ⅪⅩ

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"Unidos Mediante Lazos Venenosos."

Mis ojos no logran adaptarse a la oscuridad, solo logro escuchar truenos y el sonido de la lluvia. No tengo idea de dónde estoy ni qué ha sucedido, en mi mente solo está la imagen de Thresh con la lanza perforándole la garganta; logro ponerme de rodillas antes de comenzar a vomitar. Me mando ambas manos al rostro, temerosa de encontrar la sangre de aquel chico aún adherida a mi piel, me froto las mejillas con fuerza, sintiendo que nada será suficiente para sacarme sus restos de encima.

Mi piel arde y chillo al sentir la áspera tela de mi chaqueta lijándome el rostro; logro percatarme de que estoy dentro de una cueva, pues diviso la entrada de la misma gracias a los relámpagos que encienden el cielo nocturno. Siento el agua de la lluvia cayendo sobre mí, está helada y me obliga a moverme a ciegas alrededor de la cueva. Me arrastro hasta la entrada, que es apenas visible, siento una mezcla de barro y piedras debajo de mis manos.

La lluvia se intensifica con el pasar de los minutos, el viento es fuerte y hace que el agua me golpee el rostro; los recuerdos de lo ocurrido en el banquete aparecen en mi mente como rápidos destellos. Me sujeto el abdomen y asomo mi cabeza al exterior de la cueva cuando siento el sabor amargo del vómito en mi boca.

Alguien me toma de los hombros e instintivamente mando una mano a mi chaleco y logro sacar un cuchillo al azar, salgo de la cueva de un brinco y caigo de espaldas sobre un charco de agua, me levanto torpemente y amenazo a la oscuridad con mi arma. No logro balancear mi cuerpo así que termino chocando contra un árbol, me sujeto del tronco del mismo para mantenerme de pie cuando algo atrapa mi antebrazo, y me saca el cuchillo de las manos; mis gritos se mezclan con los truenos y sé que ahora definitivamente estoy acabada.

Me dejo caer de rodillas y me sostengo el rostro con ambas manos. Tengo una sensación de ahogo en la garganta y sé que continúo gritando por más que no quiera hacerlo; no logro ver absolutamente nada por culpa de la lluvia, además de que tengo los ojos llorosos. Me cubro las orejas para no escuchar los truenos, que se hacen cada vez más violentos, y quedo a la espera del golpe que nunca llega. La lluvia me empapa de pies a cabeza y comienzo a temblar debido al frío, y al miedo.

Una fuerza me arranca las manos del rostro y me obliga a entrar nuevamente a la cueva. Hay un desnivel en la entrada, así que termino de rodillas y con el rostro pegado al suelo; me cubro nuevamente las orejas con ambas manos y quedo completamente petrificada en la oscuridad. Cierro los ojos, esperando sentir algún tipo de dolor, pero nada sucede.

Siento que una pesada mano se coloca sobre mi espalda, se mueve de arriba para abajo con una gentileza casi repulsiva y mi primera reacción es salir de ahí rápidamente. De alguna forma logro sacar otro cuchillo de mi chaleco y me arrastro a través de la cueva hasta que me golpeo la espalda contra lo que asumo es una piedra.

—¡Aléjate de mí!—grito con todas mis fuerzas para ser escuchada por encima de la tormenta—. ¡Aléjate!

Dejo caer el cuchillo y me cubro los ojos cuando una fuerte luz ilumina el lugar; un dolor punzante me atraviesa la cabeza y me obliga a no mover un solo músculo. Estoy acorralada, completamente debilitada, y a la espera de mi muerte.

—Estás viva.

Una voz familiar hace que levante la mirada; Cato se encuentra arrodillado a unos tres metros de distancia con una linterna en sus manos, apunta con la misma al techo de la cueva una vez que se da cuenta de que la luz me lastima los ojos. Se acerca de a poco y con torpeza, me encojo en mi lugar e intento alejarme una vez que toma mi rostro entre sus manos.

—Maldita sea—murmura mientras me observa de pies a cabeza, quiero moverme, pero mi cuerpo no responde—. Pensé que habías muerto.

—¿Qué ha sucedido?

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