Capítulo 18

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Alex


Un puñetero dolor me invadía la pierna izquierda.


Escuché unos gritos, pero al abrir los ojos lo único que pude visualizar fue a un guarda y dos enfermeras llevándose a Monserrat.


-¡Alex!- gritó con desespero.


-Monse- le respondí aún con desconcierto.


La sacaron de la habitación, y quedé allí solo, sin saber que putas estaba ocurriendo, ni dónde coños estaba, ni porque mi pierna izquierda dolía como mil demonios.



Monserrat


El guarda me arrastró hasta la puerta de mi habitación y allí las dos enfermeras me esperaban. A regañadientes entré.


La rabia me invadía. Golpee al tipo en el abdomen y logré librarme del agarre de las enfermeras. Hubiera escapado de no ser porque la enfermera rubia me aplicó una fuerte dosis de Diazepam.



Los azulejos del piso comenzaron a girar, las luces se apagaron, el volumen bajó, mi respiración casi se detuvo. Morfeo en su máximo esplendor se hizo presente, llevándome así, a un estado de fantasía.




Alex


Fue cuestión de días para que una enfermera entrara a mi habitación a darme buenas noticias. Me quitó el cuello ortopédico y me informó que me llevarían a un consultorio, el doctor que me asignaron me informaría de mi estado y de que pasaría conmigo, si me daban de alta, o no.


Llevaba quince días desde que ingresé al hospital. Del mundo exterior no sabía absolutamente nada, excepto lo que mi madre, Suzanne y los chicos que venían a visitarme, me contaban.


De Monserrat, sabía muy poco. Desde el día que entró a mi habitación, no la había vuelto a ver. Una vez le pregunté a una enfermera que vino a cambiarme las vendas, si podía ir a verla, y lo que me respondió fue: no joven la última vez que ella lo vio a usted, se alteró a tal grado, que tuvimos que aplicarle un calmante muy fuerte, y a su edad es muy arriesgado.


Suzanne me había informado que estaba bien, si un poco abrumada por lo sucedido, pero que estaba bien. También me informó que ella había estado mejor psicológicamente desde que comprobó que mi estado no era tan grave como ella pensaba.



Un enfermero bastante joven, tal vez tres o cuatro años mayor que yo, llegó para acompañarme en busca del doctor. Me vi obligado a ir en silla de ruedas, pues seguía con dolor en mi pierna, no era tan fuerte, pero el enfermero me lo aconsejó.


El enfermero me guio por un corredor bastante extenso.


-¡Abran paso! ¡Abran paso!- gritaban. Nos detuvimos en seco, y presenciamos cómo se acercaba una camilla impulsada por cinco paramédicos. En la camilla iba una chica. Parecía tener unos dieciséis años de edad. Tenía la tibia rota, a tal punto que se podía apreciar el hueso, a la altura de las costillas su blusa estaba manchada de sangre.


-hemorragia interna, dos costillas rotas, preparen la sala de cirugías- informaban los paramédicos mientras corrían por el pasillo.
-ya saben que vamos- dijo una enfermera que bombeaba aire por medio de un instrumento, el cual estaba conectado a la boca de la chica.


Se perdieron en una vuelta del pasillo.


-esto es así siempre, no te alarmes- dijo el enfermero al percatarse de mi cara de pasmo.


-ahá claro- musite avergonzado.



Profundizamos por lo largo del pasillo, giramos a la derecha. Continuamos. Él enfermero se detuvo y abrió una puerta que tenía una placa de platino que decía:



"Dr. Fabritzio Mayer"



El enfermero me indicó que entrara. Tome las barras de las ruedas y me impulsé. Una vez dentro, el enfermero cerró la puerta. Me quedé solo.



Me acerqué a un escritorio que se encontraba justo en medio del consultorio. Un olor a café recién filtrado inundaba el lugar. Miré a mí alrededor y no había nadie. Una puerta que estaba a la izquierda de donde me encontraba se abrió. Un hombre alto, trigueño, de ojos verdes, se acercó y se situó al otro lado del escritorio.


-buenos días, soy el doctor Mayer a cargo de su caso- dijo con un acento italiano. Me tendió la mano.


-buenos días- dije estrechándosela.


-señor Sierra, estaba revisando su expediente y no hay de qué preocuparnos.


-pero tengo un puñ...- corregí -tengo un dolor en la pierna izquierda.


-sí fue debido al golpe recibido en el auto, pero este puede tratarse desde su casa. De día por medio una enfermera irá a darle terapia y a aplicarle una medicina para el dolor.


-¿eso quiere decir que me puedo marchar?- pregunté entusiasmado.


-así es.


-muchas gracias doctor.


-de nada es nuestro trabajo, nada más tendrá que cumplir varias recomendaciones no es necesario que use la silla de ruedas pero tampoco fuerce su pierna, ¿entendido? - Asentí. Me despedí del doctor Mayer, y me marché.


Monserrat


Quince días.


Quince "benditos" días, en el hospital. Ya me había acostumbrado a la comida sin sal, a estar sin Facebook o Instagram, a tener enfermeras pendientes, a las visitas de hora y media por día. Y a un ramo de tulipanes morados los viernes. Sinceramente no entendía porque todavía me tenían aquí. Me sentía bien. Los hematomas de mi rostro y brazos, ya no se notaban casi. Ya no tenía la venda en mi cabeza.


Mamá ha estado trayendo algunos libros, para que me entretuviera. Ella había estado yendo a visitar a Alex, dice que está bien. Pero, a mí no me vale que me cuenten. Quiero e iba a comprobarlo.


Como siempre al ser las seis y media de la tarde, el hospital, o por lo menos el área donde me encontraba, quedaba absolutamente vacío, sin nadie deambulando por los pasillos, dejándome a sí, el camino libre.


Quité la sabana que me cubría. Me senté en el borde de la camilla, intenté impulsarme para ponerme de pie, pero un maldito mareo me obligo a quedarme sentada. No era la primera vez que me sucedía. Esperé un poco.


Después de la caída en el gimnasio de la escuela, me había ocurrido un par de veces. Ha de ser por los puntos.


Cuando me sentí mejor, salí de la habitación. Caminé por el pasillo, con un único destino en mente. La habitación quinientos cincuenta y siete.




I See Thousand StarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora