Escapada psicológica.

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El colectivo se movía como si fuera a caerse, siempre me pasaba lo mismo y terminaba descomponiéndome. Era mi primera visita al psicólogo, ese horrible lugar en el que te hacen llorar y le ven siempre un lado dramático a cada cosa que haces.

Me bajé de enorme gusano de metal en la esquina de lugar y camine toda la cuadra que me separaba de mi destino, pensando seriamente como escaparme de ese momento de mierda; pero no, ya está en la puerta, ya había entrado y ya habían dicho mi nombre. Muy tarde.

Entré a la sala, era enorme e impecable, llena de fotos de muchos nenes que parecían felices. Mi nueva psicóloga, morocha, flaca, alta y de labios gruesos me sonreía dejando su blanca dentadura al descubierto ¿En qué mierda me había metido?

-Hola, yo soy Vanesa, ya me contaron todo sobre vos y todo lo que vos me cuentes se queda acá.

Pff, todos decían lo mismo y después mi mamá mágicamente se enteraba de todo lo que me pasaba, una vez le dije a otra psicóloga que mi mamá estaba embarazada para ver que pasaba y a la semana mi vieja me pregunto de donde había sacado semejante mentira ¿Se entiende?
Seguramente esta mujer sabía todo de mi, seguramente mi mamá había ido a ese lugar y le había dicho "Me casé con un loco que nos golpea a todos y por eso mi hija está como está" ¿Era eso lógico? No, sino ni siquiera haría falta un psicólogo.

Todo esto era inútil y aburrido, a la media hora de hablarme cientos de cosas a las que no les preste atención me hizo hacer un dibujo de mi familia.

Como era lógico y normal en mí los dibuje por orden de edades: Mi padrastro, mi papá, mi mamá, mi madrastra, yo, mi hermano, mi hermanita, y un engendro sin nombre que iba a ser mi nuevo hermano o hermana de parte de mi papá.

-Ahí está, justo como me lo imaginaba, hiciste a tus papás juntos porque querés que vuelvan a estar juntos.

Mi cara de desconcierto fue épica, por mi bien ellos no debían estar juntos de nuevo, eso solamente podía significar una cosa, discusiones diarias y gritos de mi pasiva mamá, no gracias, paso.

La hora terminó, por fin, prácticamente salí huyendo de ese lugar de locos.

Me dirigía a la parada de colectivos y alguien me tocó el hombro. ¡Si! Algo bueno en mi día.

Una rubia sonrisa me hizo volver al cuerpo y bajar todos mis humos, me sentí mejor.

-¿Qué andas haciendo?

-Consecuencias de no controlarme.

-¿Te van a echar de esa escuela también? - Se le iluminaron los ojos.

-Uf, ojala.

Seguimos con la conversación una media hora más hasta que decidimos escaparnos a la plaza.
Yo hablando de mis libros y el de sus entrenamientos de natación, claramente a ninguno lo entretenía el tema del otro, para él leer era algo muy lejano de sus planes y para mí el deporte era demasiado extrovertido, no me gustaba.

Cuando me quise dar cuenta se hacía de noche, ¿Que hora era? ¡Las nueve! Mierda. En casa me esperaba lo peor.

Me apuré para llegar al último colectivo que iba para mi barrio, ya en la esquina me relajé, miré al piso y pensé en el plan que acababa de hacer con el rubio, era genial, me había dado la respuesta de uno de mis tantos problemas. Un ruido de motor me hizo sobresaltar, era un colectivo, y si, decía J. J. Gómez. Hice fila para subir mientras dejaba salir un largo suspiro.

-Ey nena, ¿por qué no me cambias el cartel y pones el de Stefenelli?

Mierda, ese no era mi cole, me bajé corriendo ante la mirada sorprendida del chófer, miré para adelante y ahí iba mi cole.

Primero me desesperé ¿Cómo iba a volver a mi casa? ¿Que me iban a decir? Seguramente me iban a matar, literalmente, y mi mamá como siempre, no iba a hacer nada, mi mamá... seguro estaba preocupada, ¿Y si mejor los hacía preocuparse más? Así por ahí no era tan severo mi castigo, tendrían más alivio de tenerme de nuevo que enojo por llegar tarde.

Empecé a caminar en dirección a mi casa, tenía un camino largo por hacer, largo y peligroso.
El centro de Roca era todo iluminado, las personas caminaban desesperadas tratando de subir a colectivos, taxis, autos y demás para volver a sus casas con sus familias que probablemente los esperaban en su cálido hogar.

Las calles pasaban muy lentas y el tiempo muy rápido, parecía que se me caía el cielo negro encima, y peor fue cuando llegué a los barrios, sin luz y un descampado por cuadra, además del desagüe, un escenario muy parecido a los que describían las notas de la televisión sobre violaciones y secuestros. Sí, yo había visto todo eso, de la boca de mi vieja nunca salió un "Sos muy chica para ver eso" o un "Sos muy chica para hacer eso".

Pasé casi sin respirar toda esa parte y también sin poder mirar, ya que la luz era escasa, las piedras de la calle de tierra me golpeaban las piernas cuando las hacia rebotar con cada pisada, me tropecé en más pozos que los años que tenia.

Un foco amarillento iluminaba mi hogar, o si a eso se lo podía llamar "hogar".

Golpeé la puerta y segundos después mi mamá me abrió, tenía la mirada perdida como siempre y no me dijo nada, solo se limitó a mirarme con preocupación, se sentó en la mesa y yo me fui a mi pieza en silencio.

Un golpe seco en la cabeza me volvió todo oscuro.

Antología de una vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora