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"Larga Vida a los Caídos."

El cielo se abre y aparece un aerodeslizador encima de nosotros, sus deslumbrantes luces dejan ver dos escaleras que caen del mismo; me saco a mi compañero de distrito de encima y no dudo un solo segundo en poner un pie en el travesaño, porque temo que los vigilantes vuelvan a cambiar de parecer. La corriente eléctrica de la escalera me paraliza y veo la arena haciéndose pequeña conforme me van subiendo; cuando soy liberada dentro del aerodeslizador me rodea un grupo de médicos vestidos con batas, máscaras, y guantes. Parecen cualquier cosa menos humanos.

No me volteo hacia Cato en ningún momento, a pesar de que siento su presencia a unos pocos metros de distancia; hemos quedado en ridículo, y ha sido tanto su culpa como la de los vigilantes, seremos el hazmerreír del distrito dos.

¿Qué clase de profesional reacciona de la manera en la que él lo hizo?

Si era yo quien tenía la ventaja, no hubiese dudado un miserable segundo en asesinarlo; es más, ese ha sido mi plan desde un principio. Ahora quedamos como un par de idiotas delante del país completo. Otra de las cosas que no logro comprender, quizás por el subidón de adrenalina del momento, es por qué los vigilantes cambiaron la regla por segunda vez, cuando simplemente pudieron haber enviado a sus mutaciones para terminar con uno de nosotros.

A fin de cuentas, los juegos son suyos, ¿por qué querrían crear inconvenientes cuando pueden solucionar los problemas de raíz, apretando un botón a lo mucho?

Vuelvo en mí cuando siento que los médicos comienzan a cortar mis prendas para revisar mis heridas, instintivamente lanzo un puñetazo que va a parar contra el rostro de uno de ellos, me sujetan de ambos brazos para inmovilizarme y lo último que siento es un fuerte pinchazo en el cuello.

Cuando despierto me siento desorientada, el techo de la habitación brilla con una luz tenue, no hay puertas, ni ventanas, estoy en una cama en medio de un cuarto completamente vacío. El aire huele a antiséptico y es imposible saber cuánto tiempo ha pasado desde que me sacaron de la arena. Normalmente, transcurren alrededor de dos a tres días entre el final de los juegos y la presentación del vencedor, supongo que es el tiempo vital para tratar cualquier tipo de lesiones o cosas por el estilo.

Saco ambos brazos de la manta que cubre mi cuerpo desnudo, y diviso en mi antebrazo izquierdo una pequeña cicatriz lineal en donde había recibido el disparo de flecha; también puedo ver que me han arreglado las uñas, no queda rastro de suciedad ni mucho menos de sangre. De mi brazo derecho salen varios tubos que se meten en la pared que tengo detrás, supongo que sirven para la medicación.

Una parte de la pared se desliza, como si fuera una puerta, y entra un chico avox con una bandeja; posiciona la misma en mi regazo y presiona un botón que me coloca en posición sentada. Él evita hacer contacto visual en todo momento y se retira apenas ve que soy capaz de alimentarme por cuenta propia; un pequeño tazón de sopa, un vaso de agua y una pasta blanquecina de olor dulce, no tengo idea de qué se trata. El aspecto de la comida me causa náuseas, pero me obligo a terminar la ración, porque supongo que mi cuerpo estará necesitando de aquella comida, así que me alimento en silencio y de a pequeños bocados para no vomitarlo todo.

El silencio me reconforta, pero la calma no dura mucho tiempo pues los recuerdos de lo sucedido en la arena llegan a mí en fugaces imágenes; quizás es la medicación, o quizás es otra cosa, pero los recuerdos me resultan confusos: situaciones que siento que fueron reales no encajan del todo por alguna razón, y luego, dichos recuerdos son reemplazados por una versión completamente distinta. Nada tiene sentido.

Cierro los ojos con fuerza, en un intento por apagar mi mente durante unos segundos, pero cuando los abro sé que me he vuelto completamente loca: Thresh se encuentra de pie al lado de mi cama, con sus prendas empapadas en sangre y una expresión espeluznantemente alegre en el rostro.

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