¿Y mi inocencia?

211 8 3
                                    

La adolescencia es la etapa más disfrutada de la vida, es en la que más aprendes, la que más recuerdos deja; podes hacer de todo sin tener grandes preocupaciones. Lindo ¿No?
Sin embargo, las preocupaciones siempre existen, al igual que los problemas, y por más pequeños e insignificantes que sean, nos vuelven locos.

El amor, las nuevas amistades, las dudas. ¿Quien soy? ¿Que va a ser de mi vida?
Una revolución de hormonas nos altera todo, las cosas son más graves y la cabeza nos juega una mala pasada haciéndonos imaginar cosas que no son.

Por esto y varias cosas más, mi etapa preferida siempre fue la niñez, cero preocupaciones, jugar, comer, dormir, diversión. O eso veía yo en mis amigos del barrio, compañeros del colegio y demás nenes. Las vidas de muchos de ellos parecían perfectas, y aun así escuchaba quejas; pretendían que los traten como grandes, que los dejen hacer cosas de grandes, ser grandes. Pero... ¿Para qué?

Cuando tenía seis años mi infancia hizo una pausa repentina, dejándome con ganas de seguir jugando. Ese día mi mamá no entro sola a mi casa después del trabajo, alguien que no había visto en mi vida la acompañaba.

Pelado, musculoso, con un tatuaje de una orca en uno de los bíceps. Características dignas de un monstruo, de una pesadilla. Guardia de la penitenciaria retirado, daba mucho miedo. Llegó como quien quiere encontrar agrado en los ojos de todos.
Mire a mi mamá con reproche ¿Quien era ese y que hacía en NUESTRA casa?
Sentí escalofríos cuando la palabra "novio" salió de la boca de mi progenitora.

No, no, no podía estar pasando, ese hombre me estaba robando todas las esperanzas que me quedaban de tener una familia unida. Papá, mamá, hija, hijo.

Sentada en la mesa miraba fijo los ramos de flores que ese ladrón de sueños le mandaba a mi vieja con el cartero. Esperaba ansiosa que se secaran y terminarán en la basura. Pero no, a mi ingeniosa mamá se le ocurrió ponerlas en un libro y hacer un cuadro con ellas. Gracias.

Mi habitación era como la de cualquier nena de mi edad, cualquier nena que aceptara ser nena y no grande. Mi cama estaba cubierta por una frazada rosada llena de corazones, a los pies habían más de cinco almohadones con forma de corazón que yo misma había hecho, apoyado en mi almohadón estaba mi tesoro, una muñeca que me habían regalado a los meses de vida, y planeaba tenerla hasta vivir sola y muchos años más. Todas las noches antes de acostarme me hacía una trenza y me ponía mi camisón violeta. Todo era perfecto.

Lástima que la felicidad me duró poco, y las ganas de ser mujer también.

"Sos mujer, así que te corresponde la limpieza"
"No sos una princesa"
"Esta es MI casa, en mi casa se hace lo que yo digo"

Y así, todos los días durante cinco eternos años, no había tiempo para jugar, no había tiempo para leer, menos que menos para divertirme. No podía equivocarme, aunque el siempre me considero una "nena tonta".

Una nena tonta que cuatro años después de liberarse de esa mierda supo perdonarle todo al hombre que no le había dado nada pero le había sacado todo. Una nena tonta que se dio cuenta de que todo había sido su culpa por tener miedo y dejarse manipular por alguien con carencia de derecho sobre ella. Una nena tonta que no pudo ser nena, que le hicieron creer que estaba mal ser mujer, que era débil, que no era nadie, y que no iba a llegar a nada.

rmal;J

Antología de una vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora