Llegué del colegio corriendo, tiré mi mochila arriba de la cama, saqué una manzana de la heladera, agarre la plata de la mesa y volví a salir, si, era martes, mi día favorito de la semana.
El tiempo esperando el colectivo se me hizo eterno, quería llegar YA al consultorio de la psicóloga. A partir de ese martes tenía turno con ella todos los martes hasta que ella me diera el alta.
A lo lejos pude ver el enorme transporte que me llevaría hasta mi destino, manejado por el mejor colectivero de todos: El negro.
-Hola rusa, ¿todo bien? Mm son $0.50 para vos, te cobro el boleto escolar, no digas nada.
-Gracias- Le sonreí con algo de vergüenza -Voy a ir al centro todos los martes a esta hora.
-Bueno, vas a tener escolar siempre.
La primera vez que subí con ese colectivero, automáticamente me había apodado "rusa", según mi mamá, era por mis tés blanquísimo y mi pelo rubio clarito.
Me senté en el último asiento y empecé a contar las cuadras, no sabía exactamente cuántas eran, pero quería saberlo. Las iba a contar todos los martes de camino a mi turno.
Al parecer no había nada de tráfico y el colectivo se pudo mover con rapidez hasta la parada del centro, la cual quedaba a dos cuadras del consultorio.
Caminé esas cuadras con una sonrisa que no tenía hacía meses, y al llegar miré para todos lados. Era mi segundo turno, y yo ya me había dado el alta a mí misma. A mi derecha venía él, tan rubio como siempre, tan resplandeciente, mi salvación.
-¿Esperas hace mucho?
-Más o menos, pero peor hubiera sido estar una hora ahí encerrada.
Si, era verdad, una hora entera encerrada junto a esa mujer tan molesta, y yo no iba a pagar por algo que no merecía, demasiado tenía ya con mi casa.
Caminamos a lo largo del canalito, pasando por las múltiples plazas que lo rodeaban, verdes, con grandes árboles que daban una sombra refrescante sobre el calor agobiante, era algo así como el rubio en mi detestable vida, que bien había hecho en acercarse a mí ese día.
A lo lejos pudimos ver un banquito blanco, todavía lo recuerdo perfectamente, en el medio de la plaza, pintado hacía más o menos dos días.
La pintura no estaba fresca pero todavía permanecía lisa, sin ningún rayón o dibujo.-Mirá lo que tengo- Me dijo sacando un compás y mostrándome la parte de la punta filosa -Vamos a ser los primeros.
-¿Te parece?
-Siiiiiiiiiiii.
-Bueno, bueno ya entendí.
Sus manos concentradas empezaron a trazar letras en el blanco camino. Me perdí por completo ante aquella imagen, el banco blanco como la nieve y el compás dejando un camino marrón a su paso, era como ese viaje que hicimos a Bolsón con mi viejo en algún invierno bastante lejano, el pueblo cubierto de nieve y el auto dejando un camino marrón de tierra detrás de él. Que hermosas vacaciones.
-¿Así está bien?
-MM.- Estaba un poco enojada por haber tenido que salir de esa especie de trance - "Franco y Abigail"
Al leer aquello no pude evitar reírme.
-¿No te gustó?
-No, no es eso, lo que pasa es que así nomas parece que fuéramos novios, a ver dame eso.
Le saqué el compás de la mano y escribí abajo "Mejores amigos"
Él me sonrió, al igual que yo. Acto seguido nos paramos y seguimos caminando.
Ninguno de los dos tenía algo como para saber la hora, así que seguimos caminando hasta llegar a la iglesia, en la torre más alta se podía ver un reloj gigante.
-Ah
-¿Qué pasó? ¿Ya te tenés que ir?
-¿No ves la hora?- Estaba demasiado tranquila.
-No, nunca la aprendí.
Yo sí, la sabía perfectamente, resultado de horas y horas sentada mirando la misma pared aburrida.
-No te preocupes que no es tarde.
Seguimos caminando, pero esta vez por el centro de comercios, largas cuadras llenas de negocios de todo tipo. Yo miraba con indiferencia todas las vidrieras mientras Franco comentaba cada cosa que veía, hasta que dentro de uno de los tantos vidrios pude ver lo más hermoso que había en todo el centro: Libros.
-¿Podemos entrar? Por favor.
Automáticamente después de decir esto mi amigo abrió la pesada puerta de vidrio. Una oleada de olor a libro nuevo, papel e imaginación me azotó la cara, era un paraíso para mí; me imaginaba viviendo en un lugar así, todos los días leyendo un libro nuevo, los quería todos.
Franco corrió hasta un estante chiquito que tenia varios libros medianos.
-Mirá- Me dijo señalando la saga de Harry Potter -No leo nunca pero estos deben estar buenísimos.
-A mi no me gustan- La mirada se me escapaba enfocando diferentes libros con títulos interesantes.
Cien años de soledad, Cruzar la noche, El alquimista, todos esos libros con títulos llamativos parecían invitarme a leer su tapa trasera.
-¿Por qué no te gustan? Yo vi las pelis y están buenas-
-Porque no, son fantasiosas, leyendo esos libros no puedo imaginarme en lugar del protagonista y soñar con que me pase lo mismo- Lo miré y traté de sonar menos loca -Antes de empezar el libro ya se que es imposible que me pase algo así.
Dejé de mirarlo y empecé a caminar por toda la librería, haciendo tacto con los libros, algunos tenían el título con texturas, algunos grandes, chiquitos, pero todos tenían adentro un mundo en el que yo quería participar.
-Te gusta mucho leer, ¿no?
Una voz que definitivamente no era la de Franco me asustó.
-Si, igual no traje plata.
-No importa, te escuche lo que le decías a tu amigo fanático de J. K. Rowling, la verdad que me sorprenden esas palabras viniendo de una criatura como vos.
-No se, siempre leo.
-Mira, este libro te va a encantar.
Su mano me extendió un libro, en su portada se leía "Cruzar la noche". ¿Me lo estaba regalando? Por lo visto si, le di eternas gracias y salí de la librería abrazando mi nuevo libro.
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