Capítulo 29

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Christian


—Princesa, despierta —dice Michael acariciando las mejillas de mi nena, y ella sigue sin responder.

—Mamá ayúdala, por favor —le ruego al borde de la desesperación.

Tiene que estar bien. Tiene que despertar. 

—Cariño, creo que es mejor llevarla al hospital —susurra con voz temblorosa, tomando su pulso y viendo sus ojos. 

Sin pensarlo dos veces la tomo en mis brazos y la llevo a mi auto. La siento en el asiento del copiloto. Escucho mi nombre a lo lejos, pero en estos momentos no puedo pensar en nada que no sea llevar a Ana al hospital. Se tiene que recuperar. Tiene que estar bien, porque si algo le pasa... no, tengo que ser positivo.

Acelero lo más que puedo para llegar rápido. Siento que cada segundo que pasa y ella sigue inconsciente es como si la perdiera. Me repito mentalmente que estará bien. Se ha vuelto mi mantra y me aferro a él. La observo por un segundo y me pregunto: ¿En qué momento se convirtió en mi todo? 

Llegando al hospital hay una camilla esperando. Frunzo el ceño.

—Buenas noches, señor Grey. La doctora Grey nos encargó atender a su novia —dice un hombre de aproximadamente cincuenta o más años.

—Haga lo imposible, por favor —suplico. 

Es increíble. Yo, Christian Grey suplicando. 

Lo que haces Anastasia. 

Camino de un lado a otro como un ratón enjaulado. En realidad me siento como uno. Me siento prisionero del miedo y la desesperación. Prisionero de la impotencia de no poder hacer nada para que esté bien. Prisionero de la ira que me esta consumiendo en estos momentos. 

Todo esto es culpa del imbécil de mi hermano. Si no se hubiera comportado como un auténtico idiota ella estaría ahora junto a mi. Sonriendo feliz al compartir con todos. Escuchando su dulce voz y soportando esa lengua viperina que me encanta doblegar a besos. 

—Christian, ¿cómo está mi hija. —Se acerca Michael agitado.

—No lo sé. Estoy esperando a que salga el doctor —digo con la voz ronca producto de las lágrimas que están amenazando con salir.

La desesperación me está volviendo totalmente vulnerable. 

—Cariño, estará bien—anima mamá acariciando mis mejillas—. Pasaré a cambiarme para acompañarla. —Sonríe tenue.

—Sea lo que sea me informas al instante, por favor. —Nota mi angustia. 

Se acerca y me envuelve en un abrazo que automáticamente me relaja. 

—Tranquilo. Te informaré. —Cierro los ojos y me obligo a controlarme. Se separa y posa sus ojos en mi. —Todo estará bien. —Se aleja dejándome esa chispa optimista de que todo estará bien. 

La observo entrar por las puertas dobles de urgencia, seguida por dos enfermeras y un hombre. Inhalo profundamente recordando quien es ella en mi vida. La mujer que sin obligación me acogió en su hogar y muy en el fondo de su corazón. La misma que hoy puedo decir sin temor a equivocarme que salvó cuando no tenía consciencia de la vida y mucho menos del futuro. Ha sido mi soporte, guía y maestra en materia sentimental. Quizás pudo haber evitado que entrara en ese mundo oscuro, pero todo ese camino ahora me deja una lección de vida. Amar es el único sentimiento real y por el cual importa luchar. Aquel oscuro mundo era una via facil para proteger mi corazón de eso que creí implicaría un dolor inmenso, pero era así. 

Todo ha cambiado en mi. 

—Estará bien. Sé positivo —susurra papá colocando su mano en mi hombro, en donde deja un leve apretón. 

—Así es. Anastasia es fuerte —dice mi hermana nerviosa y con los ojos rojos producto e las lágrimas que limpia a cada instante. 

—Sé que lo hará —musito—. Tiene que hacerlo... Ella es mi vida. —Mi pecho se oprime con fuerza. El vacío que se ha instalado en la profundidad de mi pecho me aflige por completo. El temor juega con cada terminación de mierco. Son sensaciones tan nuevas que me llevan a flaquear ante todos. —Sin ella no podré seguir —susurro derrotado. 

ha pasado una hora y nadie me ha dado respuestas de Ana, ni siquiera mi madre se ha pasado para informarnos lo que me lleva imaginar que todo esta mal, mi cuerpo se estremece al ver que se abren las puertas y entra mi madre seguida por el doctor que nos recibió.

—Mamá, ¿cómo está? ¿Despertó? ¿La puedo ver? —Me interrumpe.

—Hijo, tranquilo. Deja que el doctor les explique —dice con actitud impasible. 

¡Dios!

Que no sea nada malo, por favor

—Doctor, ¿cómo está mi hija? —pregunta, Michael calmado, pero su voz lo traiciona. Esta igual de desesperado que yo.

—La señorita Steele presenta una inflamación en el cerebro producto del golpe que obtuvo. Algunos moretones en su mejilla que desvaneceran con el paso de los días... —Lo interrumpo. 

—¿Pero está bien? —pregunto con un hilo de voz.

—Se encuentra inconsciente por la inflamación, pero despertará cuando esté preparada para hacerlo. —Sonríe. —Si es todo, me despido. —Mira a mamá. —Nos vemos luego, Grace. 

—Gracias, Lucas. —Mamá le despide de la misma forma. Se gira y me sonríe. —Puedes pasar a verla, cariño. Se que no dejarás que nadie pase antes que tú. —¡Dios, mamá, por ser adivina es que te amo! —Habitación cuatrocientos nueve. Cuarto piso, en el tercer... —No la dejo que termine de hablar.

—Gracias, mamá. —Salgo a toda velocidad sin esperar la opinión de los demás.

Camino lo más rápido que puedo sumamente ansioso por verla. El peso y la angustia que tenía se han disipado. Al llegar al pasillo en donde se encuentra la habitación, me encuentro con la última persona que esperaba ver...

—Christian, querido. ¿Qué te trae por este... lugar? —pregunta con asco y juraría que un poco incomoda o... ¿nerviosa?

—¿Qué haces aquí, Elena? —pregunto con los ojos entrecerrados.

—Eh... visitando a una Sumisa. Ya sabes que en este mundo se cometen errores. —Acaricia su cabello en un gesto que conozco a la perfección. Lo hace cuando no puede salir del paso en su nerviosismo. 

—Que mal. —Sé perfectamente a lo que se refiere.He sido testigo de las heridas en sumisas, que en su mayoría el amo tiende a descargar su frustración del día en su cuerpo sin importar que el daño que le está causando. Mi cuerpo se alerta al ver un grupo de enfermeras y al doctor que me informó del estado de mi nena entrar en la habitación de Anastasia apresurado. No, no puede ser. —Lo siento Elena. —Me despido. 

—No te preocupes. —Se va sonriendo, pero no le presto atención a su gesto.  

La ignoro y camino lo más rápido que puedo a la habitación de Ana. al llegar veo a las enfermeras aceleradas y al doctor dando instrucciones para... ¿reanimar? Un sonido agudo proviene de la máquina que alerta los latidos de su corazón. Cada vello de mi piel se eriza, mi cuerpo se debilita al ver una fina línea en la pantalla y ese sonido agudo sin pausa martillear en mi cerebro, corazón y podría asegurar que el alma. 

—Ana —susurro a punto de sonar inaudible. 

Mis piernas pierden equilibrio llevando mi cuerpo al suelo. Mi vista se ha tornado nublada por las lágrimas que no sabía ya corrían por mi mejilla. El dolor en mi pecho se intensifica al punto de doler... 

La enfermera se gira...

—Lo siento —dice con pesar...


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Marly Castro

Una historia sin fin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora