Antigüedad.

47 2 0
                                    


Recuerdo que un día me preguntaron si prefería algo nuevo o algo viejo.
Los días pasaron y yo no sabía que responder a esa pregunta.
Las cosas nuevas son tan... nuevas, un cambio de aire, un respiro des rutinario, una escoba que barre bien, es decir, ¿A quien no le gustan las cosas nuevas? Cosas relucientes, que parecen no tener defectos, nos sentimos como nene con juguete nuevo. A medida que pasa el tiempo aquello que en su momento fue nuevo comienza a volverse tan rutinario como lo viejo, nos agobia, preferimos perderlo que encontrarlo, las hebras de nuestra escoba comienzan a abrirse, los defectos se hacen visibles, defectos que tal vez son minúsculos, pero nos molestan. Y ahí es cuando intentamos buscar algo más nuevo.
Pero... ¿Cómo terminamos con esto? La única forma es encontrando algo que no nos canse, que no nos aburra, ¿algo que lleguemos a amar tanto como para no poder vivir sin tenerlo? No.
Algo que no nos aburra, algo que no sea siempre lo mismo, algo que represente esfuerzo en nosotros, algo que no nos dé tiempo de buscar algo nuevo, porque sabemos que si lo descuidamos podemos perderlo. Y el solo hecho de saber que estamos logrando lo que tanto cuesta es lo más hermoso que hay.
No hace falta que explique que todo esto hace referencia a una persona, les diría que un amigo, pero no, no hay nada más satisfactorio que tener a esa persona que tanto te cuesta mantener a tu lado, mirándote, te mira por el rabillo del ojo, te trasmite alegría, te hace saber que no estás sólo.
Cuando miras esos ojos y ves en ellos todo tu esfuerzo, te ves reflejado en esa mirada que te penetra, que te hace saber que todo va bien, que sos fuerte, que esa fuerza te está funcionando.
Es empujar algo con todo tu espíritu hasta cansarte, y cuando crees que ya no podes más, sentís un aire, una brisa muy suave, pero suficientemente poderosa como para ayudarte a seguir. Y si no la sentís, recordas la última vez que la sentiste, lo feliz que estabas, y comenzás a querer más y más de eso que te da tanto placer. Y por eso seguís.
Seguís dando todo, sin esperar nada a cambio, nada más que tener eso con vos; te jugas la vida, pones todas tus cartas sobre la mesa, y no cualquier carta, buenas cartas, las mejores. Y esperas, si, otra cosa no podes hacer, esperas y esperas a que te den la señal de victoria, a que te avisen que ganaste y te entreguen tu premio; sin embargo tus oídos no captan ninguna señal y de a poquito te vas cayendo, sin fuerzas, porque todos tus esfuerzos fueron puestos en un único punto, ese punto que deberías tener y no te fue entregado.
Y cuando dejas de mirar tu punto y te centras en vos, te das cuenta del lugar en el que estás, el suelo. Pero ¿sabes que? Ya es tarde, porque ya no tenés fuerzas para levantarte, ya no sentís las manos, esas manos que fueron las encargadas de dar todo, esas manos que no pudieron negar nada y que ahora, a la hora de levantarte te dicen que no pueden. Y tus pies, si, tus pies todavía tienen fuerzas, pero no te van a levantar porque esa fuerza la vas a usar para seguir dando todo a tu meta, aun sin perder la esperanza. Aun sin tener eso que necesitas: AMOR.


Antología de una vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora