Era una mañana de domingo. Estaba yo sola, pues al fin, entre susurros y suspiros había logrado hacerme entender, pues quería que descansaras un poco y de paso trajeras el dvd y la película del rey león. Quizá no tendría mucha fuerza para verla, pero podría escucharla y llorar en silencio por mufasa.
—Gina, he vuelto —dices, después de una hora. Siento que debiste volver hasta el anochecer, pero no digo nada.
—Bien.
—Pondré esta cosa... ¿Crees que te dejen comer palomitas? —sonrío, y no respondo pues me sentí algo cansada de forma repentina.
Cierro los ojos, y en el interior siento un pequeño dolor en el pecho. Es casi invisible, por lo que lo ignoro y me concentro en mantenerme despierta. Pero poco a poco ese dolor va incrementando, mi respiración se vuelve agitada a la vez que mi pecho comienza a doler tanto, que pienso que va a reventar. Abro los ojos en mi último intento por sobrevivir, y te miro, concentrado en el dvd.
—To...Tommy...A-ayuda... —susurro.
De pronto siento mi nariz tapada. El aire no entra. Abro la boca pero tampoco entra por ahí. Te giras, y tu rostro se tensa de inmediato. Conozco esa expresión.
— ¡¿Gina?! —tu voz suena ahogada. Pero no puedo decirte nada, me desespero, siento que me ahogo mientras el dolor en el pecho llega a su máximo.
—DOCTOR RIVAS —Te lanzas a la puerta, a gritar como loco, pero tu voz suena para mí ya como un susurro. Es lejana, y pierde potencia poco a poco. Tomas mi mano, dormida por la falta de oxígeno. Entre abro los ojos, y veo tu rostro tensado y tus ojos casi desorbitados.
—Quédate conmigo... Te necesito, te necesito... Sí tú te vas, yo soy nadie... ¿Me entiendes? Gisselle, por favor... Por favor.
Por favor.
Te dedico una sonrisa. La desesperación se va, y cierro los ojos, escuchando los pasos de los médicos entrar por la habitación.
Por un milagro, me dejan vivir unos momentos más, y no despierto hasta ya entrada la noche. Siento el pecho adolorido. Y no siento mi cabeza en su lugar, me siento en otra época, en otro sitio.
Estás sentado en la silla, viéndome fijamente. Te das cuenta de que te observo, y te acercas a mí, intentando sonreír.
Siempre has sido tan malo para fingir que todo está bien. Por ello, las cosas duras siempre las soporté yo.
—Gina, mi amor... Estoy aquí... ¿Te sientes bien? ¿Necesitas algo?
Arrugo los labios para intentar decirte que no.
—Creí que no nos volveríamos a ver —tomas y aprietas mi mano con increíble fuerza—. Gina, sé que puede ser imposible, pero no quiero que me dejes... Quiero que estés conmigo para siempre... Porque, es muy injusto, porque yo sé que te necesito más, mucho más que tú a mí... Hazlo por mí, quédate conmigo... ¡Te lo suplico! —sollozas hundiendo tu cara en la cama.
Te miro, enternecida. Mi pecho duele, pero son tus lágrimas las que me ponen así.
— ¿Sabes porque te dedicas a...Fotografiar? —me obligo a hablar.
—No, no lo sé... —te encoges de hombros, sorbiendo tu nariz—. Será porque me gusta hacerlo, ¿no?
—Tienes más... Fotografías de nosotros... Que de ninguna otra cosa... —estiro la mano un poco, y rozo a simba. Tú lo tomas y lo pones en mi regazo. Lo abro, y hojeo despacio.
—No entiendo...
—Nuestro amor... Nuestra historia, no está en ningún...Ningún libro. Está aquí —señalo la fotos, y me miras—. Tu subconsciente siempre supo que jamás moriríamos ancianos, el uno con el otro... Construiste estos recuerdos para nosotros mismos...—sonrío enternecida, tomando nuestra primer fotografía juntos—. Y míranos... Aquí estamos jóvenes, nuestro corazón no está roto... Y nuestro amor, y nosotros estamos quietos... Congelados para siempre. Sí guardas mi fotografía... Nunca más estarás solo.
Tomas la foto, y la miras. Las lágrimas corren silenciosas por tu rostro. Yo cierro un momento los ojos, pues el característico sueño comienza a invadirme.
—No te irás nunca —insistes.
—Ven y acuéstate cariño —musito, algo adormilada—. Abrázame, ya que mañana debemos despertarnos temprano... Ethan Wade vendrá por la fotografía del concurso...
— ¿Cuál fotografía de cual concurso? —preguntas, y siento como te recuestas junto a mí. Te abrazo y abro los ojos para ver tu rostro tenso, y molido por las desveladas.
—Con la que pagaremos nuestras deudas, y mis medicinas —te digo, como si fuera lo más obvio. Abres la boca para replicarme, pero en un esfuerzo, te doy un corto beso en los labios, y después abrazo tu cuerpo con fuerza. Me devuelves el abrazo.
—Buenas noches, mi ángel —me dices, y siento tus labios en mi frente.
Cierro los ojos, y sonrío, pensando en que por la mañana debía marchar a comprar un filtro a Blanco y negro, y otro polaroid para mi esposo, el fotógrafo.
Pero nunca más volví a despertar.
ESTÁS LEYENDO
Mi fotógrafo #1
Short Story«Te miro, y me sonríes. Sé que te esfuerzas por hacerlo. Sé que es difícil vivir conmigo. Sé que no recuerdas nuestra boda. Ni mí nombre. Pero no te preocupes, Yo puedo recordar, vivir, y amar por ambos» Precuela de la historia: Mi mus...