Capítulo 8 | Confía en mí

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Durante los siguientes días, Allyson cumplió su promesa: ella y Anthuan se reunían a diario en casa del muchacho o en el corredor del colegio con el único propósito de ensayar una y otra vez la exposición que esperaba por él. Ally se tomó muy en serio su trabajo, y el muchacho más de una vez le propuso pagarle, pero ella se negó, pues aseguraba que le gustaba hacerlo.

Aquel día, ellos se encontraban en la sala de estar del muchacho. La castaña había armado una improvisada tarima con un par de colchones que habían tomado de la habitación de huéspedes. La muchacha estaba convencida de que en cuanto más se pareciera el lugar a un auditorio, más podría acostumbrarse Anthuan a la idea. Sin embargo, el chico no estaba del todo convencido de aquello, pero al ver a Ally tan segura y entusiasmada con aquello, no pudo negarse; ese fue el día en que supo que la muchacha se había convertido en su debilidad. Sólo bastaba que sus ojos lo miraran fijamente para que él aceptara todo lo que ella decía.

—El estudio se ha hecho tomandocomobasela... —comenzó a exponer el chico, pero su amiga, que se encontraba sentada en el sofá frente a él, levantó la mano, interrumpiéndolo.

—Más pausado, Anthuan —le recomendó—. La idea es que sepan de qué les estás hablando. Hace sólo diez minutos lo hiciste de maravilla.

El chico torció el gesto, pero asintió.

—Lo que dice Ally es cierto —intervino la madre del muchacho, con una sonrisa de oreja a oreja—. Intenta vocalizar, hijo. Es lo único que hace falta por mejorar.

La mujer había estado encantada con Allyson desde que supo que visitaba frecuentemente su casa con la intención de ayudar a Anthuan con aquella exposición. Su hijo nunca se había atrevido a hacer algo así, y ella siempre había sido consciente de que, posiblemente, aquello podría cerrarle más de una puerta en el futuro.

Además, estaba feliz con la idea de que su hijo se abriera a las personas. Nunca lo había hecho, y aquello siempre había sido un motivo de dolor e impotencia para ella.

Continuaron los tres apoyando a Anthuan cerca de una hora más. Cuando se encontraba en aquel lugar, a la castaña se le iba el tiempo sin notarlo siquiera. La calidez de las personas que allí vivían la hacía sentir mejor que en su propia casa. Sin embargo, nada es para siempre, y al ver la hora, Ally supo que era momento de regresar a su realidad, pues entre más tardara, peor sería.

—Yo... creo que es hora de que me vaya —anunció en cuanto terminaron de recoger lo que estaba regado por toda la sala—. Mi mamá se preocupará, y eso es lo último que quiero.

Anthuan, aunque lamentando que la muchacha tuviera que irse, asintió, pero su madre no lo hizo.

—No te vayas, Ally —pidió—. Tu compañía aquí es mucho más que grata. Además, estaba pensando que podríamos hacer unas galletas juntas. A Anthuan le encantan, y estoy segura que también a ti te gustarán.

Sofía, la madre de Anthuan, emanaba ternura y calidez por donde iba. En sus ojos no se reflejaba otra cosa además de cariño, pero Ally sabía perfectamente a lo que se exponía si tardaba en llegar a casa: no sólo se estaría exponiendo ella, sino a su madre. Y aquello era lo último que necesitaba.

—De verdad, de verdad me gustaría, pero no puedo. Mi madre me necesita en casa y mi padrastro... —dudó por un momento, intenta buscar en su mente una mentira un poco creíble, o una verdad a medias— es un poco estricto con los horarios.

Sofía frunció el entrecejo y miró el reloj que colgaba en la pared.

—Pero si apenas son las ocho, hija, y es viernes.

En lugar de calmarla un poco, aquello causó la reacción contraria en Ally: ella solía refugiarse en su habitación desde las seis, y para ese momento —estaba segura— el juego de Fernando y sus amigos debía estar más que avanzado.

Sólo por ti ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora