Capítulo 2 | Mi realidad

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Ally se plantó frente a la puerta de su casa, tomando un fuerte respiro antes de cruzar la puerta que la regresaba a su realidad cada tarde. Sintió cómo su corazón se aceleraba: era viernes, el día favorito de Fernando para beber y apostar con esos hombres que tanto la atemorizaban. La morena se repetía a sí misma que algún día aquello iba a acabar, que en algún momento su madre tendría que aburrirse y las dos se irían lejos. Sin embargo, aquel sueño había perdurado en su mente por siete largos años.

Armándose de valor, Ally pasó el umbral, cuidándose de no hacer ruido.

La sala de estar estaba en perfecto orden, como siempre. Cualquier persona que entrase allí, diría que era un hogar pulcro. Nada les diría que la verdadera mugre se encontraba al interior de las personas que lo habitaban.

—Han llamado del colegio —dijo una fuerte voz a sus espaldas, causándole escalofríos.

Allyson giró y encontró a su padrastro, con el ceño fruncido y mirándola como si quisiera atizarle un puño en el rostro; no era como si nunca lo hubiera hecho.

La mano cerrada de aquel hombre era incluso más ruda que su amenazante voz, y la piel de Ally era testigo de eso.

—¿Ah, sí? —preguntó, intentando sonar despreocupada.

—Lo sabes bien —escupió—. No te presentaste al examen.

La morena cerró los ojos, a la espera de los gritos que venían a continuación.

—¡No soy tu maldito padre! —Exclamó, provocando que Ally saltara a causa del temor—. Nunca he tenido hijos, ¡y mírame! Tirando la plata por las ventanas contigo.

—Fernando, yo... —comenzó.

—Cállate —su voz fue apenas un susurro.

El hombre se levantó, con sus manos firmemente empuñadas a cada lado de su cuerpo, y se acercó a Ally, con su rostro a centímetros del de ella. De cerca, aquellos ojos podían simular perfectamente un incendio.

—Pago el maldito colegio sólo porque es lo único que tu madre pide, pero si llego a enterarme de que estás haciendo que malgaste mi dinero... No querrás saber de lo que soy capaz.

Ally quiso decirle que las apuestas que organizaba cada fin de semana eran lo que gastaba su dinero, sin embargo, si limitó a asentir: sabía perfectamente de lo que era capaz. Ya había pasado por eso.

Antes de que la ira de su padrastro aumentara, Allyson bajó la cabeza y caminó por delante del hombre, temiendo quedar de espaldas a él, y cuando se vio en el primer escalón, corrió a su habitación.

Horas más tarde, su estómago no aguantaba un sólo segundo más sin comer, por lo que —muy a su pesar—, bajó las escaleras en busca de alimento. Los viernes era el día libre de la mujer que hacia el aseo y cocinaba —y Ally conocía el motivo—, por lo que su madre era quien se encargaba de eso.

En cuanto llegó al último peldaño de las escaleras, se arrepintió: su padrastro se encontraba jugando a cartas con algunos amigos, y la muchacha no tardó en encontrar la asquerosa mirada de Víctor, el mayor de aquellos hombres, inspeccionándola de una manera que le producía nauseas.

Sin embargo, se armó de valor y caminó hacia la cocina. La muchacha sabía que aquellos cuarentones no le pondrían un dedo encima: pese al poco carácter de su madre, ésta sabía cómo mantenerlos a raya. Fernando era otra historia.

—Cariño —llamó su madre—, aquí tienes —le dijo, tendiéndole el plato de comida.

—Gracias —dijo en un murmullo.

Sólo por ti ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora