Héroes de la vida y la mente.

52 5 0
                                    


"La verdad duele" me dijeron un día. Si, la verdad duele, pero es la verdad. Duele el simple hecho de darse cuenta que no todo es como uno quisiera, que las cosas pasan como deben pasar, y tenemos sólo dos opciones: Adaptarnos a ellas aceptando la descarnada realidad, o lamentarnos constantemente preguntando el porqué de nuestro infortunio.

Es común atiborrarse la cabeza con pensamientos soñadores exigiéndole a la vida su cumplimiento, a veces son cosas minúsculas, otras veces, cosas casi imposibles. Queremos que todo sea como nos conviene, para nuestro bien, comportándonos de una cierta forma egoísta e inmadura, lo queremos ya y no nos importa si alguien sale afectado.

Hasta que llega el momento de cambiar de juicio, cuando nos damos cuenta de lo irrazonables que fuimos, que somos; lo crueles que podemos llegar a ser cuando no obtenemos lo que creemos merecer, eso que estábamos seguros de que nos correspondía, de pronto se aleja demasiado.

Las cosas materiales son lo de menos, lo más accesible, no digo que sea fácil, pero definitivamente es más fácil que lograr sentimientos en alguien que no los tiene

Como el amor, por ejemplo ¡Que sentimiento más hermoso! Aunque no siempre es tan hermoso, así como este sentimiento es sin duda el más magnífico, apacible y radiante, al no ser correspondido se convierte en desasosiego, exasperación y desorientación; lanzándonos desde el punto más alto directo a el fondo de la depresión.

Creemos sentir odio hacia el otro individuo, pero... ¿Cómo odiar a quien amamos? No poder sentir ese odio nos pone furibundos haciéndonos odiar más a esa persona. Odiamos por amar y no poder odiar a causa de ese amor. ¿Cómo es posible que no podamos alejarnos de una persona que nos hace daño?

Otras veces no nos damos por vencidos, testarudamente buscamos impacientes conseguir nuestro objetivo sin darle mayor importancia a nada; capaces de hacer innumerables locuras sin hacer mínimo uso de razón. Lo peor de todo es cuando recurrimos al perdón abundantes veces, desvalorizándonos, dejando el orgullo en lo más profundo de nuestras ideas, bajando niveles de valor haciéndonos quedar en nada. Y aún así no conseguimos ni una mínima parte de lo deseado.

Lo podemos tomar de muchas formas, sacando tal vez el lado que llevamos oculto; una persona a la que parece no importarle nada demasiado, puede sin duda caer en la peor de las depresiones, creyendo que aislándose del mundo se encuentra la solución; alejando amigos y familia, desconfiando de todos.

Ahí es cuando nos ponemos a pensar que tal vez, y solo tal vez, ese "enamoramiento" se haya convertido en obsesión, haciéndonos creer que no podemos vivir sin esa persona, que no hay nadie mejor y que es digna de ser perdonada por más de que nos lastime de la forma más descarada.

Me siento estúpida hablando de estas cosas como si tuviera mi vida clara, se lo que tengo que hacer, pero no lo hago ¿Y saben por qué? Por miedo. Miedo a entristecer, miedo a perder, miedo a sufrir.

Que cosa injusta el miedo, nos confunde alejándonos de nuestras metas, nuestros sueños. Con su sola existencia nos acobarda y nos sentimos tan pequeños en un mundo tan grande; inútiles. Preferimos quedarnos en el lugar en el que estamos antes que movernos y caer en un pozo, quedándonos aún peor de lo que estábamos.

Luego de estar inmóviles en el mismo lugar por demasiado tiempo, vienen las dudas; pensamientos que la cabeza procesa demasiadas veces creándonos mil preguntas y mil respuestas verosímiles, pero no verídicas.

Ahí es cuando la que nos juega una mala pasada es nuestra mente ¿Y si...? ¿Que hubiera pasado si...? ¿Está bien lo que hago?; pero peor es cuando, a causa de esas dudas, desconfiamos en alguien convirtiendo todo lo que pasa en nuestro entorno en argumentos comprobantes de esa inseguridad. Nos cuesta entablar amistades, o quizás algún amorío.

Es verdad que solo debemos confiar completamente en uno mismo, pero siempre tenemos la posibilidad de tener a alguien que nos escuche y comprenda o aconseje, alguien que nos abra los ojos para mostrarnos que no todo es como creemos, alguien que nos ayude a escapar de esa realidad que inventamos y habitamos; alguien a quien de verdad necesitamos.

Con los ojos vendados caemos en ese momento en el que la depresión llega a un límite marcado por nosotros mismos. Ese límite en el que nos planteamos las cosas que hicimos, las personas que nos rodean, la vida que llevamos; dependiendo de eso para los giros que queremos darle a nuestra rutina de vida.

El mayor problema es cuando hay algo que nos tiene ligados a ese rompecabezas, un recuerdo, una persona, un amor. Al estar acostumbrados a vivir con eso no nos imaginamos como seria todo si esto no formara parte de nuestra existencia, y para no perderlo movemos mar y tierra para mantenerlo a nuestro lado, creyéndonos capaces de hacer cualquier cosa.

¿Y que tal si lo perdemos? Lo perdido se puede volver a encontrar, pero no por eso seguiría siendo nuestro; podemos verlo y no tenerlo, haciendo así nuestros días cada vez más insufribles. No hay nada que cause tanto desasosiego como ver algo que no podes tener, como un constante recuerdo de tu desdicha.

Hay cosas que es mejor ignorarlas, solo para ahorrarnos un mal momento, al saber que algo nos va a hacer mal lo mejor es alejarnos de eso lo más que podamos.

:

Antología de una vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora