Epílogo

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Allyson caminó por el extenso y silencioso pasillo. Conocía de memoria el recorrido que debía hacer, pues no era la primera vez que lo visitaba, aunque nunca lo había hecho con tanta emoción. Sus pasos resonaron por el lugar mientras se apresuraba: apenas podía contener su enorme sonrisa, pero qué demonios ¿por qué debía hacerlo? En su vida ya había pasado más que el tiempo suficiente agachando la cabeza, y eso había acabado años atrás. ¿Qué más daba si el mundo entero veía su sonrisa brillar?

Como siempre, su mirada se iluminó cuando llegó a su destino y leyó el título inscrito en la puerta.

Anthuan Hernández D.

Psicólogo infantil

Aunque sí que había otras personas con las que quería compartir su alegría, y que estarían felices de verla cumplir su más grande sueño, sentía que él era la primera persona que debía saberlo. Después de todo, su relación siempre se había basado en ser partícipe de los triunfos y los fracasos del otro.

Supuso que el muchacho estaba con alguno de sus pacientes, por lo que tomó asiento frente a la puerta, a la espera de que saliera de su oficina.

Cuando le dieron la noticia, lo primero en lo que pensó fue en preparar un almuerzo sólo para ellos, y contarle de inmediato a Anthuan, pero no pudo con la idea de esperar más tiempo por decirle: aún quedaban un par de horas para que se hiciera el momento que él regresara a casa. Prefirió, entonces, llamar a su familia y decirle que los invitaba a comer, y entonces allí sí que les daría las buenas nuevas.

Acarició con gesto ausente el colgante que le había obsequiado su novio un año atrás, cuando ella se graduó en Creación literaria. Con una sonrisa, recordó cuán brillosa había estado su mirada en ese momento, como si el triunfo fuera de ambos, y de cierto modo, así era. Todo lo que habían conseguido lo habían hecho juntos. Amaba mirar atrás y verlo siempre a él allí, a su lado, apoyándola, y le enorgullecía decir a los cuatro vientos que lo mismo hacia ella.

A veces toda su historia le parecía un sueño.

La puerta frente a ella se abrió, y un chiquillo salió de allí en compañía de Anthuan, quien sonrió con sorpresa al verla. El paso de los años no había borrado el brillo de sus ojos cada vez que la veía.

—Hola —saludó Ally al niño—, ¿cómo estás?

—Bien. Acabo de hacer un dibujo muy bonito, ¿verdad, Anthuan?

—Por supuesto que sí.

La muchacha sonrió.

—Entonces te llevarías muy bien con mi hermana. Dibuja precioso desde niña.

El pequeño se limitó a sonreír, y el castaño se giró hacia él.

—David, tu maestra me pidió que te llevara a clases en cuanto pudiera. ¿Vamos?

El niño asintió y caminó junto a Anthuan hacia la puerta, pero éste último dio un par de pasitos atrás y le dio un rápido beso a Ally en los labios.

—No tardo, lo prometo.

El muchacho había entrado a ese colegio a hacer una pasantía, y aunque al compararlo con el resto de los trabajadores era joven, no demoró en ganarse el respeto de sus compañeros y de los directivos de éste, quienes no tardaron en ofrecerle un puesto fijo. Él amaba su tarea, amaba el cargo que desempeñaba, y cada vez que tenía el caso de un chico con dificultades serias ponía todo de sí por ayudarlo a salir adelante, y cuando notaba esos pequeños triunfos... bueno, era imposible describir una sonrisa tan enorme. Definitivamente y sin lugar a dudas, amaba lo que hacía.

Sólo por ti ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora