguera pero también pienso que podría tratarse de otro incendio provocado por los Vigilantes para mover a nuestra competencia, y de ser así estaríamos enfrentándonos a blancos fáciles, heridos, atontados por el humo. No me he sacado el chaleco con cuchillos desde el primer día, así que no tardo mucho en alistarme; me arrojo la mochila al hombro y tomo un cuchillo mediano. Cato insiste en llevar al chico del distrito tres con nosotros, me parece una idea ridícula porque ni siquiera es capaz de sostener una lanza de manera correcta.

—¿¡Acaso perdiste la cabeza!?—Le pregunto casi gritando, no estoy de humor para absolutamente nada, mucho menos para discusiones sin sentido—. Lo único que hará es atrasarnos, es un inútil.

—¿Tú piensas que estamos en condiciones de pelear ahora?—pregunta él, también cargado de ira—. Necesitamos apoyo, apenas nos hemos recuperado del ataque de las rastrevíspulas.

—¿Pero qué hará para ayudarnos?—pregunta Marvel—. Es mejor que se quede a montar guardia junto a los suministros.

La discusión se acalora rápidamente y es cuestión de segundos para que la charla se convierta en griterío. Me importa poco que el chico del tres se quede o nos acompañe, es la actitud de mi compañero de distrito lo que me hace rabiar y aprovecho la situación para descargar mi ira en su contra.

—Se viene—dice Cato—. Lo necesitamos en el bosque y aquí ya ha terminado su trabajo, nadie puede tocar los suministros.

Quiero pensar que es un plan para arrastrar al chico del tres al bosque y matarlo junto a los otros tributos que encontremos; si Cato no lo hace, lo haré yo y quizás aproveche el subidón de adrenalina del momento para atacarlos a él y a Marvel también.

—¿Y el chico amoroso?—pregunta Marvel

—Ya te he dicho que te olvides de él, sé dónde le di el corte—contesta Cato—. Es un milagro que todavía no se haya desangrado, de todos modos, ya no está en condiciones de robarnos.

La humareda realmente me intriga, probablemente es obra de los Vigilantes pero a estas alturas ya no sé qué esperar; prefiero no asumir nada.

—Vamos—insiste Cato, le arroja una lanza al chico del tres quien por alguna razón había dejado el arma tirada en el suelo—. Cuando la encontremos, la mato a mi manera, y que nadie se meta.

Sé que se refiere a la chica del doce, la rabia contra ella se le ha subido a la cabeza así como a mí. Pero me molesta la manera en la que habla, como si fuera que tiene autoridad sobre mí o Marvel, para ordenarnos que lo dejemos hacer las cosas como se le plazca; tendrá suerte si no lo mato antes de que encontremos a esa maldita chica.

Nos adentramos en el bosque y caminamos rumbo al origen de la humareda; pensé que estábamos cerca pero tardamos alrededor de media hora hasta llegar a un claro donde el fuego se propaga lentamente, no luce como el incendio provocado por los Vigilantes, tampoco encontramos a ningún tributo en el camino o por los alrededores. Mi cuerpo me da señales de que aún no me he recuperado en lo más mínimo del ataque de las rastrevíspulas, la cabeza me da vueltas y las piernas me pesan, quizás también es un efecto de la falta de sueño. El humo que comienzo a inhalar no hace más que empeorar mi situación, comienzo a toser mientras intento protegerme el rostro con la tela de mi remera.

—Andando—ordeno—. A menos que quieran quedarse aquí hasta que llegue alguien, sugiero que nos movamos.

Nadie dice nada pero comienzan a caminar nuevamente, pienso que quizás algún tributo ha dejado su hoguera encendida y el fuego se propagó por accidente porque de haber sido a propósito, la situación sería mucho más caótica. Caminamos por unos cuántos kilómetros sin mucha suerte hasta que de repente, un temblor estremece el suelo, las ramas de los árboles son sacudidas y veo a los pájaros alejarse rápidamente.

¿Acaso los Vigilantes tienen planeado comenzar un terremoto?

La idea no se cruza por mi mente hasta que veo el horror en los ojos de Marvel.

—¡Los suministros!

¿Cómo es que he sido tan estúpida?

Lo único que podría sacudir la tierra con tanta fuerza son las minas que se encuentran debajo de la pirámide de suministros, pero una sola mina no pudo haber causado tanto revuelo, eso ha sido una explosión en cadena. Antes de que mis aliados digan algo, salgo corriendo rumbo a la cornucopia, ellos me siguen, pisándome los talones; temo que alguno me apuñale por la espalda así que regulo el paso hasta quedar detrás de ellos.

Nos encontramos a unos tres kilómetros cuando escuchamos una nueva explosión, pienso en que quizás esto ha sido el plan del chico del tres desde un principio; dos explosiones más se hacen presentes antes que lleguemos a la cornucopia y siento el corazón golpeando fuertemente contra mi pecho. Un humo acre inunda el lugar, huele horrible y no queda nada más que cenizas y trozos de material quemado esparcido alrededor de lo que hace unas horas era nuestra pirámide de suministros. Cato no hace más que gritar, tirarse de los pelos y golpear el suelo con los puños; Marvel y yo caminamos entre los escombros buscando cosas que pudieran ser salvadas pero no encontramos nada más que cenizas. El chico del tres arroja unas piedras al destrozo, y es obvio que todas las minas han sido activadas.

Me tomo de la cabeza intentando procesar lo que acaba de ocurrir: nos hemos quedado sin nada. Lo único que tengo es lo que había cargado en mi mochila y tengo suerte de haberla llevado conmigo, porque de no ser así, ahora mismo ni siquiera tendría comida. Cato sigue con su berrinche, patea los restos de unos contenedores mientras suelta maldiciones a diestra y siniestra; cuando finalmente parece haber terminado, observa al chico del distrito tres y comienza a gritarle.

El chico se da vuelta y empieza a correr, pero no llega muy lejos; Cato lo alcanza casi al instante, lo toma por el cuello desde atrás y sacude su cabeza de un lado a otro. El chico del distrito tres cae al suelo, sin vida, al instante. Obviamente Cato se ha vuelto loco, ni si Marvel y yo lo atacamos al mismo tiempo lograremos derribarlo, tiene una fuerza bestial y una escasez de cordura que lo vuelve extremadamente peligroso en estos momentos; lo único que nos queda hacer es intentar calmarlo antes de que descargue su ira sobre alguno de nosotros, probablemente sobre mí.

—Quien sea que haya activado las minas estará muerto—dice Marvel—. Nadie sobreviviría a una explosión de esa magnitud, y probablemente el cañonazo se perdió entre los estallidos.

—El rostro de la persona culpable aparecerá esta noche—digo señalando el cielo, tenemos que hacer algo para que entre en razón—, y si fue obra del chico del tres, ya está muerto, no hay nada más que hacer.

Nos alejamos del lugar donde se encuentra el cadáver para que pudieran llevarse sus restos, volvemos hasta el lago y noto que la explosión ha destruido hasta nuestras tiendas de campaña; el sol se pone en el horizonte y aguardamos hasta que suene el himno nuevamente para registrar las bajas de hoy. Aparecen los rostros del chico del tres y del chico del diez, supongo que él habrá sido la causa del cañonazo que oímos en la mañana. Si la destrucción de nuestros suministros no ha sido un accidente o un ataque planeado por nuestro difunto aliado, el saboteador sigue vivo.

—Iremos a cazar.

No duraremos mucho sin nuestros suministros así que hay que terminar con esto lo más rápido posible. Es hora de jugar en serio.

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