Pesadillas y realidades.

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Elizabeth y Neith de nueve años jugaban en el patio trasero de la casa del rubio junto a Dylan, de tres años en ese entonces. Su padre y el de Neith se encontraban dentro de la casa en el despacho de Elliot. Los tres se acostaron sobre el pasto y se quedaron mirando el cielo, todo era silencio y tranquilidad hasta que se escuchó un fuerte sonido y seguido una ventana haciéndose añicos. El pequeño Dylan comenzó a llorar así que Elizabeth lo cargó en sus piernas abrazándolo contra su pecho. Neith se levantó y ayudo a su amiga a hacer lo mismo. Genevive salió corriendo de la casa en busca de ellos, los llevó adentro y los escondió bajo las escaleras murmurando un "No salgan de aquí hasta que vuelva" antes de marcharse. Elizabeth siendo tan sólo una niña tuvo que controlarse y calmar a Dylan que gritaba y lloraba de miedo. Neith tenía sus manos sobre los oídos de la entonces pelirroja acallando el sonido de los disparos y de las cosas rompiéndose en miles de pedazos. Aquello para ellos era un verdadero infierno. Entonces todo volvió a quedar en silencio como si lo que había pasado anteriormente hubiera sido una pesadilla y Neith, confiado de que todo había parado, salió de debajo de las escaleras por más que Elizabeth le rogó que no lo hiciera y, entonces, se escuchó un último disparo, este no fue como los anteriores porque no dio en algo sino en alguien arrebatando la vida del individuo afectado. La pequeña salió de su escondite aún con su hermano en brazos esperando encontrar a su mejor amigo en el suelo muerto y como lo había esperado estaba en el suelo, aferrado al cuerpo sin vida de su padre. Elliot había dado su vida por él y Neith nunca se había podido perdonar eso.

Elizabeth había pasado 5 años de su vida tratando de entender el dolor de Neith, pero ella sólo quería entenderlo, no sentirlo.

Abrió los ojos de golpe, estaba acostada en su cama. Se sentó y encontró a Dylan dormido a su lado y a Neith sentado en el borde de la cama mirándola serio. Y triste.

—Dime que no es cierto, Neith —suplicó recordando las palabras de su madre.

—Effy, lo siento —susurró y ella rompió a llorar.

Él fue hacia ella y la abrazó.

Elizabeth se estaba quebrando por completo y él lo sabía, no quería dejarla porque sabía perfectamente que en el momento en el que él se marchara; ella acabaría con todo.

Dos semanas después...

La pelilila seguía siendo la misma que todos conocían, la de encantadora sonrisa y humor negro, la de suave y melodiosa risa, pero había algo que faltaba, algo que era indispensable, pero que casi nadie había notado: sus ojos ya no brillaban, ahora eran opacos y tristes y ella estaba segura de que el brillo ya no regresaría.

-¡Elizabeth! -la llamó por quinta vez Heather.

-¿Ah? -respondió distraída.

-Estas como en la luna -mordió una vez más la pera que llevaba en la mano derecha.

-Lo siento -sonrió y miró a Neith que permanecía absorto en su lectura, le quitó el libro y lo cerró- Eso es de mala educación, mi querido Neith Jones. ¡Debes integrarte a la conversación! -imitó el tono de voz que usaba su madre cuando intentaba hacer que utilizar todos los cubiertos.

-Vale. Elizabeth, ¿te he mencionado lo vulgar que te ves con esa falda? -ella rió- Y Heather, ¿te he mencionado que tu cabello vuelve a ser color moho y me fastidia bastante?

-Gracias por tus agradables aportaciones, Neith -rió Heather.

-Tengo muchas más por si quieren escucharlas -tomó su libro y retomó la lectura.

Heather y Neith habían hecho un intentó de llevarse bien por Elizabeth y por cosas del destino parecía estar funcionando.

Elizabeth revisó la hora en su reloj de bolsillo en el que ahora llevaba una foto de su padre. Se levantó del suelo y se puso sus gafas negras tapando sus preciosos ojos.

Purple EyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora