Esperanza

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Después de algunos días había adquirido algo de experiencia como Payaso clandestino. Era divertido cuando los mareos no me acosaban y mi nariz no sangraba.

Solía bailar, solía cantar, y juntarme mucho con un niño de nombre Bastián. Su nivel económico era igual de crítico que el mío, pero la diferencia es que él tenía a cinco hermanitos que ayudar a mantener.

Solíamos sentarnos en las tardes después del trabajo a platicar, él se disfrazaba de mimo.

— ¿Qué expectativas tienes de la vida? —me preguntó una vez.

—Es corta, es una maldita —respondí, pero rápidamente añadí:— Pero es hermosa. No espero nada de ella, creo que ya me ha dado suficiente para saber de como va más o menos...

— ¿Te gusta vivir?

—Es mi cosa favorita en el mundo.

— ¿En que consiste?

Pensé unos segundos, y después me encogí de hombros.

—Básicamente, en respirar. En sentirte vivo, en tener un motivo para levantarte todas las mañanas, en ser feliz.

— ¿y tú eres feliz? 

Me abracé a mi misma, viendo el piso.

—Tengo un motivo para vivir, y soy feliz —aseguré—. ¿Y tú?

—No lo sé —ocultó la mirada—. A veces me gustaría desaparecer. 

Enternecida, le revolví el cabello.

—No te preocupes —susurré—. Pronto llegará tu motivo especial. Nunca te rindas, ¿Me lo prometes?

—Sí —me abrazó fuertemente—. Gracias.

—De nada.

Jamás supe si lo que hablé con Bastián ese día fue cierto. Pero sólo quería que él no perdiera la esperanza.

La vida de eso iba.

Mi fotógrafo #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora