No todo es malo en la vida, siempre tenemos respiros, por más leves que sean; y el mío duraba media hora y tenia ruedas. Luego de mudarme suficientemente lejos del colegio al que iba y resistirme a que me mandaran al del barrio nuevo a medio año de haber comenzado a cursar 3er grado, mi mamá acepto mandarme al mismo colegio en un transporte.. Margarita, decía en letras naranjas en el costado de este. Todos los días después de almorzar, esa trafic se encargaba de llevarme de un antro al otro, dándome un pequeño descanso en el medio. Amaba esa parte del día, amaba verla llegar por la ventana, amaba subirme y ver las caras sonrientes de las choferes, amaba caminar hasta los asientos del fondo, amaba verlo ahí esperándome.
Ese pequeño de cabello negro y sonrisa enorme, cada día aguardándome un lugar a su lado para hacer juntos el recorrido diario hacia nuestro respectivo colegio, y si, en algo tenía que tener suerte después de todo; y es que este chiquito iba al mismo colegio que yo, un año más grande, pero era algo.
Los cortos viajes eran lo más lindo de mi día, me encantaba escuchar sobre sus aventuras, su vida en general. Yo igual le contaba cosas, pero me limitaba a contarle las cosas un poco cambiadas. Por nada en el mundo iba a permitir que ese chico supiera cómo eran los días en mi casa, la vergüenza me consumía.
No voy a mentir, ¡Oh, mierda! Imposible decir lo contrario, ¡Y es que ese chico me encantaba! Pensarán que estoy loca al decir que con solo diez años a me gustaba un chico, pero así era. Para enamorarme tal vez si era demasiado chica ¿Pero para quedarme embobada mirando a un chico que me tenia tonta? Créanme que sí.
Nunca me había percatado en que las protagonistas de mis novelas tenían entre dieciséis y treinta años, solo quería tener una de esas historias de amor. El pelo alborotado de ese chico era todo lo que estaba bien para mi ¡No me juzguen si nunca lo vieron!
Y bueno, ahí estaba yo, de nuevo yo, pensando en mil maneras de proponerle al pequeño niño si quería ser el protagonista de mi historia.
Hoy pienso en todas las cosas que se me cruzaban por la mente a esa corta edad y no puedo creerlo, tal vez la psicóloga si tenía razón al decir que me había adelantado con la pre-adolescencia; pero bueno, amaba contradecir a esa mujer que creía saber todo sobre mi, y obviamente que le dije que era mentira porque aun jugaba con muñecas.
Ese día corrí hasta la parte de atrás; el viernes había estado enferma y no lo veía desde entonces, es decir que había tenido todo un fin de semana largo para planea mi estrategia, de la cual, aunque no me crean o se rían de mi, había hecho un dibujo. Si, tenía un plano de los hechos, no los culpo si se ríen, yo lo estoy haciendo en este preciso momento.
Bueno, la cuestión es que con plano en la mochila y muchísimas ganas de que todo funcione, fui hasta el fondo de la trafic; y en uno de los asientos del fondo lo vi. Y mi corazón no se acelero al verlo, mis manos no temblaban, mi mente divagaba como nunca. Era la primera vez que me sentía atraída por alguien, por otro cuerpo, y tal vez no era como siempre me lo habían pintado. Comprendí que todo lo que te dicen que se siente cuando te gusta alguien no es del todo cierto. No sentís mariposas en el estomago, el tiempo no se para por estar con él y tu corazón no se acelera, y sobre todo no te pones nerviosa al hablarle. No, al contrario; el tiempo se va rápido cuando pasas tiempo a su lado y nunca es suficiente tiempo para compartir, cuando menos te lo esperas es hora de volver a casa. Tu corazón no se acelera, se siente tranquilo, y te sentís bien con vos misma, te sentís confiada, como si nada malo pudieses pasar. De eso se trataba; tranquilidad y seguridad, no nervios y dudas. Era tener la seguridad que todo estará bien si él estaba conmigo.
Pero no le dije nada, me limité a sonreírle con esa sonrisa picara que solía tener. Ese no era el lugar dibujado en el plano, era otro totalmente diferente: El patio del colegio, oh si, estaba lista para atacar.
La voz de una de las choferes llamo mi atención desviándome del rostro del susodicho.
-Chicos, la semana que viene vamos a hacer un picnic para despedir el año, no se olviden de llevar algo para compartir.
El festejo de todos era incompartible, con "picnic" se referían a que iríamos todos, y con "todos" se referían a también nena con pelo rizado que parecía tener los mismos gustos que yo, y con "gustos" me refiero al mismo chico que yo.
Sobre los hechos de esa tarde no hay nada que contar muy interesante, digamos que a mi yo precoz de diez años le dio algo así llamado como vergüenza; lo que significa que mi plano fue arrugado y tirado en uno de los tachos de basura de la galería. Pero el famoso picnic se iba a realizar, de esa no me salvaba.
Si, otra vez yo; esta vez sentada en un banquito de madera mojada, los globitos de agua no habían sido una buena idea, tan solo uno había bastado para mojarme por completo, estaba furibunda, totalmente enojada, la rabia me consumía; me habían puesto en vergüenza delante del chico al que planeaba confesarme, ¡Que idiotez! No los iba a perdonar nunca más, ahora tendría que esperar a que pasen un par de días antes de volverle a hablar, sin contar que un par de días serian prácticamente todas las vacaciones. Recién iba a poder hablarle cuando ingresara a 4to grado.
Unas horas más tarde me encontraba otra vez sentada en la butaca de la combi, camino a mi casa, los ojos por el suelo. Estaba desilusionada de mi misma, en solo unos minutos llegaría a mi casa y tendría que esperar tres meses antes de tener otra oportunidad para hablarle. La esquina de mi nueva casa me amenazaba con presentarse frente a mí, y yo seguía ahí, taciturna.
Llegue, ya era tarde para todo, no había hecho nada.
-Chau, nena, decile a tu mami que este último mes va de regalo, te vamos a extrañar.
Las palabras de la chofer me extrañaron ¿Acaso se iban a ir de la compañía del transporte? El saludo de mi mamá me aseguro que no sería ella la que se iría.
-Ya tenés el pase para la nueva escuela, empezás el año que viene.