CAPÍTULO XXII

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Quise derrumbarme en esa oficina y llorar desconsoladamente, pero no lo hice. Las razones eran simples, la primera era que, mis hijos se encontraban presentes y la segunda y más poderosa era que: yo era fuerte por mí misma, no porque tuviera a alguien a mi lado. Sofoqué cualquier sollozo y me recompuse al instante. Adam le informó a su secretaria que se tomaría la tarde libre porque tenía unos pendientes que resolver. Yo quería irme lo más pronto posible, no podía seguir aquí.

- ¿A dónde vamos? -le pregunté confundida.

-Ya lo verás.

Seguí las señalizaciones que íbamos pasando y entorné mis ojos entre las calles buscando alguna respuesta a mi pregunta. Adam revisó algunas cosas en su móvil mientras le daba indicaciones al conductor. De a poco las calles se vieron delimitadas por infinidades de edificios. No había algún espacio en las banquetas, estaban repletas de transeúntes. Podía ver negocios florales, restaurantes, centros comerciales y demás cantidad de comercios. ¿Qué estábamos haciendo aquí? Adam pidió que diéramos vuelta a la derecha sobre Poland St. El bullicio pareció disminuir un poco. Cuando el auto frenó, lo hizo frente a dos casas en medio de varios edificios. Con enormes tejas azules en el triangular techo y paredes blancas. Lucían bellas, pero fuera de lugar entre esas edificaciones. Sin embargo, tenían algo que me gustaba. Ese toque de lugar y momento inadecuado que me hacía recordar todo lo que me había sucedido.

- ¿Dónde estamos Adam?

-Frente a nuestro nuevo hogar -me respondió.

Avanzó hacia la casa y empujó el pequeño barandal negro junto al buzón. Yo me quedé congelada en la banqueta. Era una hermosa propiedad, de verdad me gustaba. Aunque me hubiera agradado más haber sido consultada primero. Edward y Harrick corrieron dentro del jardín frontal e inspeccionaron cada centímetro. Caminé para recorrer la residencia yo misma y terminar de enamorarme. El jardín era dividido por un sendero de adoquín que daba directo a los escalones frente a la puerta. En el pórtico estaba una banca colgante color caoba que se parecía mucho a la que teníamos en la antigua casa. Dos faroles pendían del techo. Adam giró el picaporte y abrió la puerta cediéndome el paso.

- ¡Dios mío, es hermosa! -exclamé incapaz de contener mi emoción.

Tenía un recibidor pequeño con un perchero y una mesita de noche, al frente estaban las escaleras que nos conducían a la segunda planta. La sala era la siguiente habitación, un cuarto espacioso con un gran sofá de dos plazas al centro y otros más pequeños pegados a la pared, la cual era de ladrillo rojizo, dándole un toque más hogareño y minimalista. El suelo en su totalidad era de dura madera. Frente al sillón estaba un mueble con muchas divisiones para colocar fotografías, arreglos, detalles y demás cosas de gusto personal, y al centro una televisión. La cocina era de tamaño regular, la estufa, tarja y refrigerador eran del mismo color, gris cromado. Además estaban en la misma línea, lo que me ofrecía mejor espacio para moverme con facilidad; frente a estos estaba una pequeña barra americana de granito color negro.

-Sabía que te gustaría -mencionó abriendo las puertas que daban al patio.

-Es tan grande ¿Podemos con esto? -cuestione totalmente acalorada.

-Está cubierta en su totalidad -me informó.

Mis ojos se posicionaron sobre su figura. De pronto una pregunta más llegó a mi cabeza.

-Adam... ¿Quién vive en la casa contigua? -le pregunté con serenidad. Mi visión se nubló un poco por lo que tuve que parpadear varias veces para recomponerme. ¿Qué pasaba conmigo?

-Harrick.

Como un demonio que él viviría ahí.

- ¿Qué está mal ahora Zoé? -inquirió al ver mi reacción.

El reencuentro ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora