Keith abrió los ojos lentamente, adaptándose despacio a la luz que penetraba impasible por las entreabiertas cortinas amarillentas. Se incorporó un poco, apartando el brazo de la mujer que dormía a su lado y que no recordaba haber visto nunca. Tampoco le sorprendió encontrarse en un cuarto que no era suyo junto a una mujer desconocida. ¿Cuántas veces había sucedido ya?
Apartó las mantas y se sentó, apoyando los pies desnudos sobre los fríos azulejos. Pese a que aquella noche, al menos, había dormido unas pocas horas, no había conseguido que su cuerpo y su mente se recuperaran de las cuatro pasadas noches de vigilia.
El sonido de movimiento a su espalda hizo que reaccionara. Si podía evitarlo, prefería ahorrarse unas desagradables explicaciones y una escenita que nunca llegaba a ninguna parte. Se apresuró a vestirse y dejó la habitación antes de que la chica despertara, deseando que ella lo recordara aún menos de lo que él la recordaría.
—¿Era guapa?
Keith ayudó a Jim a guardar en bolsas los envases de plástico herméticamente cerrados para conservar el calor de la bazofia de comida que contenían, y salió del establecimiento cinco minutos después de haber entrado.
—¿Quién?
—Hoy tienes menos ojeras que habitualmente, lo que significa que has dormido y si has dormido solo puede ser porque has pasado la noche acompañado.
Keith puso los ojos en blanco y Jim sonrió.
—No estaba mal.
—Siempre dices lo mismo.
—No hay mucho más que decir.
—Si necesitas a alguien para conciliar el sueño, ¿por qué no te buscas una pareja? Dormir cada noche lo nota el cuerpo, ¿sabes?
—Creo que esta conversación ya la hemos tenido. Y te advierto —levantó las bolsas que cargaba—. Si sigues con el tema las llevaras tu solo.
—Vale, vale —Jim asintió con conformidad—. Lo he captado.
Jim y él llevaban juntos desde que su amigo se mudó al apartamento de al lado junto a su familia. Habían compartido las penalidades típicas que aparecen en un colegio público, las miserias de vivir en un edificio mal iluminado, con el agua filtrándose los días de lluvia y mala ventilación y ahora se separaban.
—¿Cuándo te vas?
Jim no le miró a la cara y Keith tampoco lo hizo cuando respondió:
—El lunes.
—Bien. Iras a la universidad...
Keith no respondió. Sí, se iba a Harvard, viviría en un barrio rico, en una elegante casa donde no faltaría la comida y donde no tendría que trabajar todo el día para poder conseguirla. Él más que nadie reconocía que esa oportunidad no se le presentaría dos veces en la vida. Él era el más consciente de eso, pero aún así, no podía evitar que la rabia y la amargura lo invadieran como un virus. Desde que su padre les había abandonado cuando el tenía dos años, había aprendido a vivir solo, a sobrevivir y a conseguir lo que tenía con su esfuerzo, por poco que fuera lo que pudiera obtener con eso y, ciertamente, no entraba en sus posibilidades asistir a la universidad, pero ahora viviría y estudiaría gracias al dinero del nuevo marido de su madre que, de alguna manera, parecía estar comprándolo a él. O puede que fuera él quien aceptara ser vendido. Su madre le había pedido que viviera con ellos y Richard, su marido, le había presentado Harvard. Nadie le obligó; pudo haberse negado, pero no lo hizo.
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El camino del amor (chico x chico)
Teen FictionKeith, un chico orgulloso y atractivo, se ve envuelto en una tortuosa relación de odio con Izan, el hijo del marido de su madre. Los dos se odian desde el primer momento que se ven, chocando en personalidad y en las raíces a las que pertenecen, prov...