Rejas verdes.

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La escuela del centro, me acuerdo de decirle a los cinco años a mi papá que cuando sea más grande quería ir a ese lugar de rejas verdes. Era hermoso, dos pisos, galería enorme y un montón de nenes que no se burlaban de mi, sobre todo uno, un rubio de esos con los que todas las nenitas sueñan su primer beso, después de demasiadas películas de Disney.

Pero bueno, el caso es que nos conocimos en uno de los tantos recreos que pasé en ese bello lugar, como se imaginarán yo estaba leyendo uno de mis libros preferidos escondida atrás de el escenario que se usaba en los actos, detestables actos que me obligaban a hacer.

Se me acercó, o mejor dicho me usurpó mi escondite para escaparse de dos nenas que le preguntaban cual le parecía más linda, que estupideces que hacían algunas criaturas. Lo quedé mirando un rato extrañada por su moretón en el labio, ¿Era otro nene con el mismo problema que yo? Esperaba que no, realmente era algo que no le deseaba a nadie. Dejando de lado mi timidez trate de hablarle.

-¿T... te duele mucho?-

-¿Qué cosa?-

No pude seguir hablando, mis ojos estuvieron por lo menos un minuto entero mirándolo, me caía bien y apenas lo conocía.

-¿Esas chicas de ahí son tus amigas? -

Ellas justamente no, eran de las pocas que me caían mal, no era de hablar con nadie pero con ellas nunca de los nunca.

Lo seguí mirando unos segundos más y después me volví a concentrar en mi libro "Cruzar la noche", bello libro.

-¿Qué lees?- Lo miré fastidiada por el hecho de que me acababa de interrumpir nuevamente de mi preciada lectura -Oh, ¿te molesto?-

-No, solamente estoy tratando de terminar este libro, lo tengo que devolver hoy- Me limité a mirarlo, tenía el pelo de rubias hebras totalmente alborotado, dudaba por completo su encuentro con un peine en estos días -Aunque no me molesta si te quedas conmigo-

-Podríamos ir a jugar afuera.

-No, no me gusta. ¿A vos no te gusta leer?

-No, es aburrido, y soy muy lento.

Ambos sonreímos, no parecía ser de esos chicos que se ríen de alguien con gustos diferentes, todo lo contrario.

El timbre que anunciaba el regreso a las aulas se hizo escuchar tan fuerte como siempre, pero para mí sonaba aun más fuerte; no quería irme de ese lugar ¿Y si nos quedábamos escondidos todo lo que quedaba de clases? Una locura probablemente. Con las cabezas gachas nos dirigimos cada uno a su curso.

Las siguientes horas mi mente voló muy lejos de la maestra, se encontraba en quien sabe dónde, pero si sabía con quien. Ese chiquito parecía un candidato perfecto para un lugar importante para mí, como o era el de un amigo. No tenía muchos amigos, eso se los aseguro, ninguno, para ser exactos; pero el, tenía todo para serlo.

Ese día no terminé de leer el libro, y ahí empezó nuestra amistad.

La vuelta hacia mi casa fue entre saltos, estaba feliz, me regocijaba, realmente había encontrado un escape, o eso por lo menos fue lo que creí.

Como de costumbre mi mamá me esperaba en el comedor, su cara estaba seria, y no es que me sorprendiera; digamos que últimamente era la única cara que tenia. Pero les puedo jurar, que algo raro pasaba, algo raro estaba por ocurrir. Tal vez exageraba, pero no era lindo, eso se los aseguro.

-Nos vamos.

-¿A dónde?

-Nos mudamos, a una casa más cómoda- Mi cara se congeló -Anda guardando tus cosas, hija.

-Pero... Tengo tarea, mami.

-No te preocupes, te vas a cambiar de escuela.

La desdicha gobernaba en mi vida, no podía ser. Me iban a cambiar de colegio, de ese colegio al que tanto había deseado ir toda mi vida, ya no iba a pasar a 4to grado y a cursar en una de las aulas del piso de arriba, probablemente el nuevo colegio ni siquiera tendría piso superior. Las cosas no se cansaban de irme mal.

Antología de una vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora