Miles de ideas se me cruzaban por la cabeza, esperaba lo peor y lo mejor, ¿Qué más puede imaginar una nena de solo 12 años de vida? Un regalo nuevo, la muerte de su mascota u otro cambio de colegio, el cuarto cambio. Sentí que pasaban horas hasta que llegábamos al muelle, y sin embargo era solo una cuadra; mi papá me miraba con nervios vivos, veía su labio latir como cada vez que se alteraba.
Cuando por fin llegamos, se arrodilló y me miró fijo, con esos ojos tan iguales a los míos, un poco de verde, marrón, amarillo y pardo, lo único que los diferenciaba de los míos era que los suyos estaban más brillantes y más verdes a causa de las lágrimas. Su cara estaba seca, pero sus lagrimales parecian a punto de estallar.
¿Hay acaso algo mas feo para un hijo que ver llorar a uno de sus padres?
"Tu mamá, se fue... Se escapó a Bolsón con tu hermanita"
Oh, al parecer si lo habia. Ahora díganme, ¿Cómo tenía que reaccionar ante tan catastrófica noticia? ¿Que iba a pasar conmigo? Esto era demasiado, se había ido y nos había dejado con ese hombre que nos dejo tantas veces solos, definitivamente estaba sola, sin apoyo de nadie.
De algo estaba segura, mi mamá por fin estaba lejos de esa pesadilla que le había robado tanto, y eso debería ser bueno, de hecho, era bueno, pero no quería estar lejos de ella. Algo dentro de mi me decia que lo mejor que podria haber hecho la mujer que me tuvo, fue alejarse de todo lo que ponga en riesgo su vida; lo demas se podia resolver.
Como era de esperarse, mi viejo me puso mil excusas de "Por qué no podía vivir con él", y como si esto no fuera demasiado, todos en esa horrible ciudad me decian que no tenia que irme porque era peligroso, millones de excusas que me impedian volver a juntarme con la mujer de mi vida; y bueno, no me quedó otra que vivir con mi abuela en su Casa mansión, como le decía yo.
Era una casa enorme; dos pisos, tres habitaciones gigantes, dos baños, patio enorme y un kiosco. Yo dormía en una cama de dos plazas en la habitación más grande, tal vez demasiado grande para alguien tan pequeño, un lugar en que de seguro sobraria espacio hasta si metiera todos mis sueños dentro.
Las nenas de 12 años de antes no se hacían piercings, tatuajes ni se cortaban los brazos; o por lo menos yo no hacía esas cosas. En un rincón de la pieza tenía una caja de bananas con 30 muñecas, la mayoría eran Barbies, pero tenía también de esas chiquititas.
Mis días eran todos iguales; a la mañana iba al colegio, tenía las mejores notas y ningún amigo, mi única meta era ser abanderada y contarle a mi mamá cuando me llamará así se ponía feliz; a la tarde acomodaba mis muñecas un rato largo y después me quedaba mirando una de las Barbies al lado de una de las mini-muñecas, me hacía acordar a mi mamá y a mí; y a la noche... Bueno, a la noche lloraba, presa de la soledad y sintiéndome arrancada de mi ser más amado.
Y así de la peor manera, por fin terminó el peor año de mi vida, el que para muchos fue el mejor, para mi había sido un infierno caliente y doloroso. Mi último año de primaria.
Sentada en el escritorio de la directora observaba como mis escoltas se ponían el guardapolvo recién planchado y perfumado por sus mamás, yo no tenía fuerzas para levantarme y todavía tenía que salir ahí afuera, bajo muchas miradas, y sobre todo la más importante.
Empecé a escuchar los aplausos que daban la bienvenida a la bandera de ceremonias, era mi turno de salir, los nervios me mataban, la puerta se abrió, di mi primer paso con la mirada hacia el piso, también el segundo y el tercero. Ya en la mitad del salón logre levantar la vista y ahí la vi, más hermosa que nunca, con lágrimas en los ojos, ahí estaba mi otra mitad, mi cable a tierra, mi mamá.