Malas noticias.

480 46 4
                                    

El resto de las clases transcurrieron con normalidad, a la hora del receso Heather no se había sentado con Elizabeth, ni siquiera apareció por el campus. La pelilila supuso que aún le daba nervios ver a su mejor amigo después de lo ocurrido y Neith, bueno, él ni se inmutaba ante el hecho, realmente parecía como si lo hubiera olvidado o como si no hubiera pasado en lo absoluto.

—¿Sabes? Ya no me gustan los chicles de canela, prefiero los de sandía —le dijo a Neith antes de hacer una pompa de chicle.

—Entonces, ¿por qué los sigues comiendo? —despegó sus ojos de el libro que leía.

—Porque son los únicos que tengo. Aún no compro de sandía. ¿Tú tienes?

—¿Chicles de sandía? ¿Por qué crees que tendría? —volvió a leer.

—No sé. A veces compras —se acostó sobre el pasto.

—Compro chicles, pero no de sandía —le dijo— Tengo de menta, si te funciona.

—No me funciona —hizo una mueca porque el sol le daba en la cara así que se puso los lentes de sol.

—¿En serio estamos teniendo una seria conversación acerca de chicles?

—¿Por qué no la tendríamos? Ellos también merecen relevancia.

—Vale. Mira —cerró su libro y la miró—, te compare todos los chicles de sandía que quieras, pero dejame leer, ¿sí? Tengo un resumen que entregar acerca de este libro y no podré hacerlo si no lo termino.

—Uh —se puso boca abajo sobre el césped y colocó sus brazos bajo su cabeza— Bueno, lee tranquilo.

—Gracias por tu consideración —ella le sonrió mientras él volvía a abrir el libro por donde lo había dejado.

Elizabeth se quedo observándole. El sol le daba en la cara, pero él no parecía fastidiado por ello y gracias a eso su cabello se veía mucho más rubio, casi dorado. Su piel se veía más pálida y sus ojos mucho más brillantes. Ella se preguntó si Neith alguna vez había notado lo atractivo que era, suponía que no, sino ya se habría aprovechado de ello y él nunca lo había hecho, al menos no con ella.

Cerró los ojos y, sin darse cuenta, se quedo dormida.

—Effy... despierta —susurró alguien en su oído.

—No quiero, Neith —se quejó.

—Vamos, ya es hora de irnos —ella abrió los ojos.

—¿No fuimos al resto de las clases?

—Yo quería acabar mi libro y tú dormías así que no, no fuimos —contestó poniéndose de pie.

—Oh. ¿Podemos ir a la plaza? Quiero una malteada —se sentó y trenzo su cabello.

—Sí podemos —le tendió una mano y ella la tomó.

La ayudó a ponerse de pie y caminaron hasta la salida. La secundaria ya se encontraba vacía a excepción de algunas cuantas personas y ellos. Salieron y esperaron el la parada del autobús.

Subieron al que los llevaría a la plaza y se sentaron al fondo con audífonos en sus oídos y las manos entrelazadas.

Al llegar a la plaza bajaron y se dirigieron a Marchal's.

—Quiero una de frutos del bosque —dijo ella balanceando sus manos de atrás a adelante.

—Siempre quieres una de frutos del bosque.

—Con...

—Chispas de chocolate y doble ración de crema batida —respondió instantáneamente.

—Y tu sólo pides una de vainilla con oreo.

—Sí, sólo eso.

Llegaron al local y empujaron las puertas. Adentro habían muchos de sus compañeros de clases, entre ellos Heather sentada sola en una mesa tomando de su malteada de chocolate. Todo adentro del local era azul oscuro y amarillo; las mesas, los sillones y los estantes.

Elizabeth y Neith hicieron sus ordenes y se fueron a sentar junto a Heather, que cuando los vio frente a ella parecía a punto de echar a correr.

—Hola —la saludó Elizabeth sentandose frente a ella.

—Hola —los saludó a ambos fijando su vista en su vaso.

—¿Qué haces aquí sola? —esta vez fue Neith el que preguntó.

—Yo... no sé... —contestó nerviosa.

—Vale.

—Hoy no te vi más después de Cálculo.

—Tenía otras clases y cosas por hacer, pase mucho tiempo en la biblioteca, ya sabes.

—¿Por qué tan nerviosa?

—No es tu asunto, Neith —respondió mordiendo su labio.

—¿No te gusta que este aquí? Porque puedo irme...

—Nunca haces nada por complacer a nadie, ¿por qué lo harías ahora?

—¿Pueden parar ya? —los paró Elizabeth colocando sus manos sobre la mesa.

Ambos la miraron y callaron. Las ordenes de Elizabeth y Neith llegaron en ese momento, pero cuando la pelirroja fue dar el primer sorbo a su malteada su celular comenzó a sonar.

¿Mamá?

¡Effy! Oh, cariño... necesito que vuelvas a casa pronto.

¿Estas llorando? —preguntó extrañada.

Tan sólo vuelve a casa, Elizabeth. Por favor.

Voy para allá —colgó—. Debo irme —tomó su mochila del suelo y corrió fuera del local ignorando los llamados de Neith y Heather.

Ni siquiera pudo esperar a que el autobús llegara, echó a correr por la avenida y siguió corriendo sin detenerse. Si su madre lloraba era algo grave y ella solo podía pensar en dos personas o era por Dylan o por... su padre. Ese pensamientos sólo le hizo correr más rápido.

Sus pies dolían, pero eso no la detuvo, cruzo la esquina y corrió hasta la puerta de su casa. Apoyó sus manos en sus rodillas tomando aire mientras sacaba las llaves de su bolsillo. Abrió la puerta y vio a Dylan sentado en las escaleras abrazado a Genevive. Ambos lloraban.

—Dime que está bien, dime que no es lo que estoy pensando... —habló entrando a la casa.

—Elizabeth... lo siento... Albert... —tomó aire para armarse de valor y confesarle a su hija la noticia que haría que algo se apagara en ella para siempre— Está muerto.

Dos palabras. Tan sólo dos palabras que hicieron que su mundo se viniera a abajo en pedazos.

—No es cierto. Él no esta muerto. —retrocedió y chocó su espalda contra la puerta— Es imposible. Estaba bien hace unos días.

—Effy... —se le veía tan pequeña e indefensa con sus ojos llenos de lágrimas, tirada en el suelo mientras se abrazaba a sí misma.

—Dejáme. Esto es tu culpa. Si no lo hubieras enviado a allí él estaría aquí y estaría bien, ¡nunca se hubiera hecho daño! —Genevive sollozó al recibir las duras palabras de Elizabeth— ¿Por qué lo separaste de nosotros? —ocultó su cabeza entre sus piernas—. Te odio, Genevive Carter. Te odio —susurró.

Su cabeza comenzó a dolerle, era como si alguien le estuviera golpeando, el dolor se hizo mucho más fuerte en cuestión de segundos y entonces... todo se volvió negro.

Purple EyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora