Agradecida eternamente.

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El nuevo colegio no era tan malo como lo imaginaba. Una gran galería rodeada de puertas que se dirigían a las aulas, no recuerdo cuantas eran, pero había para todos los cursos. El patio también era bastante grande, con sus canteros, su cancha de fútbol, y demás cosas de las que no tengo tanta memoria.

El lugar parecía agradable, y deseaba que lo fuese, ya que ahí iba a continuar con el segundo año de primaria. Mi mamá intentó dejarme tranquila en más de una ocasión diciéndome que en una de esas aulas estaría la hija de una amiga de ella, la cual había sido amiga mía por varios años, se podría decir que desde antes de que tenga memoria.

Alta, de enormes piernas y brazos, probablemente de más de dos cabezas más alta que yo, aquella chica era una burla inconsciente constante de mi familia fracaso. Sus padres vivían en la misma casa, parecían felices y le daban a ella todo lo mejor. No digo que me cayera mal, pero una sana envidia me invadía cada vez que iba a su casa.

Definitivamente no era la clase de amiga con la que iba a llevarme bien el resto de mi vida, o por lo menos mis restantes años en ese lugar. Ella no sería mi compañera de aventuras, no era la indicada para ese papel, no importaba si mi destino fuera caminar distante de todos en los pasillos durante los recreos, pero no estaría sola, eso se los aseguro.

No me pregunten cómo fue que los conocí, porque realmente no lo recuerdo; no sé cuál fue la primera vez que los vi. Lo único que puedo contarles es lo buenos amigos que ellos fueron. La rubia y el melli, o así los recuerdo ahora. Ella, con sus risos color oro y su melodiosa voz; el, con sus ojos claros y sus hoyuelos al sonreír. Eran grandes amigos entre ellos y grandes amigos para mí.

Para los que aun no me conocen, déjenme explicarles que siempre fui la persona más complicada a la hora de hacer amigos; y no lo digo por mañas. Para mí un amigo es una cosa, y cualquiera que intente ser mi amigo sin cumplir su rol, es más que seguro que no llegara muy lejos.

Pero ahí estaban ellos, con sus rostros resplandecientes y la continua confianza que implantaban en mí, y créanme, jamás había logrado confiar tanto en alguien. Aunque nunca me animé a decirles lo que me esperaba cada día en mi casa al llegar del colegio, algo me lo impedía; nunca supe si era vergüenza o miedo.

Día tras día intente esquivar la vuelta a mi casa, e intentaba ir a la de alguno de ellos a sus casas. Por suerte no parecían tener problema en ello, y pase la mitad de los días del ciclo escolar de mi tercer grado en las casas de ambos.

La visita que mas me gustaba hacer era la de la casa de la pequeña niña rubia, era muy buena compañía, tal vez la mejor que tendría en mucho tiempo. Su madre era de lo mas encantadora, casi tan encantadora como la voz de aquella joven. Era hermosa, cada tono, cada canción, cada nota que salía de sus labios era como una caricia para mis oídos; yo jamás habría podido cantar tan bien con solo nueve años, pero ella lo hacía de maravilla. Recuerdo ver sus ojos cerrarse como si suspirara cada silaba de su canción, como si hiciera que toda su energía se concentrara en sus labios y saliera con toda la potencia que se lo permitía.

Me gustaría haber sido lo suficientemente valiente como para contarles a mis dos mejores amigos mi secreto, pero no lo hice. Tal vez las cosas hubiesen sido diferentes, tal vez ellos me hubiesen entendido y ayudado, tal vez, pero no fue así; sin embargo hoy reconozco que ellos ocuparon inconscientemente un lugar que necesitaba realmente, un lugar que cualquiera dispuesto a hacerlo habría podido, pero no sin saber cómo hacerlo, y ellos supieron hacerlo sin saber por qué lo hacían. Y eso, jamás voy a terminar de agradecérselos.

Un amigo de verdad es aquel que está sin que se lo pidas, alguien que no necesita verte llorar para saber que no estás en tus mejores días. Conozco decenas de personas que con más de dos décadas de vida aun no aprendieron lo que es realmente la amistad, y ellos, con menos de diez años supieron ser un respiro en mis peores días, un oasis en las tierras más secas, una nota afinada en un descontrol, una mano en la oscuridad; un verdadero ejemplo al que seguir.

Antología de una vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora