¿Feliz Navidad?

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En mis últimos días, me quedaba dormida con más frecuencia. Casi no me mantenía despierta, y es que los medicamentos eran muy fuertes, y... Y estaba tan triste que lo único que podía hacer era dormir, dormir, y volver a dormir. Además de que dormir, me ayudaba a olvidar. A olvidar que mi cabello había desaparecido y estaba completamente calva; a olvidar nuestros diez años de matrimonio. A olvidarte, sobretodo.

Siempre que despertaba, encontraba el desayuno, la comida, o la cena junto a mí.

Pero en una de esas ocasiones no estuvo ni el desayuno, ni la comida. Estaba la cena.

Y tú la sostenías.

—Gina —pronunciaste, pero yo te oía muy, muy lejos.

Te miré. Quise llorar, pero ni para eso me quedaban fuerzas.

—Perdóname —dijiste—. Yo no sabía... ¿Por qué nunca me lo dijiste? —las lágrimas parecen asomar  a tus ojos, parece que tu dolor es sincero.

Como me gustaría creerlo.

Entonces hundes tu cabeza en el colchón, ahogando tus propios sollozos en él.

—No hay nada que disculpar —dije, al verte así—. Ni tu ni yo tenemos la culpa de que el corazón te haya traicionado... —te tengo piedad. La piedad que tú no me tuviste.

Levantas la cara, está bañada en llanto. Me duele, a pesar de todo, sigues siendo mi niño pequeño, al que tengo que cuidar porque está frágil.

—Ya no llores... Me hace mal —te digo.

—Déjame que te cuide —susurras—. Yo quiero cuidarte, por favor, déjame.

Te sonrío, y con una mano temblorosa, tomo la tuya y la aprieto de manera débil.

—Creo que... Tú ya tienes a alguien más para cuidar —musité, y solté tú mano, que estaba helada como la de un muerto.

—Pero te quiero cuidar a ti... —Te arrodillaste, y tomaste mi mano. Le diste mil besos, mientras yo apretaba los ojos—. Por favor, Gina, déjame... déjame.

— ¿Pagarme? —mordí mi labio—. No hay nada que pagar, yo te cuidé porque te amaba... Ahora no tienes que devolverme el favor, así que... Vete y cuida a la nueva chica.

—Gina...

—Vete —murmuré, ni alto ni violenta, sólo se lo pedí.

—Feliz Navidad —siseaste, y dejaste encima mío un paquete envuelto. 

Te miré.

No te vayas, no de nuevo.

Me sonreíste.

Te necesito, ¿No lo ves acaso?

Caminaste hacía el marco de la puerta.

Yo soy quien te hace feliz en realidad. Yo soy tú amor de verdad, no ella.

Ahogué un sollozo, y tú figura desapareció.

Así como yo lo haría pronto.





Mi fotógrafo #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora